Hasta siempre, Maria Joao
No parece exagerado afirmar que, para cualquier persona que sienta un mínimo interés o disfrute con la comúnmente denominada música clásica, no había mejor sitio para estar en Santander entre las 20:30 y las 22:00 horas del pasado lunes 26 de agosto que la Sala Argenta del Palacio de Festivales. El Festival Internacional de Santander recibía en su gira de despedida de las salas de conciertos a Maria Joao Pires, una de las más grandes pianistas de los últimos cincuenta años. La ocasión, pues, era singular y la expectación entre el público que prácticamente llenaba la sala, alimentada aún más por un programa muy atractivo, era perceptible antes incluso de que se apagaran las luces.
Apenas había transcurrido un cuarto de hora del recital y ya tenía uno razones para sentirse más que satisfecho. Desde el teclado, la portuguesa había ofrecido una interpretación magistral de la Sonata Patética de Beethoven. El firmante podría desgranar todos los tópicos habituales cuando una gran artista se enfrenta a una obra semejante en las postrimerías de su carrera, pero no castigaré al lector más que con los estrictamente necesarios: ejecución técnicamente imperfecta (en verdad, fueron más que apreciables las notas falsas o emborronadas), dotada, no obstante, de la hondura expresiva que sólo se puede alcanzar con la experiencia y sabiduría de sus setenta y cinco años.
Con toda su vida a cuestas, sin la ambición ni las facultades de su juventud, Maria Joao Pires hizo gala de su enorme talento para el fraseo, depurado y exento de artificio y alcanzó cotas insuperables de emoción lírica en el adagio cantabile. Al igual que el mítico Wilhelm Kempff, Pires tiende a ralentizar los movimientos rápidos y a agilizar los lentos. Sea como fuere, el tempo elegido, su rubato casi imperceptible y el prodigioso equilibrio de fuerzas entre la mano izquierda, que marcaba el acompañamiento rítmico, y la derecha, que dibujaba la línea melódica, produjeron instantes de una belleza absoluta. No fueron los únicos, ni mucho menos. En realidad, fueron los primeros de una sucesión que parecía infinita y de la que entresacaremos la coda final del Arabeske o el celéberrimo Traumerei de las Kinderszenen de Schumann que completaron la primera parte.
En la segunda, quizás para subrayar el carácter de despedida de la velada, Pires se enfrentó a la Sonata nº 32 de Beethoven, la última que éste compuso para el piano. Aquí, de nuevo, la portuguesa exhibió su sentido cantabile, la variedad de su toque y la riqueza de su pedal,trazando arcos melódicos que avanzaban de forma natural, espontánea, sin obstáculos hasta quebrarse para descubrirnos el martirio de un hombre que se siente enloquecer ante su creciente sordera. Al llegar a los últimos compases, Pires, sumida en lo que parecía un trance místico, humilló la cabeza hasta situarla a escasos centímetros del teclado y permaneció así durante apenas unos segundos. Fundiéndose con el piano. Escapando de este mundo o, al menos, de nuestra mirada. La emoción estética no podía ser mayor.
Ahí pudo y debió acabar el concierto, pero el público de nuestra ciudad, acostumbrado a escuchar piano del bueno, premió a Pires con calurosos aplausos y ella, agradecida, correspondió con una propina innecesaria.
Maria Joao Pires (piano).
68º Festival Internacional de Santander. Palacio de Festivales.
Perianes, Mena y los Cinco Conciertos de Beethoven
No es frecuente por estos lares vivir una semana tan intensa musicalmente como lo ha sido la última semana del 68º Festival Internacional de Santander, pues al recital de despedida de Maria Joao Pires, le siguieron dos días después dos veladas protagonizadas por Javier Perianes y la London Philharmonic Orchestra a las órdenes de Juanjo Mena con la integral de los Conciertos para piano de Beethoven en los atriles.
Y al igual que había ocurrido con la Pires, era bien perceptible el interés entre el público por escuchar al pianista español con más proyección internacional en lo que llevamos de siglo. La carrera de Perianes (1978) ha adquirido últimamente la dimensión soñada por tantos jóvenes solistas y un impulso que le ha llevado, en menos de un mes, a recalar en Australia y México antes de visitar la capital cántabra. En todos los casos, con las partituras del músico de Bonn en la maleta.
Las expectativas que generaba su fulgurante trayectoria entre la afición cántabra se vieron colmadas ampliamente y si algo quedó claro en el balance general de las dos veladas, es que clase y méritos artísticos no le faltan al pianista onubense. Desde los primeros compases del juvenil y mozartianísimo Concierto en si bemol mayor nº 2 que abrió la serie, Perianes evidenció un toque ágil, poderoso, casi insolente en su dominio de los recursos expresivos. La regulación de intensidades en la cadenza del primer movimiento o la transparencia cristalina de trinos y arpegios del tercero fueron solo algunos ejemplos de su alta jerarquía interpretativa. Más alta, en mi opinión, que la de Juanjo Mena en esta partitura, pues si los ataques de la orquesta londinense siempre fueron precisos y el vigor rítmico de la batuta en el juguetón tercer movimiento resultó indudable, también fue llamativa su falta de acentos y su excesiva querencia por el mezzoforte.
Por suerte, el desempeño de Mena mejoró ostensiblemente a partir de entonces, con un juego muy interesante de dinámicas y frases amplias, cantadas sin prisas, en los dos conciertos que completaban el programa de la primera jornada: Concierto en do menor nº 3 y en sol mayor nº 4. El penetrante sonido de la sección de viento metal y los punzantes ataques de la cuerda llamaron mi atención pero los amplios pasajes dominados por el viento madera, el olímpico rondó del tercero y el sobrecogedor adagio del cuarto fueron, quizás, los momentos culminantes.
Veinticuatro horas después, orquesta, pianista y director reaparecían en el escenario de la Sala Argenta para completar la faena con notables versiones de los conciertos que marcan el principio y el fin del ciclo. Un ciclo que refleja el empeño de su autor por encontrar, entre todas las voces, una. La suya propia. La que ya se aprecia en las primeras frases concedidas al piano del Concierto en do mayor nº 1 y en el original comienzo de su segundo movimiento, aunque en su conjunto esta obra quede muy lejos de las cotas expresivas alcanzadas en el Concierto en mi bemol mayor nº 5. Orquesta, pianista y director dieron aquí lo mejor de sí mismos, con un adagio intachable en el que uno no sabía qué admirar más, si el sonido redondo de la formación londinense, el mágico bisbiseo de los violines o el contenido y emocionado lamento del piano. El alegre rondó final, con piano y orquesta persiguiéndose, cerró dos veladas de gran valor musical en el transcurso de un festival que tendría su clausura dos días después con la Orquesta de la Suisse Romande y Jonathan Nott.
Javier Perianes (piano) / London Philharmonic Orchestra / Juanjo Mena (director)
68º Festival Internacional de Santander. Palacio de Festivales
Darío Fernández Ruiz
Foto: La London Philharmonic Orchestra con Javier Perianes y Juanjo Mena / © Festival Internacional Santander- Pedro Puente Hoyos.