Max Bruch en la obra concertante mejor considerada, ejemplo de una tradición asimilada recibida de sus maestros Hiller y Reinecke, y que se aferra a conciencia en una romanticismo sin tregua, a las puertas de importantes cambios que no llegará a compartir, a consecuencia de unos planteamientos estéticos plenamente asumidos y es un eslabón intergeneracional que consiguió un importante cartel con obras como la que escuchamos o la tan apreciada Fantasía escocesa Op.46, igualmente para violín y orquesta y en beneficio de los alardes del ejecutante solista.
El Concierto para violín y orquesta nº 1, en Sol m. Op. 26, de Max Bruch, recibe ciertas influencias de su admirado J. Brahms, con atisbos de Felix Mendelssohn y no en vano las razones son obvias, ya que el dedicatario será el insigne J.Joachim, tan ligado a la evolución y el tratamiento de la obra brahmsiana, en su desbordante cascada de recursos sonoros, de los que se benefició largamente la solista Ellinor D´Melon: El Allegro moderato, como introducción a los dos siguientes y que es un Allegro, en forma de sonata carente de desarrollo y de reexposición, sobre un talante claramente rapsódico. El tema principal se manifiesta por su dramatismo expuesto por las maderas, para dar entrada al solista, que termina por entregarse a una cadenza. El Adagio, resulta un movimiento relajadamente extenso, que recupera la entrada del solista. Movimiento variado que se consuma en el momento que logra su cima. El Allegro energico, pura incandescencia, en su pretensiones grandilocuentes, aprovecha los detalles recibidos por una influencia de zingarismos que responden a las modas de la época y que ayuda a reconocer la deuda de Johannes Brahms.
F.Schubert y la Sinfonía D.759, en Si m. (Inacabada), obra en la que para su orquestación y por vez primera, aparece la presencia de tres trombones (divididos en dos grupos; dos altos y uno bajo), que enriquecen considerablemente el grupo de los vientos. Un descubrimiento de las posibilidades expresivas y trágicas unidas a la gravedad de estos instrumentos, de los que saca excelente partido. Quedan dos estados de la sinfonía: una serie de borradores y la partitura orquestada. La partitura orquestada, la menciona en 1854 Anselm Hüttenbrenner, en el catálogo que prepara para Liszt.
Los elementos dramáticos abundan en el Andante moderato, primer movimiento, desde la entrada con un pianíssimo con una frase al unísono de los chelos y los contrabajos, frase contemplativa que nos sumerge en las profundidades descendentes desde la tónica a la dominante,una invitación a la seriedad y uno de los motivos fúnebres tan asimilables a su situación. Tras esa profundidad de la fase de las cuerdas, se alcanza la sombría marcha del Destino. Un movimiento de forma sonata y de arquitectura simple y normal; una de las más sencillas en la obra del compositor. El Andante con moto, menos tenso que el precedente, resulta igual de dramático. Ahora los pizzicati descendentes se abocan a una marcha hacia las profundidades. Los contrastes dinámicos e instrumentales son aquí significativos y de un gran valor expresivo. Sobre el guión, una obra a la que esta orquesta, parece haberle tomado lo puramente esencial y más aún en las delicadezas de esa sensibilidad cercana al espíritu del lied, de forma manifiesta en el segundo tiempo.
Ramón García Balado
Ellinor D’Melon. Real Filharmonía de Galicia / Maximino Zumalave
Obras de M. Bruch y F. Schubert
Auditorio de Galicia, Santiago de Compostela
Teatro Afundación, Vigo
foto © Xaime Cortizo