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Críticas seleccionadas de conciertos y otras actividades musicales

 

Crítica / El vuelo fantástico - por María Setuain Belzunegui

Pamplona - 15/11/2021

Las obras que escuchamos durante el tercer concierto de abono de la Orquesta Sinfónica de Navarra fueron compuestas y estrenadas en un lapso menor de 25 años. Sus compositores habían nacido el mismo año y, si bien sus primeras influencias fueron diferentes, ambos trabajaron en el París de pre y entre guerras. Esta circunstancia provocó inevitablemente que algunos de los elementos de su lenguaje les fueran comunes. No obstante, cada uno de ellos tomó un camino completamente diferente.

La idea primigenia de componer una suite de danzas en estilo moderno se le ocurrió a Ravel en 1909, aunque no fue hasta 1914 cuando se sentó a trabajar en ella. Originalmente compuesta para piano y estructurada en seis movimientos, solamente había esbozado los tres primeros (Prélude, Fugue y Forlane), cuando estalló la Gran Guerra. Participó en la contienda entre 1916 y 1917, cuando fue licenciado después de experimentar algunos problemas de salud y ser operado. De regreso en París y sumido en un estado de ánimo bastante oscuro producto de su experiencia bélica y de la muerte de su madre a principios de 1917, Ravel retomó la escritura de la suite y la convirtió en Le Tombeau de Couperin.

La versión original para piano fue estrenada en 1919 por Marguerite Long. Inmediatamente, Rhené-Baton solicitó a Ravel una transcripción para orquesta, que fue estrenada en 1920 con el propio Rhené-Baton a la batuta. Reducida a cuatro movimientos por el compositor, es esta la versión que nos ofreció la OSN en su último concierto de abono. Con una plantilla limitada, en la línea de lo que habría sido una orquesta clásica, Ravel hace gala de su magistral conocimiento y dominio de la tímbrica orquestal con una transcripción que, por el rol particular de los vientos y especialmente las maderas, se aproxima al concerto grosso barroco. Brilla entre los soli el oboe, con un papel protagonista que el intérprete de la OSN realizó con corrección, si bien en algunos momentos hubiéramos deseado algo más de presencia. En general, la pieza fue dirigida con acierto por Yves Abel quien, con su gesto elegante, subrayó los diferentes planos sonoros, aunque la orquesta podría haber sonado más compacta en algunos lugares.

Sonido compacto que, por otra parte, pudimos disfrutar durante la interpretación de la siguiente obra de la velada, el también raveliano Concierto para piano y orquesta en sol mayor. Con la intervención solista de Rosa Torres-Pardo, fue un placer escuchar esta obra que tantos desvelos causó a su autor.

El deseo de Ravel de componer un concierto para piano venía de lejos. Gustave Samazeuilh recordaba cómo ya en una fecha tan temprana como 1911, Ravel había comenzado a escribir una obra de inspiración “vasca” para piano y orquesta, titulada Zazpiak bat. Estaba bastante avanzada en sus secciones inicial y final, y el compositor llevó la partitura consigo durante una excursión desde Pamplona hasta Mauleón, atravesando Estella, Roncesvalles y Saint-Jean-de-Pied-de-Port. Al alcanzar el paso de Lesaca, “una especie de ensueño de singular belleza”, Ravel abandonó definitivamente la obra, frustrado por su incapacidad de escribir una sección intermedia satisfactoria.

Retomó la escritura de una obra para piano y orquesta en 1928, para la que recuperó las secciones completadas de la obra vasca, evocando, siempre según Samazeuilh, una mañana de primavera en Ciboure en el primer movimiento y una fiesta en Mauleón, en el tercero. Se centró entonces en la composición del movimiento intermedio, una de sus páginas más inspiradas. Sus líneas de suavidad maravillosa no fueron sencillas para él, que “sudó tinta” para completarlas, como bien recriminaría en alguna ocasión a Marguerite Long, quien también estrenó esta obra y fue, además, su dedicataria. En realidad, el propio compositor habría deseado sentarse al piano en la première, pero este segundo movimiento le costó la salud.

