No hay verano posible sin conciertos al aire libre, del mismo modo que no hay playa sin balón de Nivea. Y en la selecta lista de festivales clásicos con burbujeante música en vivo, hay que hacer un hueco a Santa Catalina Classics, ubicado en el exquisito Hotel Santa Catalina (a Royal Hideaway Hotel) de Las Palmas de Gran Canaria, sede del Festival, donde el huésped, además de disfrutar de un premiado hotel único en Canarias, de estilo colonial, y gozar de sus amplios servicios, exquisito trato, atención y lujosa comodidad, es posible coincidir con los artistas que protagonizan el festival, hospedados en el mismo hotel que les brinda el concierto.
Y así fue el caso del recital del peruano Juan Diego Flórez (portada de RITMO en septiembre de 2018), tenor top ídolo de masas donde los haya, y no solo del momento, puesto que pasará a la historia como uno de los lírico-ligeros más grandes de todos los tiempos. Flórez, con su natural simpatía, inauguró con la solvente Oviedo Filarmonía, bajo la dirección del reconocido Christopher Franklin, esta segunda edición en los hermosos jardines del hotel (Parque Doramas), en una perfecta ubicación admirablemente preparada y organizada para la ocasión (se montó todo un cómodo auditorio al aire libre que fue desmontado al día siguiente), con un amplificación muy natural, que permitía distinguir con claridad las diversas texturas orquestales y los incomparables armónicos de la voz del tenor.
Con el paso de los años, la voz de Juan Diego se ha ido ensanchando, evolucionando hacia roles más densos (un Alfredo en La Traviata, Werther o Rodolfo en La Bohème), sin perder su esencia natural, frente a los puramente ligeros de hace una década (recuerdo aquel Barbero de Sevilla en el Teatro Real en 2005, donde literalmente el teatro se venía abajo en cada función con el inolvidable “Cessa di più resistere”).
En los recitales como el de Santa Catalina Classics, Flórez dejó pinceladas de su evolución, ofreciendo sus clásicos Rossini o Donizetti, junto a las recientes incorporaciones de Massenet, Verdi, Puccini u Offenbach, además de alguna que otra romanza de zarzuela, muy en la línea de los programas que Alfredo Kraus (el tenor canario universal) diseñó a lo largo de su carrera, y que no ha dejado de ser un modelo para el peruano.
A pesar de conocer al tenor, de escucharlo en vivo y en disco, uno sigue ensimismándose cada vez que abre su boca; su voz es patrimonio de la humanidad, pocos timbres seducen tanto y pocos fraseos reciben tanto mimo y elegancia. Desde La Cenerentola (con mayor empaque que hace años, pero irresistible) a un L’elisir d’amore (dos arias de Nemorino, especialmente una envolvente y cremosa “Furtiva lagrima”, con un inolvidable “Un solo instante i palpiti / Del suo bel cor sentir!”, de los que dejan a uno con la incapacidad de pensar que exista algo más bello y sencillo), a Verdi, dando un toque aristocrático al Alfredo de Traviata, desde el mayor lirismo al mayor heroísmo, la primera parte se hizo tan fresca como el cóctel que se puede degustar en las diversas piscinas del hotel, aderezado con fragmentos orquestales bien dirigidos por Franklin, brillando algunos atriles de la Oviedo Filarmonía, como las flautistas Mercedes Schmidt y Claudia Fernández.
Con deferencia al público español, las incursiones de Flórez en la zarzuela son como las de un ecologista en un desguace, su naturalidad y elegancia se sienten ajenas a estas músicas de textos ramplones y sobreabundadas de tópicos, superadas con suerte con el paso de los años.
Otro cantar es su incursión en el repertorio francés, con un “Pourquoi me révéllier” del Werther de Massenet que maneja con la habilidad de un maître, papel que ha rodado en teatro y al que interioriza con la frágil sensibilidad del personaje romántico. O la impresionante “Au mont Ida trois deesses” de La belle Helene de Offenbach, salpicada de agudos que en su voz son espontáneas flores abiertas rebosantes de perfume; una gozada, posiblemente lo mejor de la noche.
Al cerrar con su particular visión de “Che gélida manina”, sin la habitual anchura de los tenores más robustos, pero con un fraseo magistral, los más de mil asistentes del festival que dirige Felipe Aguirre esperaban la presencia de Flórez con su guitarra, que propició las acostumbradas canciones populares que cierran sus recitales (Palmero sube a la palma, Islas Canarias, La Flor de la Canela, Guantanamera, Me Importas Tú y la irresistible Cucurrucucú paloma) y que dejan una sonrisa en el espectador que no se borra en las veinticuatro horas siguientes; es una inyección de felicidad que experimentó en primera persona el Festival Santa Catalina y que regaló en un sábado para el recuerdo.
Gonzalo Pérez Chamorro
Festival Santa Catalina Classics
Juan Diego Flórez, tenor
Oviedo Filarmonía / Christopher Franklin
Hotel Santa Catalina (a Royal Hideaway Hotel), Las Palmas de Gran Canaria
Foto © Santa Catalina Classics