Con sprezzatura en estreno en España, a la sazón encargo a Josep Planells de la Orquesta y Coro Nacionales de España y la Orquesta Sinfónica de la WDR de Colonia, arrancó el concierto de la citada Orquesta Nacional dirigida por Anja Bihlmaier, que escuchamos en su cita de viernes de temporada.
Pretendida distancia emocional o estética, sea ésta cortesana o no, como parece desprenderse de su título, conforme con cierto aliento furtivo de resucitado (¿redimido, quizás?) maquinismo orquestal que osciló, en este sentido, entre una sublimación instrumental de técnica contumaz y la puesta al día o decadencia, según quiera verse, de aquel desarrollo rupturista de antaño.
Al margen de algún descuido del público con sus teléfonos (descuido que se reproduciría en el Tchaikovsky sinfónico posterior), una nueva obra que destacó, junto a su suficiencia formal y algunas pinceladas tímbricas (como, al vuelo, las que aportara puntualmente la sonoridad del acordeón) el ajuste, control y firmeza del podio en esta comprometida empresa.
El Tchaikovsky de su transitada Quinta sinfonía se arrancó con la consabida, profunda y característica sonoridad de un clarinete protagonista y… una renovada injerencia de los (malditos) sonidos de los móviles (presumiblemente, el mismo que se explayara a gusto entre los abundantes silencios de aquella estructura entrecortada en moderno hochetus, de la primera parte de estreno). Una intromisión reincidente que no inmutó, ni antes ni ahora, la claridad de la conducción en tan delicado trance.
Una nitidez y aplomo en la dirección de Bihlmaier que se extendió a todos los movimientos de esta sinfonía pero que funcionó de forma desigual en su conjunto.
Por un lado, proporcionó momentos de empaque musical inédito (lo que resulta excepcional en sinfonía tan frecuentada como ésta). Inédito por la imagen clara y distinta de sus ricas texturas internas, a menudo conformando (rítmica o motívicamente) el cuerpo del gustoso halo armónico que propone el autor ruso. Texturas, pues, claramente diferenciadas que mostraron, así, el hábil manejo de los fecundos motivos musicales en diálogo y brillante tránsito de unos grupos instrumentos a otros.
Pero que, por otro lado, planteó una perenne base tensional que parecía no resolverse. De hecho, y sirva esto como simple corolario o síntoma, sorprendió de inicio por mantener buena parte de la tensión musical acumulada sin diluir ni resolver, hasta una abrupta llegada de la cadencia final de su primer movimiento (su Andante – Allegro con anima).
Una tendencia que, pese a los célebres solos con su oportuno tiempo, flexibilidad y sosiego, se mantuvo en los demás movimientos (el final del Andante cantábile, con alcuna licenza que se siguiera, fue otro ejemplo en la misma línea, eso sí, menos acusado). Obviamente, como ya he mencionado, si prescindimos de los inspirados solos, como el célebre de trompa de este segundo movimiento, que aportaron cierto extraño respiro a esta pauta.
En cualquier caso, los momentos de abierta dificultad de concertación en trabado contrapunto, que este gran sinfonismo de Tchaikovsky presenta, y que, habitualmente, se enmascaran en un fárrago instrumental envolvente, fueron nítidos en su definición, con una sólida coherencia de tempi.
Para finalizar, como pequeña anécdota para la estadística, el público (una vez más) volvió aplaudir a destiempo, anticipándose tras aquella abultada semicadencia sobre la dominante, tres fff con ritenuto molto incluido y, sobre todo, sobre el osado silencio (con maleable calderón…) previo a la coda del cuarto y último movimiento (hoy con un enfático y pienso que, al menos, discutible de esta guisa, remate conclusivo en sus cuatro terminantes acordes placados en tutti de tónica de mi mayor). Se veía venir.
Luis Mazorra Incera
Orquesta Nacional de España / Anja Bihlmaier.
Obras de Planells y Tchaikovsky.
OCNE. Auditorio Nacional de Música. Madrid.