El CNDM nos propuso un programa con dos obras radicalmente opuestas: una auténtica rareza en salas de concierto, la Missa superba de Johann Caspar Kerll (1627 - 1693) y una archiconocida, el Requiem KV 626 de Wolfgang Amadeus Mozart (1756 - 1791), en la versión completada ingeniosamente por su discípulo Franz Xaver Süssmayr (1766 - 1803).
Johann Caspar Kerll, discípulo de Carissimi y Frescobaldi, es un compositor de esos de los que jamás escuchamos nada por estas tierras. Fue una verdadera sorpresa su programación, ya que Kerll es un gran autor admirado por figuras tan insignes como Johann Sebastian Bach o Georg Friedrich Haendel. También fue asombroso el orgánico con el que Hengelbrock decidió su interpretación, ya que esta obra de reducida plantilla instrumental, dos violines, cuatro trombones y bajo continuo, fue acometida, además de los cuatro trombones, por el tutti de cuerda allí congregado para interpretar la obra mozartiana: 10 violines primeros, 9 violines segundos, 5 violonchelos, 3 contrabajos, más los dos fagotes y el órgano.
Esta elección de fuerzas desdibujó la camerística textura que Kerll tendría en mente para una formación habitual en la Alemania del siglo XVII. En los ritornellos en donde los dos violines dialogan entre sí o con el grupo de metales se asemejaba más a una sección de cuerda digna de una orquesta sinfónica. Sea como fuere, la belleza de la obra nos dio verdaderos momentos de disfrute, como en el Credo, en donde se alternan preciosos pasajes concertatos, protagonizados casi siempre por dos voces solistas, como el dúo de bajos de Qui propter nos homines, contrastados por hermosos tuttis como el Et incarnatus est.
En el Agnus Dei se pudo disfrutar especialmente de estas antítesis y alternancias: los solos, como el delicado dúo de sopranos del comienzo ejecutado con mucha precisión pese a la gran distancia entre las solistas, y la poderosa y homogénea formación al completo que realizó un fantástico crescendo orquestado por la mano siempre firme y expresiva de Hengelbrock.
El maestro de la Baja Sajonia dio comienzo de inmediato al Introito del Requiem de Wolfgang Amadeus Mozart, acallando los incipientes aplausos que el público quería brindar a la soberbia música de Kerll. Este comienzo fue toda una declaración de intenciones, en donde Hengelbrock daba comienzo a su personalísima visión de esta archiconocida obra: la articulación tan corta e incisiva de los cellos y contrabajos junto a un tempo bastante animado para este primer Adagio nos trasladó al vitalísimo mundo del director alemán y a su deseo de no caer en la monotonía.
La primera intervención desde el coro de la soprano solista mostró también la pauta de que los solistas vocales de esta velada pertenecen al mismo lugar que el resto de la música, desdibujando los límites entre coro y solistas. El coro demostró desde este comienzo su magnífica solidez, empaste máximo, e impecable afinación, continuando en el Kyrie con una verdadera demostración de agilidades muy fáciles y transmisión cristalina de la forma de los pasajes fugados, haciendo comprensible en todo momento su estructura.
La formidable composición que es el inicio de la Secuencia, el Dies Irae, fue un torbellino de energía, con unos exagerados acentos por parte de toda la plantilla de músicos, dando una sensación estética propia del Sturm und Drang.
El primer número en donde los solistas intervienen con verdadero protagonismo, el Tuba mirum, reveló sus características. La soprano Katja Stuber posee una voz de afinación perfecta estable y carente de vibrato, lo que hizo que en una sala tan amplia como la del Auditorio Nacional resultara en ocasiones difícil de apreciar. La mezzo Marion Eckstein, de instrumento cálido y de timbre bello, demostró una gran expresividad. El tenor Jan Petryka exhibió su agudo fácil y musicalidad, mientras que el bajo Reinhard Mayr tuvo intervenciones desiguales. Es de agradecer que el cuarteto realizara en todo momento música de cámara entre sí, olvidándose de las individualidades solísticas tan en boga actualmente.
Otra de las peculiaridades propuestas por Hengelbrock fue la alternancia de los solistas con el tutti, tanto vocal como orquestal. Así, la última frase de este número, Cum vix justus, fue interpretada por el coro, lo mismo que sucedería en bastantes pasajes del Recordare, en donde las secciones de violonchelos y violines demostraron un precioso sonido, siempre dúctil y sólido, con un fraseo envidiable.
Todavía restaban dos partes más de la Secuencia: El Confutatis fue una muestra más de esta desmesurada energía vital que contrastó con el maravilloso pasaje Voca me cum benedictis, en donde pudimos disfrutar de unas angelicales sopranos desdobladas en dos voces, absolutamente dulces y con una sonoridad totalmente unitaria, algo que demostró el resto del coro en el Lacrimosa.
Hubo otros efectos especiales preparados por maestro alemán, como el preciso y ligero pizzicato del primer contrabajista en el Hostias, que hizo que pareciera una danza cortesana dieciochesca.
Como colofón a esta velada, se ofrecieron dos propinas que no hicieron sino destacar aún más la fantástica forma en que se encuentra el Coro Balthasar Neumann: un Coral de la Cantata BWV 56 de Johann Sebastian Bach, y una obra litúrgica rusa para coro a capela, en donde exhibieron una vez más su perfecta afinación, su equilibrio entre las voces y su musicalidad.
Simón Andueza
Balthasar Neumann Chor, Soloists & Ensemble.
Katja Stuber, soprano, Marion Eckstein, contralto, Jan Petryka, tenor,
Reinhard Mayr, bajo. Detlef Bratschke, director del coro.
Thomas Hengelbrock, director.
Obras de Johann Caspar Kerll y Wolfgang Amadeus Mozart.
27 de enero de 2019, 19:00 horas.
Ciclo Universo Barroco del CNDM.
Auditorio Nacional de Música, Madrid, Sala Sinfónica.
Foto: Thomas Hengelbrock, director del Balthasar Neumann, en el Auditorio Nacional.