Tuvimos el privilegio de presenciar en la Sala Sinfónica del Auditorio Nacional uno de esos eventos realmente singulares en todos los aspectos, y que se convierte de inmediato en una ocasión transcendental.
Para celebrar los 80 años de vida de William Christie, icono contemporáneo de la interpretación historicista y figura irrepetible, el propio clavecinista norteamericano afincado en Francia, y fundador de Les Arts Florissants en 1979, con quienes revolucionó para siempre la forma con que se interpreta la música barroca francesa, por citar el más troncal, ideó un programa de concierto repleto de algunas de las joyas musicales más queridas y que más alegrías le han proporcionado en su carrera, centrándose en dos compositores fascinantes: Jean-Philippe Rameau (1683-1764) y Georg Friedrich Haendel (1685-1759). Las creaciones en las que se centró el programa fueron Les Indes Galantes, Ariodante y L’Allegro, Il Penseroso ed il Moderato, de las que se seleccionaron verdaderos tesoros musicales.
Pudimos disfrutar, además, del formato de este concierto en su versión completa, con gran orquesta, coro y ochos solistas vocales extraordinarios, puesto que esta producción, que está en gira por todo el mundo, se compone asimismo de una reducción de sus efectivos con el consiguiente menor coste económico para el organizador del concierto, pero gracias al esfuerzo de Impacta, en su primera temporada de conciertos, agencia promotora de eventos musicales que desarrolla nuevos modelos de comunicación con artistas, discográficas, instituciones y empresas, pudimos asistir a su versión completa.
Se dio la peculiar, y a priori desgraciada, circunstancia de que el propio William Christie canceló su participación en el evento por problemas de salud. Al contrario con lo sucedido con las citas inmediatamente posteriores a este concierto en lugares como Valencia, Oviedo, Saffron Walden o Londres, la cita se mantuvo intacta con absolutamente todos sus artistas participantes, con la excepción de su razón de ser, William Christie, que tuvo que ser sustituido por el codirector de Les Arts Florissants, Paul Agnew.
Se presentó en escena, pues, una orquesta formada por 5 violines primeros, 4 segundos, 3 violas, 4 violonchelos, 1 contrabajo, 2 flautas, 2 oboes, 2 fagotes, 2 trompetas, 1 tiorba, 1 percusionista, la clavecinista y organista, y un coro de 25 cantantes. Inmediatamente se sumó al conjunto un ovacionado Paul Agnew con un gesto de disculpas hacia al público por no poder contar con la presencia de William Christie. Pero de inmediato ese alegato de perdón se convirtió en el más sincero de los homenajes al tomar las riendas del espectáculo Agnew del mejor de los modos. La pasión musical de su interpretación, su contagioso disfrute, el férreo compromiso y la absoluta concentración durante la velada, elevaron a épica su actuación a modo de homenaje en vida al legado del fundador de Les Arts Florissants. Con un director como el presente y contando la orquesta con los excepcionales músicos que la conformaron, el resultado musical no pudo ser mejor. La obertura de Les Indes Galantes con la que dio comienzo el concierto dejó atónita a la audiencia con la energía musical emanada desde el podio, evidenciando el conjunto instrumental sus extraordinarias virtudes. La sonoridad de la cuerda fue en todo momento compacta, dúctil, empastada y de una igualdad de articulación absoluta, permitiendo una interpretación férrea, entusiasta y de goce absoluto. En la sección del fugato de este movimiento introductorio la maestría de su articulación dio toda una lección magistral de planos sonoros que se mantuvo durante todo el recital, cuestión esta fundamental en toda la interpretación de los extractos de la obra de Rameau, dada la complejidad estructural y de instrumentación de sus recitativos, ariosos, arias y coros.
Los vientos de la orquesta pudieron demostrar especialmente el colorido tan rico que Rameau imprime a la instrumentación de su música al servicio de los afectos que contiene su imaginería ya que convierten en una obra maestra absoluta los pasajes escogidos de su segundo y cuarto acto.
