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Crítica / El impasible romántico de Stephen Hough  - por Javier Extremera

Úbeda - 03/06/2024

Visitaba el pasado 31 de mayo, dentro de la 36 edición del Festival de Úbeda, uno de esos músicos engalanado con pajarita en los dedos, de extenso currículo, fecunda discografía y una carrera profesional resguardada siempre de los focos mediáticos. Con esa fisicidad y elegancia puramente british que recuerda incluso a algunos personajes novelescos del curvilíneo Graham Greene, Stephen Hough, es un músico de continuas inquietudes religiosas (además de compositor y escritor), gran pureza sonora y garboso dominio técnico. De esos superdotados que nunca hacen ruido ni levantan estrepitosos suspiros a su paso por los auditorios. De los que jamás sacan los pies del plato dinámico y prefieren transitar por un laborioso suelo sin alfombras rojas.

Pese a su aparente desapego a la hora de arriesgar y releer la letra escrita en la partitura, Hough es un pianista de buenos modales interpretativos, de esa que huele a la vieja y gloriosa escuela de las islas que pariera Clementi y que irremediablemente marcaron los pasos y estilos de la generación de los Paul Crossley, Peter Donohoe, Barry Douglas, John Lill o nuestro Stephen Hough. Oficio y gestos mamados en su británico aprendizaje, como ese de pasar la mopa anti polvo sobre cada nota que emita su resplandeciente y aseado teclado. Un intérprete de los etiquetados como clásicos, pero en el buen sentido de la palabra.

En su programa rindió pleitesía a dos de las moles más infranqueables y rotundas del pianismo romántico, ambas escritas en la tonalidad de si menor. Pero antes de enfrentarse a estos dos colosos, para calentar sus manos y meter en faena los oídos del público asistente, arrancó las dos partes de su programa, con algunas piezas de Cécile Chaminade repletas de fragancias románticas. “Automne” (con su riqueza melódica puramente chopiniana) y “Autrefois” (con sus coquetos y particulares adornos y trinos más propios de un clavecín), allanaron el camino a una versión muy orquestal y sinfónica de la mastodóntica Sonata de Liszt, que fue edificando ladrillo a ladrillo y empezando por los cimientos y no por el tejado como hacen algunos.

Hough no es un pianista que hipnotice, desprenda lava o provoque vértigo, pero la Sonata en si menor del húngaro que propuso mezcló sabiamente el rugido con la acaricia, el susurro con el alarido desesperado, sin renunciar nunca al elemento virtuoso y espectacular de la obra. En su lectura convivieron en buena armonía el intelectual analítico y sensato, junto al poeta soñador y sensible (delicioso el rubato implantado a los últimos compases donde la música se va extinguiendo como la vida misma).

Tras otras dos vistosas piezas de Chaminade, “Théme Varié” y “Les Sylvains” con sus seductores glissani, abrió el camino a una de las obras capitales del pianismo de todos los tiempos como es la Tercera Sonata de Chopin. Si Liszt fue eminentemente orquestal, la lectura del polaco denotó un manifiesto enraizamiento a la música de salón, enfatizando continuamente la rítmica de un marcado halo danzable a la partitura. La fluidez y la ligereza predominaron en toda la interpretación, incluido en un anodino Largo al que se le echó de menos algo más de discurso poético y de reflexión dinámica.

El británico cerró su recital con el popular "Susurro de primavera" de Sinding y haciéndole un guiño a nuestro país con una extraordinaria versión de la evocadora “Muchachas en el jardín” de las “Escenas de niños” de Mompou, sensitiva postal sonora que impregnó de vivos colores impresionistas hasta el último rincón del Hospital de Santiago ubetense.

Javier Extremera

 

Stephen Hough

Obras de Chaminade, Liszt y Chopin

Auditorio del Hospital de Santiago, Úbeda

 

Foto © Albero Román

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