La formidable música de nuestro Antonio de Literes (1673–1747) inigualable músico y compositor mallorquín afincado en Madrid desde los trece años, siendo primero tiple y estudiante de música en la Capilla Real para terminar siendo uno de sus más influyentes compositores, rehabilitadores, instrumentistas y organistas.
El programa elegido, su zarzuela Acis y Galatea, por Daniel Pinteño, creador de Concerto 1700, grupo residente del CNDM durante la presente temporada -este es su primer concierto- no pudo resultar más apropiado para el disfrute del cada vez más docto público de este ciclo que tantas veladas deliciosas nos ha brindado. Es, además una muestra perfecta del compromiso, atención, rigor y mimo con que Pinteño está labrando una labor fundamental en la recuperación de nuestro patrimonio musical más olvidado y pocas veces puesto en su verdadero valor, la música antigua española, y en este caso concreto, una de las piezas fundamentales del comienzo del siglo XVIII.
Acis y Galatea, zarzuela en dos jornadas con texto de José de Cañizares, estrenada en el coliseo del Buen Retiro de Madrid el 19 de diciembre de 1708 con notable éxito, repuesta al menos en cinco ocasiones en el mismo Madrid, además de sus representaciones en Valencia y en Lisboa, pone de manifiesto la gran popularidad que el mito de estos dos desdichados amantes alcanzó en este periodo en toda Europa, encabezados por las dos singulares composiciones de Georg Friedrich Haendel, pero sin olvidarnos de autores italianos tales como Giovanni Battista Bononcini.
Con un reparto netamente femenino, salvo el rol de Polifemo y las cómicas intervenciones de Momo, originalmente atribuido a un papel femenino.
En una abarrotada Sala de Cámara del Auditorio Nacional, hizo su aparición el conjunto de un apasionado Daniel Pinteño con un orgánico que debería ser mucho más numeroso tanto en instrumentistas como en cantantes, pero que debido a razones presupuestarias no pudimos más que contentarnos con una versión camerística de un músico por parte, tanto en las partes orquestales como en las corales, que permite, no obstante, una difusión de esta magnífica música entre la fascinada audiencia, que además fue registrada por los micrófonos de Radio Clásica y las cámaras de Radiotelevisión Española para que cualquier melómano pueda disfrutar de los fastuosos placeres ideados por la genialidad de Literes.
Al margen de preferencias estilísticas o de el favoritismo por la belleza de una o aquella aria, la calidad de esta música es de primer nivel, y todavía no entendemos cómo no es más veces interpretada, ni puesta en escena en los mejores teatros del país, sobre todo cuando se trata de un compositor tan puesto en valor desde la musicología desde hace ya largo tiempo.
La Primera Jornada, nombre castellano que designaba en las zarzuelas a cada uno de los actos, comenzó con una breve introducción instrumental, una Batalla del 5º tono, en la que sobre un solo acorde los instrumentistas demostraron sus dotes de originalidad e improvisación, bajo el indudable aporte sonoro alla francesa que contribuían las precisas y reconfortantes notas de un inspirado Pere Olivé en la percusión.
Inmediatamente el tutti orquestal y vocal intervino en No hay otras iras que deban temerse, primer y enérgico momento que demostró la escasez de la plantilla vocal en los fortes, al ser invadidos por el generoso y vital sonido de los fantásticos instrumentistas, quienes hicieron, cómo no, demostración de un derroche de sus invenciones en el bajo continuo y fastuosas sonoridades plenas de vitalidad y belleza acústica.
La sucesión de recitativos, arias y números de conjunto tuvo siempre un nexo de unión, a través de la modificación ingeniosa del libreto, a cargo de Ignacio García -dramaturgia-, designando un fundamental papel a Polifemo, interpretado por el carismático Emilio Gaviria, quien dotó al personaje de un locuaz, misterioso y legendario carácter, nunca desprovisto de frescura, y comicidad. Sus diálogos medidamente estudiados con el resto de personajes denotaron su profesionalidad de sobra conocida por el público, y sus magníficas dotes actorales contrastaron con las de los cantantes profesionales, a excepción de una inspirada Lucía Caihuela -Acis- quien dio unas formidables réplicas al actor.
