Las orquestas de Londres son como las heladerías italianas, numerosas y con fama, pero solo muy pocas toman puntualmente el té de las cinco. Entre ellas, la que es para mí la joya de la corona sigue siendo la Philharmonia Orchestra, seguida very closed por la London Symphony. Es una orquesta mayor, en toda la dimensión del adjetivo. Soltura, versatilidad, calidad, empaste, son algunas de las características que definen a la Philharmonia, que muestra en cada visita a los ciclos de Ibermúsica su gran clase como una de las orquestas top ten del mundo.
En esta ocasión, tanto director como solista eran insultantemente jóvenes y dispuestos. Dos talentos de su generación que no están ahí por casualidad. La escocesa Nicola Benedetti (cualquiera diría que es británica) apenas tiene 35 años, mientras que el director finlandés Santtu-Matias Rouvali ronda los 37 “tacos”, siendo ya titular de toda una Philharmonia Orchestra. Rouvali es un “producto” más de la excepcional escuela de dirección finesa, generada en el siglo XX para dirigir el tesoro nacional musical que les dejó Sibelius, principalmente sus Siete Sinfonías. Hasta entonces, Finlandia pensaba en cualquier cosa en lugar de salas de conciertos, orquestas sinfónicas y directores de orquesta. De esta escuela esencial, forjada a través del maestro Panula, salieron directores como Salonen o Saraste (esta semana precisamente dirige Sibelius a la Orquesta Nacional de España), entre muchos otros bien conocidos, y recientemente jóvenes promesas como Mäkelä y el rizado Santtu-Matias Rouvali, que se mueve con la soltura de un elegante bailarín sobre el podio.
Ninguna de las dos obras programadas son de las que dejan indemnes a los intérpretes, si se hace algún tipo de estrago sobre ellas: Concierto para violín de Beethoven y Quinta de Tchaikovsky.
Dejando que la Philharmonia sonara con naturalidad (esta obra la han tocado con todos los grandes directores beethovenianos), Rouvali, salvo algunos momentos algo lánguidos del Allegro ma non troppo, mantuvo una tensión versus belleza admirable, en perfecta sintonía con una solista entallada en un mono rojo de palabra de honor que evitaba cualquier enganche de arco y alegraba la vista, dicho sea de paso. Benedetti no dejó momentos de honda humanidad (por ejemplo, el sencillo Larghetto, al que le distó mucho para elevarse del suelo), pero rara vez comete un error o toma una mala decisión; todo le suena coherente y en su sitio, y tratándose de una obra peliaguda como esta, es todo un logro para un solista. La cadencia del primer movimiento, lejos del conservadurismo interpretativo que mostró, fue lo más atrevido, ya que introdujo motivos escoceses sobre la cadencia de la versión pianística que hizo Beethoven de este Concierto, añadiendo un sencillo acompañamiento de timbales. Y con la tonada escocesa que ofreció como propina, cerró el círculo escocés, algo apropiado para quien en su día mantuvo en vilo a su editor con los arreglos de las 25 Canciones escocesas, catalogadas finalmente con el Op. 108 en el listado beethoveniano.
No es Tchaikovsky la música que uno asociaría a la Philharmonia, a pesar que el generoso despliegue orquestal habitual del ruso favorezca a cualquier orquesta de alta calidad, ya que hace lucir sus virtudes, que en la Philharmonia son muchas, como unos trombones y trompetas superlativos, mucho más presenciales que en otras interpretaciones de esta Sinfonía, cuyas voces generalmente las relegan los directores tras la hermosísima escritura de la cuerda y las sugerentes frases de las maderas. Estas fueron decisiones atrevidas de un director que manejó los tempi con vivacidad, creando momentos de elevada intensidad emocional. No hubo, como en Beethoven, desfallecimientos, incluso cuando Tchaikovsky juega al despiste en el movimiento final, antes de acometer la verdadera coda, donde Rouvali la creó para “engañar” al más incauto que hasta llegó a aplaudir; el director me temo que tuvo que acortar el calderón para que los aplausos no arreciaran a destiempo.
El concierto estuvo dedicado al reciente fallecimiento de dos pianistas muy insignes, Radu Lupu y Nicholas Angelich. DEP.
Gonzalo Pérez Chamorro
Ibermúsica
Philharmonia Orchestra / Santtu-Matias Rouvali
Nicola Benedetti, violín
Obras de Beethoven y Tcahikovsky
Auditorio Nacional de Música, Madrid
Foto © Rafa Martin - Ibermúsica