El recital comenzó con malos augurios, el programa inicial había sido cambiado en su integridad por enfermedad del pianista Alexander Schmalz, con el que Goerne no encontró oportuno ensayar por esta circunstancia, a lo que se añadió que Goerne se encontraba un poco resfriado.
El programa tuvo una duración de 75 minutos, con la petición de los intérpretes de que no se aplaudiera hasta el final del mismo.
Comenzó la sesión con los Seis Lieder inspirados en Gellert y An die Hoffnung, (A la Esperanza Op.32) de Beethoven.
El barítono y el pianista parecieron un tanto perdidos. Goerne cantó de forma muy precavida, su voz no corría y Schmalcz tampoco parecía encontrar el camino.
Después en la sección dedicada a Hugo Wolf, con las Canciones Espirituales nº 1,2,5 y 9 del Spanisches Liederbuch, todo comenzó a entonarse. Goerne se enfrentó al difícil mundo del gran Wolf con seguridad y entrega; los titubeos iniciales fueron sustituidos por un progresivo nivel de intensidad dramática que fue aumentando hasta el final de la velada.
Después vinieron Zwei geistliche Lieder (Dos Lieder espirituales) de Max Reger, para continuar con la versión de 1815 de An die Hofnung (A la Esperanza Op.94) de Beethoven, también interpretadas magistralmente, aunque se les podría poner la pega de una pizca de exceso de extroversión, compensada por esa capacidad del cantante para convencer al auditorio de que sus interpretaciones son las justas.
Después le tocó la vez a Schubert y el Ángel de la música marcó la diferencia con su Litanei auf das Fest Aller Seelen (Letanía en la fiesta de los difuntos) con la que Goerne y Schmalcz dieron una lección de lo más exquisito de su arte. El barítono la interpretó recogiendo la voz hasta casi el susurro y el pianista supo acompañarle con unción, diría yo. Goerne contuvo su explosiva emotividad para dibujar la íntima belleza de la obra con un magisterio indiscutible. Sí, usó el falsete, y su voz no suena con la redondez de antaño, pero esto lo compensa con una capacidad para transmitir la esencia de los lieder que pocos pueden equiparar.
Para concluir, Brahms y sus Vier ernste Gesange (Cuatro cantos Serios) Aquí, las virtudes del barítono y el pianista, que, poco a poco, iban saliendo a la luz durante la velada y que ya habían deslumbrado con Schubert, lograron su máxima expresión. La voz de Goerne hoy tiene timbres más oscuros que en el pasado, en ocasiones se tiñe de colores casi tenoriles, sin embargo su técnica respiratoria ha mejorado notablemente. Pero lo que es indiscutible es que tiene una capacidad única para dramatizar lo textos, a pesar de su exagerados movimientos, y transmitirlos al público con una emoción fuera de serie. Y con estos requisitos, los pocos peros a sus pequeñas sombras vocales los considero fuera de lugar. Es un grande y Schmalcz, otro.
Francisco Villalba
Matthias Goerne, Alexander Schmalcz
XXX Ciclo de Lied del CNDM, Teatro de la Zarzuela, Madrid
Foto © Rafa Martín