Asimismo, se intercalaron pequeños efectos e introducciones instrumentales en varios cambios de afecto entre el texto, casi siempre capitaneados por un clarividente Pablo Zapico en la guitarra barroca y por un entusiasta y eficaz Daniel Pinteño al violín.
Además, realizaron pequeños movimientos escénicos que ayudaban a seguir la trama, como las salidas de escena de Acis y Galatea entre la primera y segunda jornada, y la del monstruo Polifemo antes de la finalización de la obra.
En el plano estrictamente musical la encargada de dar vida a la protagonista absoluta de la trama, Galatea, fue Aurora Peña, soprano valenciana de voz no pequeña, que brilló en los momentos de más fuerza sonora, al pasar sin problema sobre la orquesta, demostrando un volumen generoso, sobre todo en la zona aguda, con buena presencia de un bonito vibrato natural. La protagonista original fue Teresa de Robles, soprano bien conocida por el público madrileño de la época. En Cielo ha de ser el mar, aria de bravura, Peña demostró un buen dominio de las coloraturas con un fabuloso fiato, sin desdeñar el enérgico carácter impuesto por el afecto y el texto impetuoso.
El otro rol protagónico, Acis, fue encargado a la mezzosoprano Lucía Caihuela, quien recogió el testigo originalmente ideado para una mujer, algo habitual en la época, en esta ocasión fue Paula María de Rojas, actriz y soprano madrileña. Las excelentes dotes actorales y presencia escénica de Caihuela estuvieron a la par de su musicalidad, precioso timbre, proyección vocal y expresividad. De sus múltiples acometidos podemos destacar sin ninguna duda el recitativo ¡Quédate en paz, oh divina Galatea!, en donde la sensibilidad de la mezzo madrileña fue uno de los momentos más delicados y expresivos de la velada.
Para la interpretación de Polifemo, el personaje más peculiar y distintivo sobre cualquier otra historia de amor, y quizás por ello, el causante del éxito del mito de Ovidio, nos encontramos al afamado actor Emilio Gaviria, quien además de lo anteriormente expresado en el plano meramente teatral, tuvo su momento musical, interpretando el aria ideada para él por Literes, Dulce Galatea. Tal y como suele ocurrir en estas ocasiones, la pronunciación del texto fue ejemplar al cantar el aria con su voz natural sin impostación, apoyada en sus dotes de actor. Fue el único intérprete en cantar su fragmento de memoria, cosa no banal, puesto que ayuda en demasía a la comunicación con el público y a hacer suya la partitura de Literes, tal y como está ideada esta obra, para ser representada teatralmente.
Èlia Casanova acometió el trabajo dar vida a otros dos personajes femeninos, Glauco y Tisbe. Casanova nos tiene acostumbrados a sus participaciones en grupos de cámara que profundizan en un repertorio anterior, o formando parte de impecables formaciones vocales, pero ayer no fue un obstáculo su desempeño en estas lides barrocas protagónicas, alcanzando momentos de expresión muy logrados, demostrando su profesionalidad y buen hacer en sus dos personajes, deseando en ocasiones que su registro más agudo, formidable, estuviera más presente es ellos. Sin duda el aria de Glauco Si el triunfo que ama fue su momento estelar, revelando un impecable dominio en las endiabladas y agilísimas coloraturas, por el vivaz tempo impuesto por Pinteño, que no fue un obstáculo para que Èlia demostrara su dominio sobre ellas sin perder ni un ápice en ligereza y carácter alegre.
El personaje cómico, gracioso en palabras del libretista, fue encomendado en esta ocasión a un barítono, Víctor Cruz, aunque en la representación de 1708 lo interpretó Beatriz Rodríguez. El desparpajo y la naturalidad del barítono granadino embaucaron al público desde su primera intervención, logrando el intérprete sonoras carcajadas y complicidades entre el respetable.
El aria que cierra la primera jornada, Señora ya que el secreto, fue el instante de lucimiento de todas las cualidades cómicas, expresivas y gestuales de Cruz, quien en sus locuaces y entendibles palabras sin necesidad de utilizar libreto impreso alguno por parte del público, destacó en momentos hilarantes como “Ya me empieza a dar vla tos” o en las insistentes, cambiantes y por ello graciosas repeticiones de la palabra “chito”. Además de todo esto, Víctor Cruz mostró su bonito timbre y fraseo en todas y cada una de sus interpretaciones de los números de conjunto.
