El cierre de temporada de Ibermúsica tuvo como protagonistas a la Dallas Symphony Orchestra, junto a su titular Fabio Luisi, al violinista James Ehnes, y al barítono Thomas Hampson. Los dos programas estuvieron integrados por el Concierto para violín y orquesta Núm. 2 en mi menor, Op. 64, de F. Mendelssohn, la Sinfonía Núm. 6 en si menor, Op.74 “Patética”, de P. I. Tchaikovsky, el primero de ellos, y What keeps me awake, de A. Negrón, Cuatro canciones de Walt Whitman, de K. Weill, y la Sinfonía Núm. 5 en mi menor, Op. 64, también de Tchaikovsky, en la segunda velada.
La Dallas Symphony Orchestra, que no había participado en este ciclo desde 1985, comenzó su esperada reaparición con el Concierto para violín de Mendelssohn. Un poco desajustados, solista y formación, al comienzo del Allegro molto appassionato, con un tempo algo acelerado, marcado por Luisi, todo llegó a su punto de encuentro en la sección cantabile central del movimiento, donde Ehnes, que se presentaba por primera vez en Ibermúsica, destacó por su sutil fraseo y controlado vibrato en la exposición del segundo tema, apoyado por las delicadas flautas y clarinetes. La Cadenza ad libitum fue abordada con resolución y brillantez por Ehnes en sus sucesivos arpegios, cambios de registro, precisos sobreagudos, acordes y trinos, preparando la entrada de la orquesta, y desplegando un verdadero tour de force virtuosístico en la sección final del movimiento, a partir del Presto.
Sin solución de continuidad, y con el fagot como nexo, el Andante discurrió fluido, sereno y bien equilibrado, mostrando la vertiente más lírica del solista y la formación, con las respiraciones de la melodía muy naturalmente expuestas gracias a la atenta e inspirada dirección de Luisi, como si de una delicada acuarela -de las que pintaba el propio Mendelssohn- se tratara.
El Allegretto non troppo-Allegro molto vivace fue interpretado con suma precisión y gracilidad, mostrando Ehnes su absoluto dominio en la técnica del arco de su instrumento –un violín Stradivarius “Marsick” de 1715– en los endiablados pasajes en semicorcheas, arpegios, pizzicato o trémolos en dobles cuerdas, sin perder nunca el pulso y balance sonoro respecto a la orquesta, concluyendo con asertividad su lograda versión.
Aplaudido con entusiasmo por el público, Ehnes brindó dos generosas propinas: la Tercera sonata para violín, de Ysaÿe, de extremo virtuosismo e intensamente dramática en su interpretación, así como el Largo, de la Sonata Núm. 3 para violín solo de J. S. Bach, introspectiva y sutil en manos del gran solista canadiense.
Continuó la velada con la Sinfonía Núm. 6 “Patética”, de Tchaikovsky. Con gran presencia del sombrío fagot solista sobre los contrabajos, fue iniciado el Adagio-Allegro non troppo, apropiadamente contrastado con la segunda sección de este movimiento, muy claramente articulada en su exposición contrapuntística. El famoso motivo melódico en violines y violonchelos del Andante, sobre las trompas, se mostró nostálgico y flexible en el fraseo, sin melodrama añadido, y con solos destacables de las maderas El movimiento fluyó con adecuado pulso, bien exhibido en sus contrastantes secciones, sobre todo en el dramático Allegro vivo, donde maestro y orquesta brillaron por su cohesión, precisión y energía, si bien no se llegó a ahondar del todo en el sustrato trágico que exhala de estas páginas.
El Allegro con grazia discurrió con elegancia y ligereza en la exposición melódica, contrastando con la sección dramática central, articulada por el latir en ostinato del timbal. Luisi y su orquesta lograron, a partir de este movimiento, entrar con total convencimiento en el núcleo expresivo de la obra. El Allegro molto vivace resultó brillante, rítmico y desenvuelto en los juegos motívicos, con una orquesta plenamente cohesionada en todas sus secciones, especialmente en los metales, que logrando éstos el carácter triunfal del movimiento –con dinámicas en fff siempre controladas–, sin excesos, y con un rotundo remate que arrancó las ovaciones acaloradas del público al final del mismo.
Como colofón a esta versión, Luigi atacó el Finale: Adagio lamentoso con absoluta convicción, exponiendo, con gesto amplio y abierto, el tema recurrente de las cuerdas para revelarnos la hondura trágica que envuelve a todo el movimiento. Completamente involucrados en la interpretación, maestro y formación delinearon cada gesto, respiración y contraste entre episodios con total entrega, exhibiendo el especial tándem entre ellos en lo que, sin duda, fue el momento más intenso del concierto.
Como correspondencia a los calurosos aplausos de la audiencia, fue interpretada la Obertura de Ruslan y Ludmila, de Glinka, en una rutilante y virtuosística versión que equilibró con creces el sombrío final de la Patética.
