Y en la víspera de San Juan llegó el concierto más esperado de esta 73ª edición del Festival Internacional de Música y Danza de Granada: el debut de la Orquesta Filarmónica de Viena. De las dos grandes orquestas germánicas, la Filarmónica de Berlín y la de Viena, esta última era una deuda pendiente en el festival granadino desde tiempos inmemoriales. Elegantemente ataviados con el tradicional frac —ya hoy olvidado por la mayoría de las grandes orquestas—, hicieron su aparición en el Palacio de Carlos V los casi cien músicos con Lorenzo Viotti al frente. Interpretaron el mismo programa que ya habían realizado con Viotti en la Sala Dorada del Musikverein de Viena: el Capricho español de Rimski-Kórsakov, La isla de los muertos de Rajmáninov y la Sinfonía n.º 7 de Dvořák. Un programa aparentemente dispar, con algunas concesiones a la galería como el Capricho español, pero del que, escarbando, podemos extraer elementos de cohesión: la utilización de elementos del folclore por parte de los dos compositores nacionalistas, Dvořák y Rimski-Kórsakov, la riqueza orquestal característica de este último y su influencia en la orquestación de Rajmáninov.
El Capricho español op.34 es una composición brillante y puramente externa, según palabras de Rimski-Kórsakov. Su esencia radica en el cambio de timbres, la elección precisa de melodías y patrones rítmicos de origen español que se adaptan a cada instrumento, y las breves cadencias virtuosas para solistas, especialmente el violín. Pese a ligeros descuadres de tempo entre el clarinete solista y el resto de la orquesta en los compases iniciales, el poderoso sonido de la formación vienesa llamó la atención desde el primer momento. Destacaron la prodigiosa fluidez con la que hilaron ritmos, timbres y los distintos caracteres de las melodías populares y
la magnífica intervención del concertino Volkhard Steude como violín solista. Viotti llevó la dirección desde el primer momento con gesto amplio, de movimientos elásticos y a la vez se mostró preciso y atento a los constantes cambios de ritmo y carácter.
La obra "La isla de los muertos", op.29, de Serguéi Rajmáninov, es harina de otro costal. Compuesta en 1909, este poema sinfónico se inspiró en una reproducción monocromática del cuadro "Die Toteninsel" (La isla de los muertos) del simbolista suizo Arnold Böcklin. La pieza comienza de manera sombría, desarrollándose en arcos melódicos en 5/8 que evocan el movimiento de la barca de Caronte. La tensión armónica, dinámica e instrumental crece constantemente hasta alcanzar un clímax a medida que la barca se acerca a la isla. La segunda parte también comienza suavemente, marcada como tranquillo, y se eleva a un clímax urgente y masivo. Rajmáninov incorpora el canto llano "Dies irae", un tema recurrente en su obra relacionado con la mortalidad. Esta sección disuelve la tensión hasta regresar al ondulante compás inicial, en una calmada aceptación del duelo tras la catarsis. A lo largo de este gran arco musical, tan bien trazado por Viotti desde un comienzo casi inaudible hasta su disolución final, la Filarmónica de Viena demostró realmente su potencial.
El sonido absolutamente perfecto de todos los grupos orquestales, redondeado en los graves por los portentosos contrabajos, el fluido transcurrir de la melodía con los timbres que Rajmáninov plantea con su vaporosa instrumentación, y los casi imperceptibles cambios de dinámicas hasta alcanzar los diferentes puntos culminantes, todo ello dio una sensación de irrealidad, de un sonido orquestal que no parecía de este mundo. Viotti manejó firmemente el timón de la barca en todo momento, demostrando una amplia capacidad para manejar dinámicas complejas y crear las atmósferas que la música pedía.
Para terminar, la Filarmónica nos trasladó de nuevo a la luz con la Sinfonía n.º 7 en re menor, op. 70, de Antonín Dvořák. A lo largo de sus cuatro movimientos, la conjunción entre Viotti y la Filarmónica de Viena alcanzó la categoría de milagrosa. Se unieron el asombroso sonido de la orquesta —impecables todos los grupos orquestales sin excepción— con la precisión, claridad y expresividad de la dirección del suizo. Su extraordinaria comunicación con la orquesta mejoró lo que ya parecía inmejorable: con una equilibrada mezcla de concisión y expansión, expuso todo el catálogo de melodías y estados emocionales de la hermosa sinfonía de Dvořák en una narración sin fisuras, perfecta.
Al igual que el binomio orquesta joven y director experto funcionó extraordinariamente en la inauguración del Festival con la Joven Orquesta Gustav Mahler y Petrenko, esta pasada noche la unión de una orquesta histórica como la Filarmónica de Viena con el fuego de un director joven como Viotti dio lugar a un concierto muy especial, mágico. El listón ha quedado casi inalcanzable.
Mercedes García Molina
Festival Internacional de Música y Danza de Granada
Wiener Philharmoniker/ Lorenzo Viotti
Obras de Rimski-Kórsakov, Rajmáninov y Dvořák
Palacio de Carlos V, 7 de junio de 2024.
Foto © Fermín Rodríguez | Festival de Granada 2024