Concerto 1700 contó en esta ocasión con excelentes músicos en todas sus secciones. Aunque su número fue limitado por razones presupuestarias, su elección por su calidad de todos y cada uno de sus miembros fue todo un logro para dotar a esta zarzuela de una mini orquesta de cámara fabulosa.
Así, los dos violines estuvieron en constante diálogo y en constante imitación del fraseo y articulación. Fumiko Morie, violinista japonesa afincada en España, fue un absoluto deleite para el público, ya que su contagiosa vitalidad, facilidad en su manera de tocar, compañerismo y alegría, imbuían de inmediato a sus colegas instrumentistas, a la vez que demostró una impecable afinación y un sonido poderoso y dúctil.
El bajo continuo estuvo conformado por cuatro músicos excepcionales, comenzando por el gran Pablo Zapico en la guitarra barroca, quien supo en todo momento discernir cada afecto y transmitirlo de inmediato a todo el conjunto instrumental. A Zapico se le encomendó en muchas ocasiones una pequeña introducción a distintas arias y recitativos, que situaron de un modo perfecto el nuevo cuadro, a falta de escenografía que situara al espectador.
Ruth Verona sigue demostrando concierto a concierto esa pasión, belleza sonora y musicalidad en cada intervención, lo que fue un verdadero lujo para que Alfonso Sebastián en el clave no tuviera ningún inconveniente en realizar las mil y una diabluras en el teclado que amalgamaban y daban coherencia al bajo continuo. Silvia Jiménez en el contrabajo dotó de sonoridad orquestal a este conjunto camerístico de un modo sutil, eficaz y muchas veces solista. Sus pizzicatos dieron momentos de colorido necesario en varios pasajes.
La percusión de Pere Olivé dotó de gran riqueza a las distintas escenas y danzas, ya fuera con el poderoso y rotundo tambor o con las pizpiretas, juguetonas y virtuosas castañuelas en las Seguidillas ¿Qué demonios es esto que anda en la selva?
Pero si de alguien hay que hablar en esta formidable velada de música barroca española es de Daniel Pinteño, fundador, director, concertino y alma mater de Concerto 1700. Desde la creación de este inquieto grupo, en 2015 ha logrado la grabación y difusión de decenas de joyas de nuestro patrimonio musical intangible, haciendo posible volver a disfrutarlas. Ha llegado a convertirte en el residente interpretativo de la actual temporada del CNDM, y sigue ideando programas y proyectos que ilusionan tanto a él como al público con su contagiosa pasión hacia y para nuestra preciosa música más frágil.
Por si esto no fuera suficiente, el pasado jueves demostró esta pasión y compromiso con nuestro repertorio, a la vez que mantuvo intacta su calidad interpretativa al violín, comandando y dando múltiples instrucciones y cometidos a sus colegas. Su sonido fue en ocasiones poderoso, a veces dolce, otras juguetón y saltarín, dependiendo de cada afecto o momento que la partitura exigiera, a la vez que marcaba el tempo y carácter de múltiples fragmentos, sin por ello dejar en libertad a sus excepcionales compañeros cuando la ocasión lo requería.
Por todo esto y por el pequeño, afectuoso y natural discurso antes de encarar el bis final -la repetición del último y triunfante número- ¡larga vida a Concerto 1700 y a sus múltiples compromisos futuros!
El público despidió a cada uno de los intérpretes con una calurosa y larga ovación, que será contestada en el próximo compromiso del Centro Nacional de Difusión Musical.
Simón Andueza
Aurora Peña, soprano, Lucía Caihuela, mezzosoprano, Emilio Gaviria, actor/barítono, Èlia Casanova, soprano, Víctor Cruz, barítono.
Concerto 1700, Daniel Pinteño, violín y director.
Antonio de Literes: Acis y Galatea
Ciclo ‘Universo Barroco’ del CNDM. Sala de Cámara del Auditorio Nacional de Música, Madrid.
23 de febrero de 2023, 19:30 h.
Foto © Elvira Megías