Que Josep Pons tiene una sensibilidad especial para el repertorio orquestal y operístico de la primera mitad del siglo XX es algo incuestionable. Y así volvió a quedar de manifiesto el pasado 23 de noviembre, cuando, al frente de la Orquestra Simfònica de Barcelona i Nacional de Catalunya, dirigió El castillo de Barbazul de Bartók. Fue la suya una versión de aliento sinfónico, en la que la orquesta se convirtió en un protagonista no menos importante que las voces a la hora de evocar los diferentes clímax, atmósferas y matices de este oscuro, inquietante y, a la vez, poético cuento. Pons, sin embargo, no olvida que está ante una ópera, de ahí también el pulso dramático que supo imprimir a lo largo de toda la interpretación, sin que la tensión desfalleciera en ningún momento.
Los cantantes brillaron también a una gran altura, con una Rinat Shaham que convenció a la hora de dar entidad a una Judith que evoluciona, que muestra diferentes caras, a lo largo de la obra, a pesar de que en algunos momentos su voz quedara aplastada por la masa orquestal, y un Robert Bork seguro, firme, atento siempre a humanizar al personaje de Barbazul. Fue, en definitiva, una extraordinaria versión que hizo olvidar rápido una brevísima primera parte integrada por las dos primeras Danzas eslavas op. 72 de Dvorák y la primera y la tercera de las Danzas húngaras de Brahms, un guiño a la pasión de Bartók por el folclor eslavo y magiar que Pons dirigió con brío y gracia.
Juan Carlos Moreno
Orquestra Simfònica de Barcelona i Nacional de Catalunya (OBC) / Josep Pons.
Rinat Shaham, mezzosoprano; Robert Bork, barítono. Obras de Dvorák, Brahms y Bartók.
L’Auditori, Barcelona.
Foto: Rinat Shaham, mezzosoprano.