No podemos obviar mencionar el número de cierre de esta parte dedicada al creador francés, el extracto convertido en todo un himno, Forêts paisibles, de arrolladora y contagiosa fuerza empática rítmica, que obtuvo una de las más bellas experiencias interpretativas de cuantas composiciones barrocas francesas existen, mediante el concurso de solistas, coro y orquesta, en donde destacó la inigualable participación del percusionista Hervé Trovel.
En las obras haendelianas, esta circunstancia se mantuvo, pero debemos destacar otros aspectos, puesto que su estilo musical, bien distinto al francés, fue sabiamente diferenciado, ofreciéndose un estilos más directo y con que el público está más familiarizado, aunque la tradición francesa de sus adornos y fraseos son un sello inconfundible de Christie y sus conjuntos, convirtiendo cada deliciosa línea melódica del genio de Halle en una visión francesa del peculiar estilo europeo del compositor.
Aquí debemos mencionar las cualidades solistas de algunos de los componentes de la orquesta, especialmente en las extraordinarias arias con instrumentos obbligati de L’Allegro, il Penseroso ed il Moderato. Así, el aria Sweet Byrd contiene uno de los momentos solistas más fascinantes que recuerdo, y estuvo impecablemente interpretado por Serge Saitta.
Por su parte Béatrice Martin entusiasmó a la audiencia con su virtuosismo y capacidad de tañer varios instrumentos. Fue verdaderamente reseñable la utilización de un glockenspiel en el aria y coro Or let the merry bells ring around, a la vez que mostró un virtuosismo especial en el órgano en There let the pealing organ blow, absoluta pieza para el lucimiento del instrumento que probablemente fuera interpretada por el propio William Christie, de no haberse encontrado indispuesto.
Debemos alabar, por supuesto, la labor durante todo el concierto del tiorbista Thomas Dunford, convertido ya en referente de su instrumento y de la interpretación historicista. Su derroche técnico en el instrumento, su vitalidad y dominio de cada armonía son extraordinarios. Es, asimismo, fuente de inspiración musical incesante, tanto para sus compañeros músicos como para todo espectador que lo contemple.
El coro fue otro de los grandes protagonistas de este concierto tan especial. Pocas veces podemos escuchar en directo a un conjunto coral de semejante profesionalidad y calidad en nuestros escenarios como los que mostró el grupo francés. Debo remarcar especialmente el sonido luminoso, equilibrado, impecablemente afinado, cálido y con un natural y controlado vibrato de las sopranos. En el mundo actual del historicismo nos hemos acostumbrado a una interpretación que busca el empaste de las voces con la ausencia del vibrato, algo que muchas veces debe forzarse para obtener un resultado óptimo, y que despoja de calidez y expresión especialmente al timbre de las sopranos. Pudimos comprobar que se puede obtener un resultado fantástico, mediante el equilibrio de los volúmenes, emisión y color de las vocales, sin renunciar al hermoso, y controlado, vibrato.
Las demás voces, fueron igualmente excelentes. Altos, tenores y bajos imprimieron una calidad altísima a los fabulosos números que se escogieron, y además pudimos observar una gran capacidad teatral de todos los miembros del coro, especialmente en Haste thee nymph, and bring with thee, en donde a las risas tan brillantemente ideadas en la partitura haendeliana, se les añadió un carácter realmente actoral lleno de cómicas situaciones y efectos muy logrados.
El reparto vocal solista fue de una calidad extremadamente alta, y pudimos disfrutar en directo de algunos de los grandes momentos de dos más grandes compositores barrocos que jamás hayan existido, de un modo arrebatador, y se sucedieron, uno tras otro, verdaderos instantes inolvidables.
