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Crítica / Estreno, impresionante Gluzman y Sibelius de alto nivel - por José M. Morate Moyano

Valladolid - 15/02/2025

En el 9º programa del abono de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León (OSCyL) en su sede vallisoletana, recuperamos a dos artistas como invitados: el Director Hugh Wolff (estadounidense, nacido en París 1953), Hessian Order of Merit, 2006; Titular de la Nacional de Bélgica 2017-22, ahora Emérito; Profesor de Dirección en el Conservatorio de Nueva Inglaterra en Boston, donde reside; y Vadim Gluzman, violinista ruso (1973) de origen judío letón; Premio “Trayectoria profesional” de la Fundación Henryk Szeryng 1994 y Profesor en el "Peabody" de Baltimore; toca el Stradivarius "ex Leopold Auer", 1690.

Además, y convirtiéndose casi en celebrada costumbre, se produjo otro estreno en España. Se trató de Escaramuza (2010) para cuerdas, percusión, arpa y piano de Gabriela Lena Frank (Berkeley, 1972), pianista y compositora Residente en la Orquesta de Filadelfia; tiene un Grammy Latino e incorpora sonidos latinoamericanos como hija de padre judío lituano y madre china peruana. Está escrita en ritmo de "kachampa", danza del Perú andino que, como élla comenta, evoca a los guerreros incas pre-hispánicos que bailan hombres atléticos de fuerte espíritu, en ritmo asimétrico de 7/8, que estalla tras un solo de bombo; los distintos instrumentos y secciones no tienen mucho descanso y necesitan la energía típica de ese ritmo, que élla escuchó en la Fiesta del Carmen en Paucartambo sirviéndole de inspiración. El bombo, jugado con destreza y exactitud, marca el ritmo fundamental en la obra reforzado por pizzicati de cuerdas, piano a contratiempo muy bien marcado en la tesitura aguda, el arpa dando el típico sonido andino ancestral, los 5 percusionistas y el bombo, de nuevo a solo, cerrando la danza. Wolff mantuvo firme el pulso y la Sala, de nuevo al completo, acogió con gusto pieza e interpretación por su ritmo y colorido.

Aunque nos visitaba por 5ª vez, Vadim Gluzman volvió a impresionarnos por el volumen y calidad de sonido que extrae de “su” violín (cedido, y con razón, por la Sociedad Stradivari de Chicago), que le permite competir sin inferioridad con cualquier conjunto, condición imprescindible para dar todo su valor al Concierto para violín nº 2 en Do# m., op. 129 (1967) de Shostakovich, último de los suyos, dedicado a su amigo David Oistrakh por su 60º cumpleaños, aunque equivocó el año y lo estrenó a los 59. Su orquestación es transparente, con momentos muy cantables, gran inventiva técnica para el solista y establece un constante diálogo con cada una de las familias orquestales, alternando ironía y pasión e incluso momentos misteriosos, recordando la huella que le dejó la 5ª de Mahler que escuchó dos años antes. Todas estas exigencias fueron cumplidas por Gluzman sin problema, con una naturalidad, afinación y musicalidad exquisitas desde su brillante entrada en el Moderato, en fantásticos diálogos con flauta II y ltrompa, el flautín, los 3 fagotes y los clarinetes, propiciando un hermoso juego de timbres y virtuosa cadencia; en el Adagio, tan melancólico, dio un sonido aterciopelado en ambos sentidos dinámicos creciente y decreciente, diálogos con flauta y timbal primorosos, como con las 3 cuerdas graves y trompa estupenda, para atacar nuevo Adagio jugando con las trompas e ir fogoso al Allegro, donde sus pizzicati sonaron como cohetes luminosos y su terrible cadencia sin tacha. Como suele ocurrir, solistas y tutti se emularon y consiguieron prestaciones competitivas; todos de la mano de un Wolff experto y atento a todo, concertando con mimo y seguridad. Naturalmente la respuesta del público fue entusiasta, particularmente con Vadim Gluzman quien, tras varias salidas, regaló una pieza creemos del ucraniano Valentyn Silvestrov, cuasi romántica, que le despidió con todos los honores.

Como “confesión del alma” definió Sibelius su Sinfonía nº 2 en Re M., op. 43 (1901-02), concebida en un viaje a Italis y cuya revisión se estrenó en 1903; aparentemente azarosa e inestable tonalmente, sus movimientos están internamente muy bien conectados. Ello plantea problemas al Director en su lectura, que aquí no se produjeron porque Hugh Wolff demostró conocerla a la perfección, la hizo de memoria, para servirla a sus músicos con gran claridad en gestos siempre anticipados y un sentido musical enorme para calar en las intenciones que el autor finés pudo haber tratado de expresar, bien retratando su pueblo natal en el 6/4 del Allegretto, que inició ya gracioso y saltarín con 2 temas de notas repetidas en cuerdas y vientos o con una añorante idea en vientos y metales, que van creciendo con añadidos semiocultos que hacen encajar las piezas, ya que el tema íntegro sólo suena en el clímax de la forma sonata en que se desarrollan este movimiento y el Final. En el Andante, que parece contraponer Muerte y Resurrección, con la lúgubre melodía que hicieron bien los fagotes y la fastuosa prestación de vientos y metales, y meditación con divisi de cuerdas en un gran y sostenido legato. Enérgico y vivaz scherzo y lento Trío con bello solo de oboe acompañado de clarinetes y trompetas que torna al scherzo, para atacar el Final con modos beethovenianos, que resultó grandioso con su tinte nacionalista, que se modera con maderas muy articuladas, cellos justos llevando a la coda, rematada con gran crescendo y acelerando hecho con toda la fuerza y tensión precisas. Una gran versión, con Wolff dando y pidiendo todo y una OSCyL generosa y entregada mostrando satisfacción con el resultado, como los espectadores con sus calurosas y reiteradas ovaciones.

José M. Morate Moyano

 

Vadim Gluzman, violín

Orquesta Sinfónica de Castilla y León / Hugh Wolff

Obras de G. Lena Frank, D. Shostakovich y J. Sibelius

Sala sinfónica “J. López Cobos” en el CCMD de Valladolid

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