El pasado 7 de octubre, la temporada del Palau de la Música Catalana alzó el telón con un concierto de esos que hacen que toda crítica sea superflua. Sencillamente, fue extraordinario. Esa-Pekka Salonen no es un director que se haya prodigado a lo largo de su carrera con las sinfonías de Mahler, pero la versión que ese día ofreció de la Novena rayó la perfección. Salonen entiende esa partitura como una síntesis magistral de lo que es el estilo mahleriano, basado en la diversidad temática, emocional y tímbrica más que en la unidad y la coherencia clásicas, y todo ello en el interior, no de una misma obra, sino de cada uno de sus movimientos.
Partiendo de ese planteamiento, Salonen ofreció una lectura que ahondaba en la idea del contraste y lo hizo de un modo analítico (en el sentido de que nada quedaba en el aire, sino que cada nota, cada acento, tenían un sentido y quedaban expuestos con absoluta transparencia), pero que no excluía una intensidad poco habitual en este director. No podía ser de otro modo, pues esta música, a pesar de la chirriante ironía del Rondo-Burleske, es pura emoción, sobre todo en ese Adagio final que culmina en un pianissimo cada vez más inaudible. El resultado fue estremecedor, gracias a la batuta, sin duda, pero no menos a una orquesta que se expandía y se concentraba como si se tratara de un único y multiforme instrumento.
Juan Carlos Moreno
Philharmonia Orchestra / Esa-Pekka Salonen.
Sinfonía n. 9 de Mahler.
Palau de la Música Catalana, Barcelona.