Después de una trilogía Da Ponte para el recuerdo (al menos en lo que se refiere a la propuesta escénica y a la dirección orquestal), el Liceu no lo tenía fácil a la hora de abordar en el marco de esta misma temporada un nuevo título mozartiano. Y no uno cualquiera, sino nada menos que La flauta mágica. Los resultados han superado todas las expectativas.
El montaje que pudo verse el pasado 20 de junio contaba con varios reclamos. El primero de ellos era la puesta en escena de David McVicar, procedente de la Royal Opera House de Londres. Todo lo que el libreto y la partitura tienen de cuento de hadas fue magistralmente expuesto en esta producción.
Los decorados y el vestuario de John Macfarlane, la iluminación de Paule Constable, los movimientos y coreografías de Leah Hausman, todo incidía en ese universo mágico poblado de monstruos, hadas, criaturas fantásticas, encantamientos… Y siempre a través de una propuesta visualmente preciosa, muy sugerente, con momentos tan bien resueltos como la serpiente que ataca a Tamino en la escena inicial, las apariciones de la Reina de la Noche, la llegada de los Tres Muchachos en un carro alado, la desesperación de Pamina o las pruebas del fuego y el agua.
Es, en suma, una lectura de esas que busca transmitir el espíritu de la obra original sin caer en la tentación de abordar interpretaciones más trascendentes o de intentar “adecentar” un texto que, para el público de hoy, rezuma una misoginia galopante. Evidentemente, el componente serio vinculado a la masonería, representado por la lucha entre la oscuridad y la luz, está también presente, pero integrado de un modo que no puede ser más natural.
Otros dos reclamos de la producción atañían a la parte musical. Más concretamente, se trataba de dos debuts en este título: el de Gustavo Dudamel en el foso y el del tenor Javier Camarena como Tamino. Ambos salieron más que airosos del reto.
El director aplicó a la partitura mozartiana esa electricidad que es marca de la casa. Su lectura fue así un dechado de inventiva, de ideas, ya desde una obertura que abordó con un tempo muy vivo y con un acusado sentido del contraste rítmico y dinámico, a la vez que destacaba la sutil y cristalina instrumentación propia del genio salzburgués. La orquesta, entregada, le siguió de manera notable. En cuanto a Camarena, brilló gracias a un canto seguro y elegante que aportaba la nobleza requerida al personaje, así como cierta ingenuidad.
El resto del reparto estuvo a la altura. Si Lucy Crowe fue una Pamina sensible, especialmente en su aria del segundo acto, Kathryn Lewek bordó el personaje de la Reina de la Noche tanto a nivel escénico como vocal, sobre todo en su segunda y temible aria, a cuyos endiablados agudos dio un toque de perversidad especial.
Excelente fue también la prestación de Thomas Oliemans como Papageno, con toda la bis cómica que el papel exige. Como Sarastro, el bajo Stephen Milling aportó una imponente presencia escénica y un canto noble y austero.
En el extremo opuesto, el tenor Roger Padullés recurrió a un eficaz histrionismo como Monostatos, personaje que en esta propuesta evoca a un grotesco Nosferatu. La sorpresa, un Matthias Goerne que, después de haber interpretado Wozzeck en este mismo teatro, encarnó el Orador, un papel prácticamente testimonial. Todo un lujo o, depende de cómo se mire, un despilfarro…
Las Tres Damas, interpretadas por Berna Perles, Gemma Coma-Alabert y Marta Infante, convencieron plenamente, también en lo que al movimiento escénico se refiere, pues en esta puesta en escena su rol resulta ciertamente inquietante.
No menos gozosa fue la prestación de los Tres Muchachos, encarnados por tres solistas del Cor Infantil Amics de la Unió. Mercedes Gancedo, por su parte, aportó desparpajo como Papagena.
En definitiva, esta Flauta mágica es una auténtica fiesta escénica y musical. Ópera en estado puro.
Juan Carlos Moreno
Javier Camarena, Lucy Crowe, Thomas Oliemans, Kathryn Lewek, Stephen Milling, Matthias Goerne, Roger Padullés, Mercedes Gancedo.
Cor i Orquestra Simfònica del Gran Teatre del Liceu / Gustavo Dudamel.
Escena: David McVicar.
La flauta mágica, de Wolfgang Amadeus Mozart.
Gran Teatre del Liceu, Barcelona.
Foto © David Ruano