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Crítica / Fascinante virtuosismo orquestal - por José Antonio Cantón

Murcia - 04/05/2024

Desde hace casi veinte años no volvía al Auditorio Víctor Villegas de Murcia el gran violinista estadounidense Joshua Bell (Bloomington, 1967), que se presentó bajo la batuta del maestro Vladímir Fedoséyev dirigiendo la Orquesta de la Radio de Moscú en noviembre de 2004. En esta ocasión, asumiendo la doble función de director y solista, Bell ha actuado con la Orquesta de Cámara de Europa interpretando un programa con dos obras de esenciales compositores del romanticismo alemán; la obertura de Egmont, Op. 84 y la Cuarta Sinfonía, Op. 60 de Beethoven que, respectivamente, abría y cerraba el programa, y el Concierto para violín y orquesta, Op. 77 de Brahms, con el que este admirado virtuoso del violín lució todo su potencial artístico.

Con la efectiva y segura colaboración del californiano Steven Copes como primer violín, Bell dirigió la obertura asumiendo la función de concertino-líder dinamizando el tono sombrío y serio del inicio de la obertura Egmont, que anuncia la tragedia goethiana del mismo nombre a la que Beethoven puso música incidental. El tempo lo aceleró al límite de la ruptura métrica en el allegro central generando un desafío heroico que ponía a prueba la capacidad técnica de la orquesta, que asumía el reto con dotes excelentes en precisión formal y entrega emocional. Todo el discurso estaba orientado al vigoroso final de esta pieza que Bell llegó a enfatizar al máximo.

El concierto devenía en su máximo interés con la obra concertante de Brahms, que es absolutamente referencial en este tipo de repertorio. Entrando con algo más de serenidad en la introducción orquestal del tema principal, Joshua Bell hizo de ésta una exhibición extendida apoyándose en la bondad sonora de las trompas y la prestancia inestimable del timbalero John Chimes, muy admirado por Boulez y Gardiner con quienes ha colaborado en innumerables ocasiones, prestigio que le ha llevado a intervenir en las mejores formaciones orquestales de cámara británicas.

Su enorme calidad marcaría rítmicamente el desarrollo del allegro inicial antes de llegar a uno de los momentos más curiosos de su discurso, la cadencia de excesiva prestidigitación escrita por el propio Bell que venía a sustituir a la de Joseph Joachim, gran maestro del violín del siglo XIX y dedicatario de la obra, que es la que se interpreta habitualmente. En el Adagio se produjo un diálogo tranquilo y articulado, sólo interrumpido por un pasaje central en el que violín y orquesta se contestaron con pretendida imposición de protagonismo favorecido por la tonalidad mayor, derivando posteriormente a la calma inicial del movimiento. El carácter cíclico del jocoso allegro final de carácter zíngaro hacía que el oyente se sintiera envuelto en una dinámica desenfrenada que le arrastraba al ritmo impuesto por Bell desde su extraordinario stradivarius “ex-Huberman” de 1713, antes de los tres acordes con los que concluye la obra. El público, satisfecho, correspondió con un largo e intenso aplauso.

La Orquesta de Cámara de Europa adquiría máximo protagonismo con la sinfonía de Beethoven. Joshua Bell comprendió la sólida autonomía de la formación británica dejándose llevar por su dinamismo sonoro y su movimiento rítmico, muy experimentados a lo largo de sus más de cuatro décadas de historia. Así hay que entender el seguimiento que hizo esta formación de la cinética del Joshua Bell que se limitaba a ofrecer una gestualidad libre en expresión, permitiéndose no seguir los parámetros naturales de una académica dirección musical. Paradójicamente la lectura de la orquesta sí funcionaba con precisión técnica y brillantez estética, dejando una sensación de plenitud en el oyente muy estimulante y agradable, producto de un elevado nivel colectivo de interiorización de la obra que dejaba muy a las claras la altísima conjunción de sus componentes, manteniendo en todo momento una escucha entre ellos que determinaba la extraordinaria respuesta estética y calidad de sonido de las que hace gala.

Todo ello tuvo su repercusión en una vital lectura de la orquesta que se percibía segura y sólida en la exposición temática, aspecto que Joshua Bell asumía con entusiasmo ya que eran factores muy positivos que le venían dados como, por ejemplo, la equilibrada progresión armónica con la que fue expuesto el Allegro vivace del primer movimiento, el reflexivo canto de la cuerda en el Adagio, desarrollado con elevado lirismo como el también alcanzado en su conclusión, el sugestivo sentido folclórico percibido en el Scherzo y, finalmente, la perfecta resolución de las dificultades técnicas que aparecen en el Allegro con el que termina la sinfonía, de manera especial por la sección de instrumentos de viento-madera comandados por Marc Lachat, oboísta francés que ha sido muy solicitado por grandes maestros de la batuta como Sir Roger Norrington o Bernard Haitink. En definitiva, el fascinante virtuosismo orquestal se impuso sobre la limitada capacidad de Joshua Bell como director en comparación a su excelencia como violinista.

José Antonio Cantón

 

Chamber Orchestra of Europa

Solista y director: Joshua Bell (violín)

Obras de Ludwig van Beethoven y Johannes Brahms.

Murcia. Auditorio ‘Víctor Villegas’, 23-IV-2024

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