Alrededor del Lied de Schubert, Auf dem Strom (En/sobre la corriente), los solistas Ariel Hernández, tenor; Mario Pérez, violín; Javier Bonet, trompa; y Alberto Rosado, piano, presentaron un programa que tenía la trompa como principal protagonista en el ciclo de cámara Satélites de la OCNE.
Esta obra, el Lied citado y titular aquí, reflejaba fielmente esta pretensión. Una página emblemática del repertorio con trompa, también en virtud de su estreno y la singular actividad pública de su autor.
Un plan aleccionador y comprometido, toda vez que la trompa, pese a la versatilidad demostrada aquí, la diversidad de instrumentos en proscenio y las breves explicaciones dadas por su solista, Javier Bonet, aún presenta, especialmente en el crítico periodo elegido, unas características idiomáticas definidas: giros, ataques, articulaciones, movimientos, dinámicas e interválicas propios que sólo la altura y pretensión formal de final del periodo romántico, de un Brahms por ejemplo, con el que acababa este concierto, o del propio Richard Strauss, ya en propina, pueden llegar a solventar. Aunque, para todo ello, y en este instrumento milenario especialmente, hubieron de establecerse una serie de progresos técnicos, aparte de los estéticos que empleaban a la sazón, otros instrumentos reyes del siglo.
El viaje partió de compositores más “técnicos”, más “de la casa” o del instrumento, si quieren verlo así, como Frédéric Duvernoy, también trompista en el paso al siglo romántico. Su Primer trio en do menor con trompa, violín y piano fue una piedra de toque inicial definitoria de lo que sería la vocación última del concierto. Una vocación que trataba de acercar la difícil evolución de un instrumento, donde el ingenio técnico ha tenido mucho que ver con su progreso, tanto en lo virtuosístico y más aparente para el público, en la dificultad misma de emisión sonora y afinación, como en lo estético musical propiamente dicho.
Tras esta tarjeta de presentación, que mostró en la práctica todas estas facetas, vendría el citado Lied de Schubert que, junto a, después, Le Jeune Pâtre breton de Berlioz mostraban la citada formación: voz, trompa y piano.
Una formación peculiar que con estos talentosos autores, Schubert y Berlioz, donde la inspiración y la genuina autenticidad superan cualquier otra exigencia técnica o comparación, fue la base de momentos granados donde quedaron de manifiesto las bondades de concertación y carácter. La ambición formal dentro de su género (el Lied), de la primeras de ellas, el célebre Lied de Schubert, destacó esta pieza.
Descansos para la trompa, supusieron las dos interesantes piezas intercaladas: Il sogno di Tartini de Charles-Auguste de Bériot y Violines en la tarde de Camille Saint-Saëns, ambas para voz, violín y piano.
De Bériot, de nuevo un violinista compositor con el que se avanzaba algo más de una una generación en el tiempo nos manteníamos en estéticas de confluencias. Compositor, eso sí, más afianzado que el inicial en el romanticismo en el que se adscribe de lleno, con tendencia a aparentes esquemas virtuosísticos (especialmente en su instrumento, el violín, y, en cierto modo, en el piano) y sus cromatismos, más o menos integrados en la forma, junto a una voz épica en cantabile, resueltos todos ellos hoy, con soltura.
Junto a él, con esta misma formación, Saint-Saëns como dije. Un compositor todo-terreno de final de periodo, que responde, siempre con inteligencia, elegancia, un piano perfectamente ajustado e idiomático, y, sobre todo, equilibrio camerístico con todos los elementos en liza (especialmente un perfilado y no menos idiomático violín, en este caso). Siempre un descubrimiento cada partitura de Saint-Saëns y una ocasión de mostrar todo tipo de cualidades técnicas y expresivas, como fuera, sin duda, el caso.
Para terminar, una obra de calado formal y, también, de un pujante fondo pianístico llevado con savoir-faire hoy sobre las tablas de esta sala de cámara: el Trío para trompa en Mi bemol mayor de Johannes Brahms. Una obra que no suele ocupar los atriles de cámara con la frecuencia que presumiría semejante autoría y donde, en otro orden de trascendencia estética, se mostraron, en simetría, los compromisos técnicos de ataques y portamentos, de afinaciones propias de cada instrumento, similares al inicio.
Luis Mazorra Incera
Ariel Hernández, tenor; Mario Pérez, violín; Javier Bonet, trompa; y Alberto Rosado, piano.
Obras de De Bériot, Berlioz, Brahms, Duvernoy, Saint-Saëns, Schubert y Strauss.
OCNE-SATÉLITES. Auditorio Nacional de Música. Madrid.