Escuchando la interpretación del Concierto en sol de la última velada, casi podría parecer que la OSN quisiera, de alguna manera, compensar a Ravel por la decepción sufrida en Lesaca. Y bien que lo hizo. Esta orquesta es magnífica en su rol de acompañante y así lo demostró el jueves, posición que no impidió que los instrumentos solistas brillasen con luz propia, especialmente el corno inglés, cuya intérprete fue invitada a saludar al frente del escenario, junto a la pianista y el director. Con sus ritmos de inspiración norteamericana y su lenguaje moderno que en ciertos momentos nos recordaba cuánto admiraba George Gershwin a Ravel, los dos movimientos extremos fueron una delicia. El placer que Rosa Torres-Pardo obtiene de la música se trasladó al público, que se recreó en cada una de las notas. En cuanto al movimiento central, tampoco decepcionó. La voluptuosidad del sonido llenó la sala y alcanzó a cada uno de los oyentes, que sin duda gozaron del saber hacer de los músicos, ahora sí mucho más presentes en su rol de solistas.

Desde la salida a escena de Torres-Pardo, con su serena elegancia, supimos que la promesa de buena música no sería incumplida. El entendimiento con Abel fue magnífico y el resultado, una estupenda interpretación del concierto para piano de Ravel. El público lo agradeció sonoramente y Torres-Pardo le premió con la Milonga sureña n.5 de Juan José Ramos.

La velada terminó casi en apoteosis con la interpretación de la suite de El pájaro de fuego, de Igor Stravinsky. Cronológicamente, es la primera de las tres obras del concierto en haber sido compuesta y estrenada. Comenzó a gestarse ya hacia 1908, en el entorno del empresario ruso Sergei Diaghilev, quien inicialmente tenía en mente a otro compositor. Sin embargo, al rechazar éste la propuesta, recayó sobre un joven Stravinsky que se sintió algo abrumado al recibir la invitación a componer el que sería su primer ballet. Estrenado en París a mediados de 1909, obtuvo tal éxito que sería repuesto varias veces en los años siguientes. Este fue el inicio de la feliz colaboración entre Diaghilev y Stravinsky, además del acontecimiento que impulsó la carrera del compositor en la Europa occidental.

En 1911, Stravinsky extrajo algunos de los números del ballet para crear la suite orquestal, que sería posteriormente revisada en 1919 y 1945. Con una orquestación llena de color, un juego de acentos y ritmos que anticipan la próxima revelación de La consagración de la primavera, una construcción de frases sumamente personal y una armonía con ciertos toques orientalizantes, El pájaro de fuego revela el genio de Stravinsky y evidencia las razones por las que se convertiría en uno de los renovadores de la música del siglo XX.

Se trata de una obra que, siempre que sea acometida con corrección, asegura el éxito entre el público. Fue así, felizmente, durante el concierto de la OSN. Interpretación que proporcionó, además, motivos de diversión a algunos oyentes que comprobaron cómo parte del público botaba en sus butacas al inicio de la “Danza infernal del príncipe Kastchei”. La obra fue recibida con un aplauso atronador y algunos “bravos”, dejando a la audiencia con ganas de más. Varios de los solistas de viento fueron señalados por el director e invitados a reunirse con él en primer plano del escenario para recibir el reconocimiento del público.

Haciendo honor al título del concierto, la OSN desplegó sus alas el último jueves en la sala principal del Auditorio Baluarte de Pamplona. Tímidamente al principio, fue ganando confianza conforme avanzaba la velada y finalizó realizando un vuelo fantástico que esperamos volver a disfrutar en el próximo programa.

María Setuain Belzunegui

 

Abono 3 de la OSN

Programa: Le Tombeau de Couperin, M. Ravel / Concierto para piano en sol mayor, M. Ravel / El pájaro de fuego, I. Stravinsky

Orquesta Sinfónica de Navarra

Yves Abel, director

Rosa Torres-Pardo, piano

Baluarte (Palacio de Congresos y Auditorio de Navarra)

Foto © Miguel Osés

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