Así, en la parte dedicada a Rameau observamos una envidiable interpretación de la música barroca vocal francesa operística por auténticos especialistas en ésta. Y es que es de una dificultad máxima para su desempeño óptimo al estar completamente ideada en torno a la prosodia y estructura del idioma galo. Emmanuelle de Negri, Bastien Rimondi y Renato Dolcini exhibieron un oficio verdaderamente primoroso en una docta y expresiva dicción y locución del francés, dominando su fonética y los complejos e innumerables adornos que no entorpecieron el natural discurso musical de la formidable y compleja música ideada por Rameau.
En la segunda parte, las arias de los solistas vocales permitieron un lucimiento más personal de sus virtudes particulares, y están más cercanas a la sensibilidad universal más directa, que empatiza mejor con nuestra percepción.
Primeramente me gustaría destacar la arrebatadora vocalidad de la mezzosoprano Juliette Mey. La joven cantante francesa ha logrado posicionarse como una de las intérpretes más espléndidas de cuantas mezzos conozco. Su inquebrantable técnica, dueña de un fiato que permite realizar las más increíbles coloraturas con velocidades de vértigo, a la vez que muestra su precioso timbre vocal me dejan realmente atónito. A la vez su dicción, en esta ocasión del italiano, es absolutamente cristalina. Les recomiendo encarecidamente que presencien una de sus actuaciones.
La soprano Ana Maria Labin fue toda una dicha de facilidad vocal, tanto en el registro agudo como en los pasajes ágiles, sin desdeñar una voz con cuerpo en todo el rango vocal, mostrando una ductilidad y expresión muy notables. Este conjunto tan completo se acompañó por una gran expresividad, haciendo muy gratas sus intervenciones.
El barítono Renato Dolcini pudo mostrar en esta segunda mitad del concierto sus dotes vocales de sólida técnica mostrando un enérgico duelo con la orquesta que resultó de una gran complicidad tanto para intérpretes como para público. Su constante juego escénico y efectiva teatralidad mantuvieron siempre el dinamismo y una interpretación realmente amena en sus participaciones.
La rica, timbrada y bella voz del tenor James Way, poseedora de ese rico timbre que cualquier intérprete de las arias haendelianas difícilmente posee, se adecuó perfectamente a este rol, demostrando siempre una intachable y convincente puesta en escena absolutamente actoral, denotando su procedencia anglosajona, que encaja perfectamente tanto en la concepción del compositor como en el fraseo y dominio absoluto del idioma inglés. Además, su dominio de su instrumento vocal, gracias a una férrea técnica, facilitó el resto de su labor.
No podemos obviar la participación como solista de la soprano Maud Gnidzaz, integrante del coro, en el número Or let the merry bells ring round, denotando que la calidad de cada integrante del conjunto vocal galo es de un alto, muy alto nivel, adaptando perfectamente su vocalidad tanto al mundo solístico como al grupal.
Estos fueron algunos de los momentos más destacados de una noche absolutamente memorable, que perdurará en nuestra memoria felizmente durante largo tiempo. El público asistente así lo supo apreciar, y con un auditorio puesto en pie como raramente recuerdo y con un entusiasmo máximo, la dichosa audiencia obtuvo su recompensa: la repetición de Forêts paisibles de Rameau, con la participación en las palmas del respetable, bajo indicación de Paul Agnew, a modo de una Marcha Radetzky barroca…
Simón Andueza
Feliz Cumpleaños, Bill
Ana Maria Labin, Emmanuele de Negri, Rachel Redmond y Maud Gnidzaz, sopranos, Juliette Mey, mezzosoprano, Bastien Rimondi, y James Way, tenores, Renato Dolcini, barítono.
Les Arts Florissants, Paul Agnew, director.
Obras de Jean-Philippe Rameau y Georg Friedrich Haendel.
Ciclo Impacta. Sala Sinfónica del Auditorio Nacional de Música, Madrid.
5 de febrero de 2025, 19:30 h.