Este inicio de temporada del ciclo Universo Barroco del CNDM me recuerda al acto de presentación de la actual temporada del Centro Nacional de Difusión Musical (CNDM), cuando un conocido periodista preguntó al flamante director del CNDM si los recién presentados ciclos poseían alguna diferencia con las anteriores temporadas. No hay mejor respuesta que echar un vistazo a estos ciclos historicistas que acaban de comenzar en el Auditorio Nacional de Madrid.
Así, en la Sala Sinfónica se inauguraron los conciertos el pasado día 27 con la recuperación de la Zarzuela Coronis de Sebastián Durón a cargo de Los Músicos de Su Alteza, mientras que la mitad del Ciclo de la Sala de Cámara, 6 de sus 12 veladas, serán interpretaciones de los numerosos grupos de música antigua que pueblan la geografía española, recuperando gran cantidad de obras de nuestro patrimonio. Esto sí que da muestra de un cambio de rumbo en la programación, de la intención de alcanzar un verdadero Centro Nacional de Difusión Musical, que no por ello se olvida de los grandes autores europeos ni de los conjuntos más excelentes del panorama mundial.
Dentro de este necesario reconocimiento a nuestro patrimonio cultural y a nuestros músicos, se celebró en una abarrotada Sala de Cámara del Auditorio Nacional un concierto que recuperó tres cantadas sacras inéditas para alto de José Torres (ca. 1670 – 1738), extraordinario músico y compositor madrileño todavía muy desconocido en la actualidad, pero que gozó de una fama y de un prestigio máximos en su tiempo, hasta tal punto que su obra se conocía por todos los territorios hispánicos. Gran parte de sus piezas se conservan en México y Guatemala, además de en el Archivo del Palacio Real de Madrid. No obstante, gran parte de su más de doscientas composiciones se han perdido.
Concerto 1700, formación fundada y liderada por el violinista Daniel Pinteño, fue la encargada de revivir estas músicas durmientes, junto al afamado contratenor vitoriano Carlos Mena.
Carlos Mena demostró desde la primera pieza, Corre, flamante rayo, compuesta para los maitines de Reyes de 1715, por qué es uno de los contratenores españoles más prestigiosos. Su dulce timbre, de una homogeneidad absoluta en todo el registro, no fue obstáculo para que mostrara una gran expresividad y cambios de afecto, como en la parte B de la primera aria Y vengativa suerte, donde el texto obliga a mostrar un carácter mucho más vigoroso que en la parte A. Asimismo mostró un dominio absoluto de las coloraturas, muy presentes en muchas de las arias de la velada, aunque fueron también en muchas ocasiones una invención del propio solista en las fulgurantes improvisaciones que realizó en los Da Capo, a modo de la mejor aria operística italiana, en donde, además dejo al público perplejo con una exhibición de su amplísimo registro, como en la pequeña cadencia del aria Ya es hora de lidiar, de la Cantada al Santísimo La Antorcha Bella. Pero el contratenor tuvo también tiempo de regalarnos momentos dulcísimos llenos de calor y belleza, como en Suspensión Amante, el Grave final que cierra de un modo muy peculiar, por inesperado, la Cantada Corre, flamante rayo. Mena, además posee un volumen sonoro muy poderoso que en ningún momento ocultó la orquesta, así como una dicción impecable del castellano, hasta en los momentos más complicados del fraseo de los enrevesados textos para el oyente actual, como demostró en el complejo pasaje …amante su ardor del aria Fiel la mariposa, de la Cantada que cerró la velada, Pues a sus luces bellas.
