El pasado 28 de noviembre, tuvimos la oportunidad de presenciar el octavo concierto correspondiente a esta presente temporada de la Orquesta y Coro Nacionales de España, configurado por un repertorio establecido en relación a diversas perspectivas que se conformaron en su presentación, desde una estructuración armoniosa del sonido hasta la espiritualidad introspectiva que comporta una auténtica comunicación con la divinidad, pasando por un epicentro centrado en torno a la intensidad sentimental y romántica de la música de influencia germánica.
La agrupación se halló dirigida por Xian Zhang, una de las directoras preeminentes dentro del panorama musical norteamericano, quien propuso un repertorio destacadamente contrastante, aparentemente heterogéneo, pero equilibrado.
El programa comenzó con la obra Primal Message, partitura de la autora estadounidense Nokuthula Ngwenyama, estrenada precisamente por la misma directora de este concierto, de quien destaca en su música una personalidad característica mediante la que confiere a su discurso una continua integridad e incluso facilidad auditiva, sin circunscribirse de una manera expresa a corrientes atonales, seriales o minimalistas, en la inquietud por intentar conseguir un lenguaje cercano y comprensible para la audiencia en general.
Esta creación, a la manera de una estructura fantasiosa y dinámica, parece encontrar la inspiración en un acontecimiento que rememora el lanzamiento al espacio exterior de datos sobre el sistema solar y la especie humana, un “mensaje primordial”, como se menciona en su título, con el que, mediante un amplio espectro sonoro, que se transforma y se modifica, se pretenden expresar características afectivas, emotivas o sensoriales propias de nuestras capacidades racionales, centrando la esencia de los habitantes del planeta en una perspectiva pacifista.
La interpretación, adecuadamente concebida tanto por la directora como por la orquesta, destacó especialmente por una imaginativa claridad y una concreta precisión en todas las intervenciones de las secciones contrapuntísticas, perfectamente orientadas hacia el canto melódico de un violín solista que prevaleció confiriendo una sutil sensibilidad de inmensa delicadeza y transparencia. El descubrimiento de esta música, posiblemente desconocida para una buena parte del público, comprendió imágenes de los elementos fundamentales de la naturaleza que definen a la humanidad, como esencia contemplativa de una hermosa escena o de un conciliador paisaje, con los que la formación pareció estar completamente vinculada.
En la versión prevaleció una magistral concepción en el planteamiento de las texturas y de los registros de la cuerda, con unos interesantes tratamientos que confirman a su creadora como experta dominadora de los recursos de estas familias instrumentales.
La segunda obra presentó a Nicolas Altstaedt como violonchelista solista, quien interpretó en esta ocasión uno de los más conciertos más destacados de la producción dedicada a su instrumento, el de Robert Schumann, autor que en la escritura de sus páginas, como parte de sus composiciones tardías, ofrece un estilo apasionado y especialmente romántico a lo largo de tres movimientos que se conectan, alternando períodos de tensión o de distensión mediante un magistral tratamiento del desarrollo y de la evolución de la energía.
Altstaedt propuso un planteamiento marcado por los contrastes, así como por los claroscuros entre luces y sombras que caracterizan el lenguaje del músico alemán, configurado por períodos de marcado temperamento o de agitación y que se contraponen a otros de íntima dulzura o canto melódico romántico y sentimental. En la interpretación, resaltó la concepción que planteó de la partitura, manteniendo una importante actitud de conexión hacia la orquesta, hacia las intervenciones o hacia la sonoridad generada por una formación que durante esta temporada también está centrando una buena parte de su programación en esta figura.
La presentación del primer movimiento se encontró determinada por un espléndido gusto en el fraseo desde el comienzo, con la contraposición de los materiales que integran el primer tema frente al cambio de carácter del segundo, que encaminó el sentido exaltado hacia un segundo movimiento de formidable intimidad, con genuina introspección, en el que tanto la maravillosa sensibilidad como el sentido del cantábile concibieron un espacio que este creador siempre se reservó para, considerando su tormento personal, mostrar los aspectos humanos relacionados con la nostalgia procedente de los recuerdos tanto de un hermoso pasado como de un amor idealizado.
Esta sensación se transformó con la irrupción de un tercer movimiento aguerrido, impetuoso y frecuentemente enérgico en su planteamiento rítmico, en el que el solista y la orquesta emprendieron una alternancia de intervenciones y aportaciones sobre las que prevalecieron brillantes fragmentos de exigente componente virtuoso e idiomático, que el intérprete integró perfectamente, con naturalidad, dentro de un recorrido exultante que terminó proyectándose hacia su apoteósica culminación.
Como propina, se ofreció un movimiento de una pieza barroca a dúo con el solista de la sección de violonchelos, transmitiendo una reseñable cercanía hacia el mismo.
Como conclusión, la segunda parte del concierto se encontró dedicada al monumental Te Deum de Anton Bruckner para solistas, coro y orquesta, una de las particulares creaciones del músico austríaco de una marcada implicación religiosa y pasional, aunque concebida desde la espiritualidad y el misticismo, con influencias de una música renacentista que se encuentra tratada desde una concepción íntegramente sinfónica.
El combinado nacional y su directora ofrecieron un impactante planteamiento enérgico y fervoroso desde el inicio de la partitura, con una sonoridad profunda, densa y grave, construida desde los miembros instrumentales pertenecientes a este registro, sobre la que se erigieron posteriormente los contrastes característicos de una afectividad textual a medio camino entre la admiración, la devoción y la súplica.
Los solistas vocales encontraron el fundamento en una orquesta magistralmente bien estructurada, con un sentido en relación a la dicción del discurso que estuvo siempre conectado con su componente emotivo e incluso sensorial, prevaleciendo la intervención del tenor en la sección Te ergo quaesumus, cambiante de manera absoluta respecto al apoteósico inicio, junto al Salvum fac. En ambas secciones, resulta necesario hacer una mención en concreto al concertino invitado por parte de la agrupación en esta ocasión, Pablo Suárez, quien, al margen de ofrecer un magnífico compromiso, liderando de una manera maravillosa al combinado, presentó una sonoridad luminosa, transparente, radiante y resonante en los comentarios solistas, a la manera de arabescos, aportados hacia la sugerencia vocal de ambos momentos, a través de un colorido contrastante con la tónica solemne preponderante, incrementada especialmente por la inclusión del gran órgano que, ejecutado con una registración adecuada, se fusionó con la textura amplia y grandiosa del entramado orquestal.
En relación al coro, la sonoridad se mantuvo equilibrada, poderosa y presente, especialmente en las frecuentes exclamaciones de alabanza, y con una cierta profusión a la exaltación hacia el final, enfocada desde el gesto permanentemente inquieto y demandante de Xian Zhang, con la que se cerró una más que interesante propuesta.
Abelardo Martín Ruiz
Ciclo Sinfónico 08, 28 de noviembre de 2021
Auditorio Nacional de Música, Sala Sinfónica
Nicolas Altstaedt, violonchelo
Valentina Farcas, soprano
Wiebke Lehmkuhl, contralto
Maximilian Schmitt, tenor
José Antonio López, bajo
Orquesta y Coro Nacionales de España
Xian Zhang, directora
Obras de Nokuthula Ngwenyama (1976), Robert Schumann (1810-1856), Anton Bruckner (1824-1896)