Las Bodas de Fígaro, el título más programado en la andadura del Festival de Salzburgo, ciudad natal de Mozart, abría el capítulo operístico de su variada oferta con un nuevo montaje, que levantará ampollas, como se pudo intuir la noche del estreno en una parte del público.
El razonamiento de Hamlet “El tiempo está dislocado”, que adopta como lema la nueva edición, justificaría la mirada nada condescendiente que Martin Kušej, como hiciera hace dos décadas con un particular Don Giovanni, ha aplicado a la hora de diseccionar sin prejuicios su propuesta para otra ópera mozartiana con libreto de Lorenzo Da Ponte.
Como punto de partida, el director austriaco traslada la historia a nuestros días, para ubicarla en un bloque de viviendas de clase media en el que conviven todos los personajes como una banda de extorsionadores y delincuentes. No hay nobles y plebeyos.
Entre sus miembros, la violencia es explícita y la promiscuidad se respeta. El palacio que hasta ahora conocíamos ha desaparecido, y los títulos de conde y condesa sólo corresponden al rango dentro del clan. Como si el libreto de Da Ponte lo hubiera transcrito Bertolt Brecht para su puesta al día, en una suerte de Opera de tres peniques o un nuevo Mahagonny. Naturalmente que hay desafío, para sacar al espectador de su plácido letargo. En la historia reciente del Festival, otros Fígaros, como la propuesta de Marthaler para la despedida de Mortier, lo lograron por pura provocación inconsecuente.
Aquí todo está justificado, como fruto de una profunda relectura, dando como resultado un puzle donde las piezas acaban encajando, a veces no sin dolor. Ya no son niñas las que vienen a rondar ni su dueña las recibirá solícita. El acto final no transcurrirá en un primoroso jardín sevillano, sino en una descuidada floresta transitada por depredadores de todo tipo. La inocencia ha desaparecido en su conjunto. Sólo Fígaro parece mantener una dosis de pureza con su actitud.
Como contraste, el impacto estético en un concienzudo trabajo de Raimund Orfeo Voigt elaborando espacios de plástica hiperrealista, potenciados por el primordial juego de luces -y su ausencia- encomendado a Friedrich Rom. Como el bar en el que todos se encuentran. O el turbador doble plano contrastante en que la “marquesa”, nostálgica, evoca su pasado frente a El origen del mundo de Gustave Courbet, mientras Susana, desnuda, sentada en la bañera, contempla los azulejos de espaldas al espectador.
De dar consistencia global al espectáculo desde el foso, después de calentar el título en Boston, se responsabilizó el debutante francés Raphaël Pichon que, con exquisito pulso, controlando hasta el último detalle una orquesta dúctil como la Filarmónica de Viena, supo acompañar con mimo a un excelente conjunto de voces. Empezando por su mujer, la soprano Sabine Devieilhe, a quien esta temporada veremos en el Teatro Real como Micaela en una Carmen dirigida por Jacobs. Devieilhe redondeó física y vocalmente, una Susanna de excepción.
Como la mezzo guatemalteca Adriana González, que apunta muy alto en su carrera, y así lo demostró desde el aria E Susanna non vien. Junto a ellas el excelente barítono austriaco André Schuen deslumbró en su cometido de Conde de Almaviva, sin olvidar al bajo polaco Krzysztof Bączyk en el papel titular.
Junto a ellos, la mezzo francoitaliana Lea Desandre, como el por todas codiciado Cherubino, evidenció su paso por el “jardín” de William Christie y la soprano alemana Serafina Starke se lució como la infeliz Barbarina. Perfecto el coro titular de la ópera de Viena a las órdenes de Jörn Hinnerk Andressen.
Juan Antonio Llorente
Judit Kutasi, Elena Stikhina, Riccardo Massi, Alexander Köpeczi, André Schuen, Adriana González, Sabine Devieilhe, Krzysztof Bączyk, Lea Desandre, Serafina Starke, Kristina Hammarström, Peter Kálmán, Rafal Pawnuk.
Wiener Philharmoniker / Raphaël Pichon.
Coro de la Ópera de Viena / Jörn Hinnerk Andresen.
Le Nozze di Figaro, Mozart.
Haus für Mozart. Salzburgo 27 de julio 2023
Foto © SF / Matthias Horn