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Crítica / El Señor del Volcán - por Juan Gómez Espinosa

Madrid - 25/04/2024

Nunca sobra la pedagogía en esto de la música, y más cuando hablamos de un movimiento tan influyente y dilatado en el tiempo como el Romanticismo. Este concierto de Ibermúsica resultó bastante didáctico en este sentido. Se echó mano a tres autores que representan el desarrollo del movimiento durante el siglo XIX: Beethoven, el comienzo, la destrucción necesaria para nacer; Schumann, la segunda fase, el Reino de la Fantasía; Dvořák, la madurez (en su caso, con elementos folclóricos populares también); posteriormente, podríamos hablar de epígonos como Strauss o trascendentales como Mahler, pero mejor en otra ocasión. Por su carácter temperamental, tanto en la extroversión como en la introversión, para definir el Romanticismo se ha empleado usualmente la metáfora del volcán.

Para dirigir este concierto se recurrió a Suzuki, que es, siguiendo con la metáfora, el Señor del Volcán. Este maestro se encuentra allá arriba, en la cima, pero ni siente miedo ante las fumarolas ni trata de evitar el cráter. Él, allá arriba, escucha muy atento y analiza todo cuanto está bullendo bajo la corteza. Podría decirse que o bien tiene el poder mágico de controlar la lava o de exponerla al público sin temor. Y toda esta materia que hierve la está dominando con sus manos desnudas. La serenidad del Señor del Volcán se hizo patente al comienzo de Beethoven y de Schumann. Otros directores abordan los primeros compases de estas piezas con bastante más vehemencia. Suzuki no. El miedo a que resulten lecturas demasiado tranquilas se desvanece enseguida. El Señor del Volcán no está realizando un ejercicio atlético, sino moldeando cada elemento  de esa lengua que abrasa. De ahí que el equilibrio entre fuerzas y la dirección narrativa se conviertan en marca del director.

Este contó además con una de las mejores orquestas del mundo: la Philharmonia londinense. Pese al equilibrio y el paladeo de las líneas sonoras, ninguno de los intérpretes se vio obligado a la contención. Al revés: Suzuki los animó constantemente para que la lava emergiese sin pudor (especialmente a los vientos).

Egmont, la obertura que Beethoven compuso para acompañar al drama de Goethe, se convirtió en obertura del concierto. Suzuki y compañía demostraron todos los rasgos expresivos ya señalados para demostrar que la obra que inicia un concierto no tiene por qué ser un trámite de calentamiento (como ocurre en demasiadas ocasiones). Tras la coda triunfal, uno podría preguntarse "¿y que se van a dejar para después?". Pues todo siguió igual, es decir, en plena marcha por el volcán.

Para el concierto de Schumann, Suzuki encontró un aliado solista idóneo: Jean-Guihen Queyras, que, además de una técnica impecable, posee la misma actitud del director ante la lava. Se escucharon en esta página momentos tan excepcionales como el dúo entre el solista y el chelista de la orquesta Sébastien van Kuijk o el puente entre los movimientos segundo y el tercero. Queyras reafirmó su sensibilidad y su cuidado tímbrico (estudió con Boulez, que algo sabía de timbres) con una propina emocionante en la que se fusionaba el lirismo popular con la profundidad de Bach.

En la segunda parte, cuando parecía que ya no cabían más sorpresas, el Señor del Volcán volvió a conmocionar. No comenzó la Sexta de Dvořák con su falsa tranquilidad. Directamente, embistió el aire y ya no se detuvo hasta el final. Cierto que el "Allegro non tanto" fue un bastante movido y que el "Adagio" fluyó hasta parecer un andante, pero nada de esto resultó una traición a la partitura. Suzuki y la Philharmonia consiguieron homenajear a un autor que, pese a su celebridad, merece conocerse con mayor profundidad. Estos músicos, director y orquesta, se zambulleron en el magma del checo para alumbrar toda la sabiduría y el vitalismo que poseía. En su tumba, seguro que se puso a bailar escuchando esta versión de su "Scherzo" (que gira en torno a la danza folclórica del furiant).

Una vez conquistada la cima con el final, me di cuenta de que Suzuki no se había plegado a eso tan convencional de buscar un clímax para cada obra. Recordé unas palabras del gran Sánchez Verdú: "¿Y por qué una composición debe tener un sólo clímax?". Suzuki alcanzó en cada una de las piezas, en cada uno de los movimientos, varios clímax. Y nadie murió por ello. El Señor del Volcán sin duda es igual de mágico cuando dirige Bach que cuando se lanza a otros repertorios, sea con sus manos desnudas o armado de un triángulo, como en la propina que nos regaló. Y la Philharmonia posee una calidad de sonido que no se debe solo al milagro digital.

Juan Gómez Espinosa

 

Orquestas y solistas del mundo de Ibermúsica. Serie Arriaga 23/24.

L.van Beethoven (Egmont, obertura en Fa Mayor, op.84), R. Schumann (Concierto para violonchelo en La menor, op.129), y A.Dvořák (Sinfonía núm. 6, en Re Mayor, op.60).

Jean-Guihen Queyras (violonchelo), Masaaki Suzuki (dirección), Philharmonia Orchestra

23 de abril de 2024. Auditorio Nacional de Madrid (Sala Sinfónica)

 

Foto © Rafa Martín / Ibermúsica

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