La apabullante presencia de la violista Tabea Zimmermann en el ciclo del Liceo de Cámara del CNDM venía precedida días antes por la también presencia de su aventajado alumno, Antoine Tamestit, que había interpretado con un brutal arrojo el atrevido Concierto para viola de Jörg Widmann. Tabea Zimmermann no es solo una de las intérpretes más colosales que se pueden escuchar, se constata que con Tamestit es igualmente una maestra sobresaliente.
Y para estar a la altura de esta intérprete, que la viola en años costará encontrar un talento semejante, Javier Perianes se mostró en su mejor faceta como inteligente acompañante y partenaire, sumando ambos unas interpretaciones alejadas del mayor desparpajo en la primera parte, la fiesta, y de la segunda, la ceremonia, donde se invitaba a un exceso de introspección, muchas veces petulante.
Y es que Falla, Guinjoan, Sotelo, Villa-Lobos y Piazzolla fueron la fiesta, con una iluminación muy intensa de la sala, mientras que Britten y Shostakovich, con las luces mucho más tenues, sirvieron de intensa ceremonia.
Definir el sonido de esta mujer es como describir los amarillos de Van Gogh o la madera de un whisky de malta envejecido, resulta a todas luces imposible, especialmente porque es incomparable a cualquier viola (y no solo viola) escuchada antes. Es tal la imponente presencia armónica y la calidad en todos los registros, que el oyente queda eclipsado ante el sonido, pero es que Zimmermann igualmente es un músico que interpreta las obras de manera referencial. Pensamiento y sonido de la mano.
Así, desde el Falla vibrante de las Siete Canciones populares españolas (que dos hermosuras en la Asturiana y la Nana), al Grand tango de Piazzolla (podrían y se puede hacer esta música más porteña, pero entonces se peca de exceso…), pasando por el aria tan famosa de la Bachiana n. 5 de Villa-Lobos (con un Perianes muy atractivo), con las músicas españolas de Guinjoan (la excelente para piano solo La Ilum naixent) y Mauricio Sotelo (Bulería para viola sola de los Muros de dolor), presente en la sala y justamente ovacionado, hicieron un recorrido por su reciente grabación “Cantilena”, con el añadido de Guinjoan y Sotelo como eminentes invitados. Una fiesta en toda regla.
Comenzar una segunda parte con una obra tan hermética como la Lachrymae de Britten puede servir de introducción a algo, pero ese “algo” dio la casualidad que todavía es una música mucho más impenetrable y misteriosa, la Sonata para viola y piano de Shostakovich, su última obra. Fue desgranado el Britten y llevado con un sutil ritmo (en Britten el ritmo no es muy sensual, es más bien áspero), dejando que la viola cantara las esencias de la música isabelina de John Dowland.
Y fue en la anti-sonata que es el Op. 147 de Shostakovich donde estos dos músicos demostraron porque tocan juntos. Si por momentos no parece una sonata (es decir, no por la estructura, sino por la ausencia de diálogo en la naturaleza de este género), ellos, en cada una de sus partes, dieron lógica al discurso, sin buscar la confrontación de las partes, cada uno, a su manera, tocó sin obstruir al otro sabiendo que esta música separa más que une, pero hubo tal naturalidad que toda la sala respiraba con ellos, con esas inquietantes balanzas entre el sonido y el silencio y los pasajes propios del postrero compositor, tan profundos como aparentemente intrascendentes. Un enigma de música narrada, tocada y sonada como si el mejor de los maestros solucionara la duda para sus alumnos.
Gonzalo Pérez Chamorro
Tabea Zimmermann & Javier Perianes
Liceo de Cámara del Centro Nacional de Difusión Musical (CNDM)
Obras de Falla, Guinjoan, Sotelo, Villa-Lobos, Piazzolla, Britten y Shostakovich
Auditorio Nacional, sala de cámara (Madrid)
Foto: Tabea Zimmermann y Javier Perianes interpretando la Sonata de Shostakovich con la sala oscurecida / © Elvira Megías