Un variado concierto en que se iban alternando los solistas Rolanda Ginkute al violín, Cristina Cordero a la viola y Juan Barahona al piano, tuvo lugar en una sala de cámara del Auditorio Nacional repleta de público, en el ciclo La generación ascendente que organiza la Escuela Superior de Música Reina Sofía.
Sobre los atriles de estos jóvenes músicos, novedades para piano solo firmadas por Francisco Coll en estreno, junto al repertorio de los Mozart -en comprometido dúo de cuerda-, Beethoven -nada menos que su incombustible Sonata “Primavera”-, un Schumann maduro de fábula y duende, y, para terminar en punta, festivos y relajados, un Shostakóvich en plan paródico, risueño y burlesco.
Encargo de Paloma O'Shea para la Escuela Superior de Música Reina Sofía, dentro del proyecto Música para una Escuela, las Tres piezas para piano de Coll en las manos del Juan Barahona, destilaron, especialmente sus dos últimas, un aroma hispano con gestos de carácter un tanto desgranados en relativo estilo debussysta puesto al día con atmósfera armónica más incisiva. Claridad de articulación y discursiva con línea de canto bien definida, fue la tarjeta de presentación de este sólido pianista en lo que, de seguido, se desarrollaría en un repertorio más trillado.
Un ambicioso, técnica y musicalmente, pese a su escueta instrumentación, Primer dúo para violín y viola K.V. 423, justamente solventado, tanto individual como, sobre todo, conjuntamente, fue el siguiente plato de este variado menú a degustar que situaba, estratégicamente en sus extremos, las obras más recientes. Tres movimientos perfectamente contrastados en una disposición típica de páginas de mayor porte, y todo un brete compositivo. Una interpretación fluida y muy equilibrada, que jamás decayó, ofreció una inestimable ocasión para escuchar una pieza notable y no tan frecuente.
De este más esporádico Mozart, al Beethoven más recurrente en las tablas de escenarios de todo porte y condición. La Quinta sonata para violín y piano, subtitulada con mejor o peor fortuna “Primavera”, nunca defrauda. Su alternancia de cuidado y exquisito melodismo con arrestos de energía típicos de la escritura y carácter de este autor, junto a gestos innovadores de indudable modernidad y valentía, como el que se plantea en ese vertiginoso scherzo que cruza, que rasga -diría yo- con determinación esta partitura, hacen de ella una obra indispensable en el repertorio de todo músico de cámara que se precie, y, especialmente, violinista. Una versión que fue de menos a más en su primer movimiento, Allegro, mantuvo este nivel en los restantes, afianzándose ya en sus dos últimos movimientos: Scherzo y Finale-rondó.
Las Märchenbilder -Estampas de cuentos de hadas- de Robert Schumann trajo junto al piano, el terso y poderoso sonido de la viola, en una obra más intimista y que, de nuevo, no se prodiga excesivamente. Convincente empaque de ascendencia más poética que premia la sutileza musical y el permanente fraseo. Una poética musical que se tradujo en la lograda impresión melancólica de un cuarto y último movimiento, lugar común de la sonoridad de la viola que exige -incluso del público- una interiorizada musicalidad romántica por encima de cualquier otro requisito docto o técnico previo.
Para terminar, el trío al completo tomó a Shostakóvich por banda, en una risueña Suite de breves piezas, perfecta para este rol postrero -Cinco piezas para dos violines y piano, en versión para violín, viola y piano-. En circunstancias normales, pese a que este concierto -en ausencia de descanso alguno- tuvo su duración para los tiempos que corren, se hubiera conseguido por parte de un respetable entregado en los aplausos, al menos, una propina más.
Vendrán mejores tiempos, no lo dudemos.
Luis Mazorra Incera
Rolanda Ginkute, violín; Cristina Cordero, viola; y Juan Barahona, piano.
Obras de Beethoven, Coll, Mozart, Schumann y Shostakóvich.
ESMRS. Auditorio Nacional de Música. Madrid.
Foto: La generación ascendente, organizado por la Escuela Superior de Música Reina Sofía.