Escuelas ostensiblemente distanciadas dentro de las músicas norteamericanas, la que representan Philip Glass y Aaron Copland, en un programa de la Orquesta Sinfónica de Galicia, que iban desde el Concierto fantasía para dos timbales y orquesta, del primero, del que fueron solistas Javier Eguillor y José Belmonte, y la Sinfonía nº 3, del segundo, bajo la tutela de José Trigueros.
Un cara a cara entre solistas de portentoso nervio timbalero y un director que bastante conocía del espacio percusivo. Philip Glass, artista de considerable proyección desde hace décadas, probó desde sus primeras tentativas en las corrientes propuestas por Harry Partch, creador rupturista y enclavado en la marginalidad, ideando provocativos modelos de afinación, preparando la posibilidad de esa corriente que en breve, tendrá continuadores en La Monte Young, Terry Riley o Steve Reich. Con fortuna, Glass logrará un mayor reconocimiento, dentro de esa corriente llamada minimalismo, logrando superar mitos y tabúes establecidos.
El Concierto fantasía para dos timbales y orquestas, fue presentado por Javier Eguillor, miembro de la O.S. de Valencia junto a Julian Bourgeois con la ONE en Alicante, dirigido por Hernández Silva y con Rafael Mas, en un concierto con la ORTVE, con la batuta de Erik Nielsen, obra temperamental por el poderío percusivo, por el considerable set que se ubica en un cuadro que utiliza doce timbales y que supedita a la orquesta a situarse en un plano de obligado asistente.
Tres tiempos y una cadenza, en este compromiso del autor por encargo del timbalero Jonathan Haas, en una sesión celebrada en el Lincoln Center neoyorquino, estrenada en el 2000, con la American Symphony Orchestra, dirigida por Leon Botstein. Philip Glass dejó experiencias como Étoile polaire, en la que dos o tres notas se repiten hasta el agotamiento, dentro de un cambio de texturas en las que usa timbres variados y una apabullante serie de tonos. Glass, tuvo el beneficio de asistir a éxitos sonados en nuestro país, como fueron O Corvo Branco, en el Teatro Real, teniendo a Robert Wilson, como director de escena, ópera que procedía de la Expo, de Lisboa. El Teatro de la Maestranza de Sevilla acogió el estreno absoluto de La bella y la bestia, en la que conjugaba el cine, partiendo del estilo del cine mudo, partiendo del primigenio Jean Cocteau y que se llevaría en gira por ciudades españolas, entre las que se incluía Santiago.
Aaron Copland, el mismo que atendió a las docencias de Nadia Boulanger y que se unirá sus colegas Walter Piston, William Schumann, Samuel Barber o Howard Hanson para reafirmar el afianzamiento de la música norteamericana, sabrá acuñar prototipos en obras que serán un patrón a seguir, Rodeo, Appalachian Spring, Salón México, siempre con el tratamiento orquestal que sintetizará el talante de la música americana por excelencia. Habrá quienes como Claude Rostand, afirme que el autor no supo calar en profundidad el alma del Homo americus, como realmente consiguió Charles Ives. El uso de temas latinos que hábilmente incorporará, se convertirán en un aspecto digno de tenerse en cuenta.
Tres sinfonías que buscan posibilidades distintas, y entre ellas la Sinfonía nº 3, una propuesta de S.Koussevitsky, estrenada en la primavera de 1946, con la O.S. de Boston, que dirigiría el propio interesado.
Trigueros, tras el concurso de gran despliegue con sus colegas timbaleros, encaró con solvente convicción esta sinfonía, desde el Molto moderato a modo de preludio y que incorpora detalles que evocaban vagamente una obra emblemática por excelencia, la Primavera Apalache, tiempo de gran brío hasta alcanzar un climax ansiado y que anunciaba el Allegro molto, especie de scherzo igualmente rítmico en el que el trío sirve como claro contraste, por la delicadeza de su orquestación, que manejaba apacibles melodías, que nos llevaba a un Andantino quasi allegretto, que no desdecía el espíritu de la obra, y en el que la flauta en su entrada, retomaba elementos del primer movimiento.
Para completar, el Allegro Molto moderato (fanfare risoluto), de nuevo con recurrencias a argumentos personales y en este caso de la Fanfare for the Commo Man, una referencia al discurso de Henry Wallace Century of the Common Man, figura respetada en el entorno de Roosvelt.
Años después, el musicólogo William Austin, se sintió obligado a opinar sobre la sinfonía en estos términos: Nada puede convencer al oyente a disfrutar con la obra, si carece de toda simpatía por su espíritu de determinación y amabilidad esperanzadas, muy en la estela del New Deal. Virgil Thomson también se burlará de la obra en una actitud ciertamente injusta y en concreto en lo relativo a la situación socio-cultural y en parte, debido a que sus propias sinfonías, obsesivamente americanas, pasaban por una situación menos propicia.
Ramón García Balado
José Belmonte y Javier Eguillor
Orquesta Sinfónica de Galicia / José Trigueros
Obras de Philip Glass y Aaron Copland
Palacio de la Ópera, A Coruña