Un día antes de cumplirse los cinco años exactos desde su última visita al Festival Internacional de Santander, Maria Joao Pires regresó al escenario de la Sala Argenta para ofrecer junto a Ignasi Cambra uno de los recitales de piano más conmovedores que se han escuchado en el Palacio de Festivales. Sin el glamour, ni la deslumbrante sofisticación que derrochó Yuja Wang hace unas semanas. Sin aspavientos, sin decenas de partituras en el ipad. Sin nada. Tan solo con una naturalidad desarmante, muchas menos toses en la sala y la presencia de una lámpara junto al piano que jugaba a ser metáfora visual de todo el genio, de toda la verdad que esos dos músicos enormes se afanarían en revelarnos a lo largo de las dos horas y cuarto que duró la velada.
De Maria Joao Pires conocíamos la esencial pureza de su toque, su sentido del fraseo y del rubato, su habilidad para ligar notas, mantener el aliento y, en definitiva, hablar con el piano. De su estrecho colaborador Ignasi Cambra, en cambio, ignorábamos casi todo, pero ahora ya sabemos que su unión no es fruto de la casualidad o el capricho, que una y otro comparten el mismo lenguaje, una misma frecuencia de razón y emoción. Así nos lo hicieron sentir desde el primer minuto del Lebensstürme D947 ("Tormentas de vida") de Schubert que tocaron a cuatro manos, un allegro en La menor que bien podría ser el dramático primer movimiento de una sonata. Sus acordes iniciales tronaron con el énfasis debido; las escalas rápidas y los silencios sobrecogieron con la misma intensidad. Buen comienzo.
A partir de ahí, Pires y Cambra se alternaron en la primera parte para ofrecernos en solitario la Sonata nº 4 en Mi bemol mayor K282 (él) y la nº 13 en Si bemol mayor K333 (ella) de Mozart. Cuando uno tocaba, la otra escuchaba, apartada, a escasos metros. Y así siguieron en la segunda, conjugando la Suite bergamasque de Debussy (ella) con las Cançons i danses nº 1, 2, 5, 6, 7 y 8 de Mompou (él), para concluir como habían empezado, tocando a cuatro manos otras dos piezas del músico francés: Rêverie y Valse romantique.
Una crítica concienzuda detallaría cosas como la sonoridad propia de un fortepiano que Cambra extrajo del poderoso Steinway que tenía frente a él en el comienzo de la Sonata K282 o la sorprendente eficacia del attacca con que Pires abordó el tercer movimiento de la Sonata K333. Eso, decía, es lo que cabría esperar en una crítica pormenorizada; pero ésta no lo es ni puede serlo, porque la cascada de música fluía tan caudalosa e inabarcable como las ideas en una obra de Albert Camus y el torbellino de belleza era tal que, al final, ya daba igual quién tocaba qué. La verdad de la emoción sincera se imponía y un acento sutil o una simple pausa bastaban para trasladarnos desde una profunda sensación de añoranza hasta otra de determinación heroica.
Asistimos atónitos, en fin, a una celebración de sensualidad desbordada en la que los intérpretes, pese a su categoría excepcional, eran lo de menos y la música, lo de más. Por eso, el público se abandonó hasta el punto de bravear a destiempo y terminó puesto en pie, a lo que Pires y Cambra respondieron con una propina tan deliciosa y simpática (primer movimiento de la Sonata a cuatro manos en Re mayor K381 de Mozart) como la anécdota que la precedió: la partitura se había quedado en el camerino...
Darío Fernández Ruiz
73 Festival Internacional de Santander
Maria Joao Pires e Ignasi Cambra, piano.
Sala Argenta del Palacio de Festivales.
Foto © Pedro Puente para al FIS