La presencia de una de las renombradas formaciones instrumentales de Europa como es la más que centenaria Orchestre de la Suisse Romande, desde que la fundara el legendario Ernest Ansermet en 1918, había levantado gran expectación en los aficionados alicantinos que llenaban el aforo del ADDA. Su calidad artística, el prestigio de su director titular, el británico Jonathan Nott, así como la inclusión en el programa de la Quinta Sinfonía de Gustav Mahler completaban los alicientes de una cita sinfónica en la que encandiló el solista de la obra que abría la velada, el flautista franco-suizo Emmanuel Pahud tocando una de las obras más interesantes del siglo XX del repertorio concertante para su instrumento, el Concierto para flauta y orquesta que compusiera el parisino Jacques Ibert en la década de los años treinta.
Heredero de la mejor escuela francesa, que ocupara un lugar de referencia al final del siglo XIX a través de grandes intérpretes y teóricos como Claude-Paul Taffanel o Philippe Gaubert, Pahud entró en el palmarés de los mejores en su especialidad al obtener la plaza de solista principal más joven, con sólo veintidós años, de la Orquesta Filarmónica de Berlín en la etapa de la titularidad de Claudio Abbado, función que mantiene en la actualidad, ocupando el puesto de un afamado compatriota suyo, Aurèle Nicolet, muy recordado en la formación berlinesa.
Nada más empezar su interpretación se pudo percibir el tono limpio, flexible y penetrante de su nítido toque, que mantiene una excelsa claridad aún en los momentos más complicados en articulación y ornamentación. Desarrollando un gran entendimiento con el maestro Jonathan Nott, expusieron con distinción lírica el contenido del segundo tema del Allegro de apertura, hecho que determinaba la calidad de solista y orquesta que dialogaban como si de música de cámara se tratara. Esta sensación se incrementó en el Andante, potenciada por los sucesivos cambios tonales que permitían un realce melódico de la flauta, que parecía surgir hasta plásticamente de la meditativa sonoridad de la cuerda que le servía de soporte, efecto confirmado a más en su parte final, en la que el solista alcanzó aún mayor protagonismo en la recapitulación de este tiempo. La tensión lograda en el Allegro scherzando entre ambos elementos concertantes fue máxima, dando la impresión de una alternancia expresiva en continuo crecimiento dinámico sólo calmado cuando Pahud terminó imponiéndose con la cadencia a través de una fácil superación de su enorme dificultad técnica, para encontrarse de nuevo con la orquesta y disponerse a la conclusión de la obra.
El público quedó asombrado ante tanto virtuosismo reaccionando con una enorme ovación, lo que llevó a Emmanuel Pahud a ofrecer, dedicándolo al pueblo ucranio, el más espiritual de los seis Encantamientos que André Jolivet compusiera en la misma década del concierto de Ibert. La emoción que transmitía con su flauta bañada en oro superaba a cualquier aurea sensación acústica imaginable.
Ya, dialogando con Pahud, se pudo notar la gran musicalidad de Jonathan Nott que, con una concentrada tensión previa a sus indicaciones, reflejaba ya la seguridad con la que iba a afrontar la dirección de una de las sinfonías más admiradas de Gustav Mahler. Adoptando la función de un convencido comunicador de esta magistral obra, abordó el primer movimiento con esa altiva resignación que quiere transmitir el compositor, pese a su contenido de corte patético. Sus recursos expresivos se enriquecieron en el segundo, al definir con precisión sus dos temas hacia una convergente triunfal fusión, el proceso más complicado de determinar en este vehemente movimiento y que el maestro llevó a misteriosas sensaciones sonoras. Con la inestimable colaboración de una solista de trompa realmente impactante se adentró en la construcción del contenido temático del Scherzo con una gestualidad consecuente con el impulso mental que requiere este movimiento, uno en los que la técnica compositiva de Mahler se pone plenamente al servicio de su contradictorio estado de ánimo habitual, prescindiendo de la caricatura y la parodia, rasgos tan típicos de este aire musical a los que el autor no se somete en esta ocasión.
Acentuando el contraste que seguidamente supone el famoso Adagietto, Nott, sobrado conocedor de la capacidad de canto de la amplia sección de cuerda de su orquesta, dejaba que ésta funcionara con aparente autonomía como si de un extendido cuarteto se tratara, sólo contrastado por los arpegios de etéreas confirmaciones tonales que la arpista realizaba con suma delicadeza. En el conjunto de este cuarto movimiento dejó la concentrada impresión de una romanza sin palabras con tal grado de recogimiento que incidía plenamente en la sensibilidad del oyente, convirtiéndose así en uno de los momentos más logrados de esta interpretación.
Dejó lo mejor de su capacidad de lectura para el rondó que cierra la sinfonía. La traviesa ambigüedad de este tiempo conclusivo quedó reflejada con verdadero acierto por la gran versatilidad técnica y sentido estético de esta orquesta que asumió las indicaciones de su titular con natural espontaneidad, siguiendo el entramado de improvisaciones temáticas que se suceden en esta conclusión con una resolutiva desordenada organización, el principal reto que para un director plantea este movimiento y que Nott supo cohesionar con gran efectividad técnica y calidad musical. Terminaba así una de las citas más gozosas del ciclo sinfónico del ADDA de la presente temporada tanto para los músicos como para el auditorio.
José Antonio Cantón
Orchestre de la Suisse Romande
Solista: Emmanuel Pahud (flauta)
Director: Jonathan Nott
Obras de Jacques Ibert y Gustav Mahler
Sala sinfónica de Auditorio de la Diputación de Alicante (ADDA) / 26-II-2022
Foto © Chris Ganser