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Crítica / Enrico Pace, un poeta del piano - por José Antonio Cantón

Alicante - 19/04/2025

Fue premonitorio el juicio del fundador y mentor de la Sociedad de Conciertos de Alicante, el abogado y referencial melómano, Rafael Beltrán Dupuy, secretario y siempre certero consejero artístico de dicha institución, cuando quiso traer en solitario al pianista italiano Enrico Pace después de escucharle junto el insigne violinista ateniense Leonidas Kavacos el pasado año 2023 dentro de la regular temporada de conciertos de esta prestigiosa Sociedad. El acierto de aquella decisión se ha materializado en un recital realmente prodigioso en el que se ha podido disfrutar de un pianismo de máximo nivel estético que hacía recordar a los viejos maestros trasalpinos del teclado como fueron Arturo Benedetti-Michelangeli, Dino Ciani o el napolitano Aldo Ciccolini, tres referentes indiscutibles de elegancia musical, intuición artística y sentido estilístico. Este último aspecto fue lo primero en aparecer en este recital que Pace iniciaba con las condesadas formas que contienen las Seis pequeñas piezas para piano, Op. 19 de Arnold Schönberg, toda una esencial declaración de intenciones sobre su actitud ante la música por parte del autor, que el pianista corroboraría a lo largo de su actuación con obras esenciales de otros tres grandes compositores.

Demostrando una estudiada intuición llevada hasta el más mínimo detalle, destiló la expresividad “schoenbergiana” transmutando el sentir físico que produce el sonido en el oyente en una conmoción espiritual de íntimo pálpito, que llevaba a imaginar en su plenitud la inmensa trascendencia del autor como responsable de una de las paradigmáticas inflexiones más importantes de la historia del arte moderno. Que un intérprete te lleve a pensar en estos términos sólo es patrimonio de los elegidos para la recreación, entendida ésta como eslabón absolutamente necesario para comprender la fenomenología de la música como actividad artística que requiere que se dé simultáneamente, creación, interpretación y escucha activa en un solo acto irrepetible en el espacio y en el tiempo. El silencio con el que público percibió su enfoque de esta obra era el resultado necesario de la entidad con la que propuso su identificada respuesta, que me hizo recordar aquella con la que tan bien ilustraba Maurizio Pollin el pensamiento musical de Karlheinz Stockhausen. Pace logró siete minutos de música “pura” verdaderamente antológicos.

El recital continuó para cerrar la primera parte con la Sonata en Sol, D 894 de Franz Schubert, con la que haciendo un simultáneo ejercicio de reestructurada estructuración, Pace se dispuso a ofrecer una visión muy personal de sus pentagramas que tuvo especial distinción en el desarrollo central del primer movimiento, momento clave de la obra lleno de elocuente dramatismo que supo contrastar con el exquisito balanceo cantabile del principio del primer movimiento. Se percibía un Schubert nuevo que enriquecía la experiencia previa que podía tenerse de su lenguaje, demostrando el pianista una capacidad de aportación de intensa carga sugestiva que nunca interfería en las esencias de Schubert. Con una contemplativa dicción expuso el carácter lírico del Andante, haciendo un alarde de saber cantar desde el teclado. El contraste alcanzado en el tercer movimiento entre el impulso de la parte principal y el intimismo con el que expuso el trío subsiguiente demostraban la enorme espiritualidad del intérprete, que así llegaba a los secretos más íntimos de felicidad que quiso transmitir el autor. Este sentimiento lo hizo omnipresente en el Allegro final haciendo una sustancial estilización de los temas populares que animan este movimiento en el que jugó con elegante maestría sobre efecto buscado por el autor de cambios tonales a los que supo sacar máximo partido de complacencia para el oyente, que se sentía sumergido en el claro e impoluto pianismo de Schubert con la espontánea naturalidad que sólo saben transmitir los grandes del piano. El entendido público de la Sociedad de Conciertos de Alicante reconoció tan extraordinaria capacidad respondiendo con un cerrado aplauso.

Uno de los trípticos más sublimes de la historia del piano romántico fue el elegido por Enrico Pace para iniciar la segunda parte de su recital; los Tres Intermezzi, Op. 117 de Johannes Brahms cuyas notas destilan un alto grado de introspección que deriva en una dolorosa berceuse que deja huella en el corazón del intérprete y en el alma del oyente. Con esa actitud reflexiva que requiere la lectura de sus compases, el pianista emiliano nacido en la ciudad Rimini, tradujo los aires de canción de cuna del primero en Mi bemol mayor con un particular instinto poético cargado de tensión emocional que generó un nuevo atento silencio en el público. En el segundo quiso destacar esa especie de resignado sentido elegíaco que transmiten sus sones que lo hacen estar muy próximo a una íntima romanza triste y resignada, llegando a un muy elevado grado de lirismo en su coda. Su recreación del último intermedio en Do sostenido menor representó la confirmación de la enorme musicalidad de este pianista que llegó a su punto culminante en el tratamiento de la agitada inquietud que desprende su atormentada parte intermedia con la que dejó un sentido dramático que sólo se puede entender desde una rica experiencia sensitiva como de la que hace gala este músico que toca el piano con un altísimo grado de orientación interior.

Al programa le quedaba una cita esencial para entender por qué este pianista se encuentra entre los mejores traductores italianos del pensamiento musical de Franz Liszt: era la pieza titulada Vallé D’Obermann, perteneciente al primer cuaderno de la colección Años de peregrinaje: Suiza, S.160-6, una de las creaciones más significativas de la personalidad del compositor magiar, en el que se aproximó a una especie de parafraseado carácter poemático que le hacía aparecer ante el teclado como fuera del espacio y del tiempo en un estado de trance, que se traducía en una calidad musical realmente sobrecogedora como la patética elocuencia con la que expresó el Presto que antecede a la conclusión de esta sustancial pieza del mejor pianismo romántico.

Ante la respuesta de un auditorio que con un intenso aplauso supo entender la actuación de Enrico Pace como un verdadero regalo de arte musical, tocó la Bagatela, Op. 126-4 de Beethoven como primer bis con esa determinación que pide el compositor para concluir definitivamente su actuación con un segundo en el que volvía a Liszt interpretando un Soneto de Petrarca que lo tocó con un exquisito sentido liederístico que estimulaba la sensibilidad del oyente llevándole a imaginar al mejor cantante posible.

La Sociedad de Conciertos de Alicante volvía a acertar en el capítulo de música para piano con este intérprete que se transfigura ante el teclado en aras a ofrecer lo mejor de su arte que, por su grado de autenticidad y compromiso, es verdaderamente digno de admiración.

José Antonio Cantón

 

Sociedad de Conciertos Alicante

Recital de piano de Enrico Pace

Obras de Arnold Schönberg, Franz Schubert, Johannes Brahms y Franz Liszt

Teatro Principal de Alicante, 10-IV-2025

 

Foto © Angel Yuste

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