Concerto 1700 brindó una formidable lección a lo largo de todo el concierto de un gran trabajo en conjunto y de lo que significa el concepto de música de cámara. Así, desde la primera introducción instrumental, la del recitado Corre flamante rayo, los dos violinistas, Daniel Pinteño y Marta Mayoral mostraron una articulación idéntica para cada motivo, así como el uso de la misma cantidad de arco para cada pasaje. Asimismo, los unisoni con el oboísta Jacobo Díaz fueron impecables. Fue una verdadera lástima que no pudimos disfrutar, por las características de la instrumentación de las piezas, del dulce y puro sonido de Jacobo Díaz, ya que la mayoría de las ocasiones se mantuvo al unísono con los violines, para dar sensación de ripieno. Hubo momentos de gran complicidad entre el solista vocal y los violines, como en el pasaje …sacro esplendor, de la primera aria de Pues a sus luces bellas, en donde el motivo de agilidades de Mena era inmediatamente repetido de un modo exacto en articulación, intención y volumen sonoro por los dos violinistas.
El bajo continuo funcionó como un verdadero reloj de precisión, en el que el resto de la música y los músicos tuvieron unas raíces firmes y poderosas sobre las que fue muy fácil desarrollar las melodías y fraseos. Estuvieron capitaneados por una formidable Ester Domingo al violonchelo, qué musicalidad, precisión, afinación y dirección demostró a lo largo de la velada. No le fue a la zaga el contrabajista Ismael Campanero, quien en todo momento utilizó, como en los violines, la misma cantidad de arco, articulaciones, dirección y fraseos que su colega violonchelista, algo muy difícil de encontrar en grupos de este tipo en los que el contrabajo a veces tiene licencia para no implementar estas cuestiones. Campanero fue, además, quien ofreció esa sensación de tutti orquestal, con sus profundos y bellos graves. Pablo Zapico nos deleitó con unos ajustados arpegiados de sonido muy bello y homogéneo en todo el registro, ya fuera grave o agudo, a la par que añadió esa sensación de danza y de instrumento de percusión en los pasajes más festivos con sus rasgueados a modo de guitarra, como en las seguidillas de la primera Cantada. Por último, Ignacio Prego desempeñó una labor ejemplar en el clave, ofreciendo espectaculares desarrollos en los arpegios más vivos, como en el aria No se puede encarecer. Cuando empleó el órgano positivo cambió totalmente de recursos, empleando los acordes tenidos, en vez de los arpegios, como en el recitativo Víctima sea el alma, de la última Cantada.
El grupo instrumental interpretó, además dos sonatas para dos violines y bajo continuo de Giovanni Bononcini (1670 -1747), compositor italiano cuya obra debió conocer muy bien José de Torres. En estas bellas piezas el público pudo concentrarse tan solo en el grupo instrumental, en donde se apreciaron con más detalle todas las virtudes de Concerto 1700 ya descritas.
Daniel Pinteño es el principal artífice del buen trabajo en conjunto del grupo. Marcó los tempi de un modo muy vital y entusiasta, lo que denota su amor por este repertorio tan hermoso y desconocido, como bien explicó al final del concierto, antes de ofrecer dos propinas: el aria No se extravíe a lo vedado de la cantata Bello pastor de José de Nebra y la repetición del espectacular Da Capo ‘Ya es hora de lidiar’ de La antorcha bella de José de Torres.
Pinteño tuvo también unas palabras de agradecimiento, tan necesarias, para los musicólogos Raúl Angulo y Toni Pons, por su impagable labor de recuperación de este repertorio (y de otros muchos), sin los cuales conciertos como este no serían posibles.
Simón Andueza
Concerto 1700. Carlos Mena, contratenor. Marta Mayoral, violín, Ester Domingo, violonchelo, Ismael Campanero, contrabajo, Jacobo Diaz, oboe, Pablo Zapico, tiorba, Ignacio Prego, clave y órgano. Daniel Pinteño, violín y dirección.
Obras de José de Torres y Giovanni Bononcini.
Ciclo Universo Barroco del CNDM, Sala de Cámara del Auditorio Nacional de Música, Madrid.
30 de octubre 2019, 19:30 h.
Foto © Centro Nacional de Difusión Musical (CNDM) - Rafa Martín