Los fascinantes instrumentos de cuerda pulsada son un elemento primordial en la interpretación de la música historicista, y su descomunal auge y recuperación es proporcional a la cantidad de grupos de músicas con criterios históricos que llenan cada día más nuestros ciclos de músicas y nuestras salas de conciertos. Pero si exceptuamos los grupos, la mayoría integrados por dos personas, que dedican su repertorio a la interpretación de la música de comienzos del siglo XVII, es raro poder escuchar a estos instrumentos de un modo prístino, puesto que además de su volumen poco generoso, en la mayoría de ocasiones se dedican a la difícil labor de la realización bajo continuo, simultáneamente a otros muchos instrumentos de muy diversas familias.
Tras su paso por los ciclos de León y Salamanca, en Madrid, gracias a la gira de este concierto programado por el CNDM, y para suerte de los asistentes a la Sala de Cámara del Auditorio Nacional, Enrike Solinís, verdadero virtuoso de los instrumentos de cuerda pulsada, confeccionó un bello programa en el que el laúd, más concretamente el archilaúd, se convirtió en el verdadero protagonista de la velada, arreglando afamados conciertos solistas compuestos para otros instrumentos, como el oboe, el violín o el clave, para este instrumento.
A Solinís le acompañó su querido Euskal Barrok Ensemble, agrupación vasca que no se prodiga en exceso por los escenarios madrileños, conformando el ya estandarizado conjunto de cámara de un instrumentista por parte que resuelve los precarios recursos económicos destinados a la cultura en nuestro país.
Los dos primeros conciertos, arreglados como el resto del programa por el propio Enrike Solinís para el laúd como solista, estuvieron dedicados a conciertos italianos de pleno siglo XVIII, quizás los que mejor resultado dieron en el escenario. Se trató del Concierto para violín nº 9 en re mayor RV 230 de Antonio Vivaldi (1678-1741) y el Concierto parea oboe en re menor de Alessandro Marcello (1673-1747).
EL vigor, tanto de tempi como de sonoridad, que el conjunto de Euskadi impuso en la introducción del primer concierto fueron una constante en el recital en los tempos ágiles. Enrike Solinís hizo gala den este y todo el programa de ser un solista excepcional, de un virtuosismo fabuloso y de un dominio técnico realmente fuera de serie, demostrando una abrumadora sosegada superación de los cientos de dificultades que en forma de semicorcheas iba a encontrar a lo largo de la noche. Debemos reseñar que el generoso volumen de su instrumento solista fue ayudado por la amplificación sonora mediante un micrófono y un pequeño amplificador a sus pies.
Comprobados además que en los pasajes lentos, más dolces y de belleza melódicas, el laúd desempeñó de un modo superlativo los largos fraseos que en muchas ocasiones son de gran dificultad para su confección por estos instrumentos, dada la naturaleza de su confección sonora, mediante la que deben percutir cada sonido.
El Concierto para clave nº5 en do menor BWV 1056 de Johann Sebastian Bach (1685-1750) fue la obra más compleja a la que Solinmís y el Euskal Barrok Ensemble tuvieron que enfrentarse. La aparente similitud entre el instrumento solista original, el clave, y para el que fue arreglada la obra, mostró en la realidad una gran complejidad que no ocultó sus dificultades. Pudimos comprobar, una vez más, que la música confeccionada por el genio de Leipzig, sobremanera cuando se trata de obras confeccionadas para el instrumento que tanto amaba y conocía, el clave, deben acometerse con una cautela máxima, dada su enorme complejidad. Así, la complicada escritura bachiana, de bellas y elaboradas argucias armónicas sonó siempre bella con un pequeño deseo de poderse alcanzado su culmen mediante una interpretación mediante su orgánico original.
La interpretación de varias piezas de la bella suite instrumental que John Eccles (1668-1735) compusiera para The Mad Lover, única obra en la que no participó Enrile Solinís, supuso un merecido descanso para la fatigosa jornada que desempeñó. Euskal Barrok Ensemble se levantó de sus asientos parea interpretarla y desgranó cinco de sus piezas, ejerciendo de intérpretes de este buscado intermezzo. El público disfrutó de este repertorio que difícilmente se puede oir en nuestras salas de concierto. Los miembros del ensemble vasco continuaron haciendo gala de su interpretación, de generoso volumen sonoro y por ello añorante de más contrastes en su dinámica, especialmente en los plácidos momentos del programa. El equilibrio y la exactitud entre sus miembros fue asimismo un aspecto que debiera buscarse con más ahínco.
La noche concluyó con dos obras de Antonio Vivaldi, el Concierto para cuerda y bajo continuo en sol menor RV 156 y el Concierto para laúd, cuerda y bajo continuo en re mayor RV 83, arreglado este último también por Enrike Solinís, curiosamente fue la única pieza en la que el laúd no participó como instrumento solista, sino que se convirtió con el arreglo en un concierto para cuerda, fantásticamente liderado en esta ocasión por la violinista Helena Zemanova.
Como primera propina y tras los cálidos aplausos del público, pudimos disfrutar de unos peculiares y virtuosos Canarios en la guitarra barroca, tañida a solo por Solinís, instrumento muy querido por éste según sus propias palabras, y que hubiéramos deseado que se alargara…
Simón Andueza
Euskal Barrok Ensemble, Enrike Solinís, laúd y dirección.
Obras de Antonio Vivaldi, Alessandro Marcello, Johann Sebastian Bach y John Eccles.
Ciclo ‘Universo Barroco’ del CNDM.
Sala de Cámara del Auditorio Nacional de Música, Madrid. 2 de enero de 2024, 19:30 h.
Foto © Elvira Megías