What keeps me awake, de la compositora puertorriqueña A. Negrón, abrió el segundo concierto de la Dallas Symphony Orchestra en Madrid. Estreno en España, la obra, de unos 7´de duración, fluye con naturalidad y se articula en una serie de episodios yuxtapuestos, de diferentes texturas orquestales. De sonoridad evocadora e introspectiva, la pieza destaca por una cuerda lírica y cantabile combinada con motivos más rítmicos, armónicos, puntillistas o minimalistas. Si bien, es siempre bienvenida la música de nuestro tiempo en los grandes ciclos, también se espera que tengan mayor calado, sin que su papel sea meramente testimonial…
Las Cuatro canciones de Walt Whitman, de K. Weill, resultaron de una gran belleza y naturalidad en la voz del barítono estadounidense Thomas Hampson. Las canciones, de temática patriótica, y que amalgaman a la tonalidad, ritmos de jazz o tics del género musical, fueron concebidas originalmente para voz y piano, siendo orquestadas posteriormente por el propio Weill junto a otros colaboradores, como el español Carlos Suriñach o John Baxindine. El carácter de las mismas transita del más puro lirismo, como ocurre en “Oh Captain, my captain!” y “Dirge for two veterans”, pasando por lo heroico, en “Beat! Beat! Drums!”, o lo trágico, en "Come up from the fields, father", siendo transmitidos estos matices de forma convincente por Hampson a través de una vocalidad que pasa del canto al declamado entonado (sprechtgesang) con una facilidad inigualable. Voz profunda y de gran proyección, quedó algo amortiguada, sin embargo, en ciertos pasajes de mayor densidad orquestal, a los que Luisi debió calibrar mejor para el total balance con Hampson.
Muy aplaudido por su actuación, el barítono norteamericano regaló una singular propina: el himno de los Shakers, “Simple Gifts”, atribuido a Joseph Brackett, y mundialmente conocido por ser utilizado por Aaron Copland en su Appalachian Springs, haciendo partícipe al público con las palmas del ritmo de esta famosa melodía.
Culminó la intervención de la Dallas Symphony Orchestra con la interpretación de la Sinfonía Núm. 5, de Tchaikosvky, Sutilmente empastado el clarinete solista con la cuerda, al principio del Andante-Scherzo: Allegro con anima, y creando la atmósfera nostálgica que lo determina, el primer movimiento resultó, en general, muy bien expuesto y resuelto por maestro y formación, imprimiendo el pulso adecuado a los distintos bloques temáticos que lo forman, recreándose en las partes más melódicas con verdadero refinamiento, así como dotando de la energía necesaria a los episodios más rítmicos y dramáticos. Destacaron también el fagot solista y la sección de maderas en sus sucesivas intervenciones, junto a una cuerda muy bien empastada.
El Andante cantabile-con alcuna licenza exhibió, en su comienzo, una muy destacado e inspirado solo de trompa, en contrapunto con el primer clarinete, siendo retomada la nostálgica melodía por los violonchelos, untuosos y de dilatado fraseo. Luigi dio sentido a los cambios de carácter del movimiento, abriendo el discurso en los poderosos clímax, sin caer en el afectamiento, con una lectura precisa y, a la vez, sutil.
En el Valse: Allegro moderato, la agrupación estadounidense mostró absoluta precisión en las vertiginosas filigranas contrapuntísticas entre cuerdas y maderas. Adoleció, quizá, de cierta elegancia y apertura rítmica, a pesar de la precisión en su ejecución.
El final de la sinfonía, Andante maestoso-Allegro vivace-Molto meno mosso, fue construido con total control por Luisi, dando unidad, contraste e impulso adecuados a los bloques temáticos que lo configuran, obteniendo de su orquesta la máxima excelencia en intención musical, virtuosismo y cohesión. Brillaron todas las secciones instrumentales, alcanzando puntos climáticos verdaderamente impactantes, sin perder en ningún momento la tensión y perfil formal del movimiento. El Moderato assai e molto maestoso cerró triunfalmente esta vibrante versión de la sinfonía, aplaudida con fervor por el público presente, y que dio lugar a que regalaran de nuevo la Obertura de Ruslan y Ludmila, de Glinka, en una ejecución, si cabe, aún más radiante que la del día anterior.
Exitoso retorno y broche de temporada con la Dallas Symphony Orchestra y Fabio Luisi, a los que esperamos volver a escuchar sin que pasen otros 39 años desde esta última e inolvidable actuación.
Juan Manuel Ruiz
James Ehnes, Thomas Hampson
Dallas Symphony Orchestra / Fabio Luisi.
Obras de Mendelssohn, Negrón, Weill y Tchaikovsky.
Auditorio Nacional, Madrid.
Foto © Rafa Martín / Ibermúsica