Es posible que muchos de los asistentes sigan desconociendo el binomio de obras concertantes para violín y orquesta de Félix Mendelssohn, el “Concierto para violín en re mayor” es obra de juventud, un primer ensayo compuesto en 1822, no tuvo su primera interpretación pública moderna hasta 1952 por Yehudi Menuhin, cuando el niño prodigio tenía 13 años, y se distingue incluso de sus otras obras tempranas: a excepción del movimiento lento muy mozartiano, no está escrito con el mismo gesto romántico, lírico y arrollador que el segundo ejemplo. El elegido por Joshua Bell se trata del famoso “Concierto para violín en mi menor, op.64”, que fue escrito más de 22 años después.
El dominio de las lecturas amplias y cálidas de las melodías sentimentales de Mendelssohn está claramente conseguido. Su lectura es refinada, meticulosa, dinámica y ligeramente matizada. Pero cuando Joshua Bell interpreta, resucita el concierto, debido a que favorece los pasajes más líricos y pone énfasis romántico en los elementos llamativos. Lo cual hace que, pese a que este concierto resulte, en un primer momento demasiado familiar en el programa de mano, en realidad con Bell respira de nuevo, y el público lo concibe agradeciendo al final con gran entusiasmo la entrega total de virtuoso y orquesta. Una profundidad interpretativa excepcionalmente realista y presenta a Bell con una presencia casi palpable dentro de la concepción de la partitura.
Beethoven sirve de apertura con “Coriolano, Op.62” y cierre, con la “Sinfonía nº7 en la mayor, op.92”, de Beethoven, otras obras maestras más que célebres. Joshua Bell y la orquesta presentan una de las sinfonías más elegantes y optimistas de Ludwig van Beethoven, tocando con una ligereza y frescura que los oyentes de nuevo agradecerán. Bell y su adopción de prácticas históricamente informadas que asegura que la música tenga texturas limpias y tempos enérgicos, cualidades asociadas durante mucho tiempo con la tradición.
La exuberante Sinfonía, que se corresponde con sus alegres ritmos de baile y su transparente orquestación, y equilibra el programa con sus proporciones formales. La interpretación ofrece interpretaciones cuidadosamente considerada, lo que demuestra que Bell está particularmente preocupado por la articulación nítida y la dinámica sutilmente graduada, y su atención a los detalles saca a relucir muchas partes internas que a veces se pierden en lecturas convencionales que suenan más densas. Bell tiene un sentido innato para el fraseo y la trayectoria, por lo que las expresiones más grandes se comunican por completo.
La excelente acústica del Auditorio Josep Carreras de Vila-seca, Tarragona, ofrece transparencia y vibración, y la música se capturó con claridad y calidez en primer plano. Así Bell debe “parar” las ovaciones entusiastas de un público que agradece la maestría y entrega total del músico de Indiana.
Luis Suárez
Joshua Bell, violín y director.
Franz Schubert Filharmonia.
Obras de Mendelssohn y Beethoven.
Auditorio Josep Carreras de Vila-seca, Tarragona.