Música clásica desde 1929

 

Críticas seleccionadas de conciertos y otras actividades musicales

 

Crítica / Escandinavos en el cierre de temporada: Grieg y Sibelius - por Ramón García Balado

A Coruña - 22/06/2024

Dima Slobodeniouk tuvo bajo su confianza la clausura de la temporada de la Orquesta Sinfónica de Galicia ofreciendo las suites de Peer Gynt, de E. Grieg completando programa con la Sinfonía nº 5, en  M b M. Op. 82, de Jean Sibelius. Las dos suites Op. 45 y Op. 55, de Edward Grieg como solicitud de Henrik Ibsen, cuadros incidentales de inmensa aceptación y modelo de un estado histórico óptimo, en el que el compositor había compuesto la Canción de Noruega, muy en concordia con los resultados sabidos en otras pequeñas naciones de las músicas occidentales, en el que también coincidieron junto a los escandinavos, los europeos orientales sin dejar de lado a la propia Inglaterra, que alababa a su corte de creadores respetados en el ámbito local, Gustav Holst, Arnold Bax o William Walton. Ahí quedaban junto a la pieza de Grieg, Karol Szymanowski, quien marcó las directrices polacas;  Carl Nielsen, en Dinamarca, primó una música ostentosa y partir de melodías claramente menores hasta remontar a un nivel superior. Sibelius, tan presente en esta jornada, también pondrá su sello distintivo al imprimir su compromiso aceptado por su Finlandia natal. Walton, tuvo el detalle de rendirle un reconocimiento asumido en su Primera Sinfonía con un guiño tomado de la Quinta sinfonía.  Las obras escénicas de Grieg, había tenido dos bastiones como la música para Sigurd Jorgsalfar Op. 22, en asociación con el poeta Bjornson, en 1872, estrenada en el Teatro Cristiania en abril de aquel año, de la que realizará también una suite sinfónica pero para llevarse la palma, las dos suites que se nos ofrecían, auténtico deleite para los  adicionados por la popularidad conseguida, pesaba sobre ella aquella amistad de años mantenida con Ole Bull, un violinista sagaz e ingenioso y excelso quien mucho tendría que ver en trabajos como el presente. Dos suites inextricablemente unidas y casi sin solución de continuidad, piezas próximas al folklore terruño y perfectas para adecuarse al drama complejo y casi incomprensible de Ibsen. Cada uno de los cuadros de la suite, una precisa adecuación estilística, desde La mañana, tratada en lo colorista por la flauta y el oboe, recreando una ambientación en su justo término; La muerte de Aase, evocación sentida por la ausencia materna, pura melancolía en forma de enaltecimiento; la Danza de Anitra, acunada por pizzicati de cuerdas para cerrar la Op. 46, con En la cueva del rey de la montaña, que harían valer los diálogos entre el fagot y las cuerdas. En la Suite segunda Op. 55, Peer Gynt inmerso en el Rapto de la novia, con el personaje en estado de ebriedad descrito por una ambientación musical que pondría el puente hacia la Danza arábiga, descrita por flauta, piccolo y percusiones en unísonos. El retorno de Peer Gynt, el personaje agotado y confuso tras el naufragio sufrido, retorna tras la confusa tempestad mientras suena de fondo un aire de flauta. La canción de Solveig, una aproximación al comienzo del drama, se resuelve gracias a una melodía necesariamente grata para la que la propia flauta recrea el punto de gracia que culmina ambas suites. Una vuelta ansiada a los paisajes de juventud entre susurros que propician la canción de Solveig, manteniendo el paisaje ensoñador.

Jean Sibelius con la Sinfonía nº 5, en Mi b. M. Op. 82, composición que evolucionaba por necesidades de planteamiento tras las revisiones que precisó para convencerle desde una primera a finales de 1915, escrita en cuatro tiempos y estrenada en Helsinki, que finalmente rechazará hasta llegar a la tercera, quizás más lírica y que editará en 1919, año convulso por la Revolución de Octubre rusa y la independencia de Finlandia, siempre con el fantasma a cuestas de un país ocupado. Sibelius, celoso de su estilo, no resistirá su admiración por contemporáneos como Debussy, Béla Bartók o Anton Brucker. Esta sinfonía llegó a ponerse en atriles junto a su obra Jordens Sang, y para el autor, con cierto sentido sarcástico es una nueva obra recompuesta una y otra vez.

El Tempo molto moderato, en Mi b M., se aceptó como el más original de los escritos hasta entonces, sobresaliendo en especial por la doble exposición de los elementos temáticos y en particular por el extenso motivo propuesto por las trompas que abrían a argumentos desde un motivo tratado por las maderas. Las cuerdas propusieron una seductora idea de añadido que se enfrentaba a de nuevo a las maderas en distinta tonalidad, anunciando un motivo esclarecedor más animado que presumía la entrada de un nuevo motivo de un dramatismo acentuado. El desarrollo, facilitó una clara diversidad colorística, con cambios de tempo que condujeron a una coda brillante en manos de los metales.

 El Andante mosso, quassi allegretto, fue sencillo en su discurso musical gracias a su talante volátil y gracioso, propuesto desde el inicio por una tema en pizzicato, que confiado a las cuerdas y marcado por la serie de típicas variaciones efusivas, entre las que asomó un breve pasaje sombrío, marcado por notas tenidas de instrumentos de metal, que modificaron el ideario de este tiempo,  resuelto por un detalle del oboe.   El Allegro molto final, observó rigurosamente la forma sonata, manifiesta precisamente en sus dos temas principales fuertemente contrastantes, partiendo desde una rítmica acentuada y audaz hasta el tema siguiente que vagamente proponía un talante solemne, realzado por los  instrumentos de metal. Tras esta sinfonía.  Sibelius recibirá una tentadora oferta de los Estados Unidos, para hacerse cargo del cuadro del profesorado, en teoría y composición, de la Eastman School of Music (Rochester), propuesta aceptada en un  principio, pero que rechazará en abril de 1921, prefiriendo quedarse en Finlandia. En esa tesitura profesional, abordará la composición de una obra como Maan Virsi (El Himno de la Tierra Op. 95), una cantata para coro mixto y orquesta.

Ramón García Balado

 

Orquesta Sinfónica de Galicia / Dima Slobodeniouk 

Obras de Grieg y Jean Sibelius

Palacio de la Ópera, A Coruña

72
Anterior Crítica / Los números suenan - por Luis Mazorra Incera
Siguiente Crítica / Paul Lewis regresa a Grandes Intérpretes - por Juan Berberana