Los dos primeros conciertos del II Festival Iturbi, creado como un brazo más del Concurso Iturbi y que, sin las ataduras de las bases de un premio para piano internacional, puede desarrollar un programa en torno al pianista universal que da nombre al concurso y al festival que organiza el Área de Cultura de la Diputación de València, en colaboración con diversas instituciones valencianas (Palau de les Arts, Palau de la Música, etc.), contaron con Maria Joao Pires y con un ensemble de cuerda más el pianista Luis Fernando Pérez.
El Festival Internacional de Piano de València Iturbi (del 28 de octubre al 4 de noviembre) cuenta con la dirección artística de Justo Romero, que ha programado un selecto ramillete de conciertos, con nombres de postín y multitud de músicos valencianos que pueblan estos programas repletos de originalidad y frescor, dando más vida musical a la patria chica de José Iturbi, fallecido en Los Angeles en 1980.
Los dos conciertos que pude escuchar no pudieron ser más distintos: el primero, el inaugural, desde la comodidad del programa de Maria Joao Pires en una sala de acústica idónea (Auditori del Palau de les Arts), al segundo, con un programa de mayor riesgo (estreno de Francisco Coll) y una acústica (Centro Cultural La Beneficencia) que se manifestaba intensamente como el dulce de la horchata o el ajo del alioli.
Cuando la Pires sale a escena, haga lo que haga, el público ya está con ella. Sus ropas para el recital han sido elegidas por la comodidad y una cierta elegancia que le permite diferenciarse de un día normal, a la vez que sugiere sencillez en sus pasos y acciones, algo parecido a cómo lleva tocando el piano desde hace más de cincuenta años, sin llamar la atención, atendiendo a la música como un fiel apóstol que no desea un protagonismo mayor que su maestro.
Así sonó su Schubert, sabio y hondo, pero dotado de una naturalidad a veces excesiva, ya que esta música pide en muchas ocasiones un pianista de autor, un orfebre que se detenga en pulir algunas frases antológicas salidas de la pluma de un genio dolido y sonriente, la difícil alquimia a la hora de traducir e interpretar una música que en más de una ocasión uno no sabe si sonríe por placer o por puro dolor. Pires hizo un arco con las Sonatas D 664 y 960, ya que en cierto modo el lento transitar del comienzo de la Sonata D 664 se anticipa al de la 960, esos moderatos schubertianos en los que ir demasiado lento puede hacer que te pierdas en el camino (salvo que seas Sviatoslav Richter) o ir demasiado raudo te puede hacer tropezar. Ella, que seguro ha sufrido ambos percances en su dilatada vida pianística, hace de Schubert un soplo, como un narrador que pausadamente relata su poesía sin prisa y sin pausa, como nos decían las abuelas.
Y entre medias, el juvenil Debussy de la Suite Bergamasque, con un Claro de luna que garantiza la supervivencia de esta Suite frente a mayores logros debussystas de similares proporciones (Images, Estampes), y que hace susurrar y removerse a los espectadores de sus asientos cada vez que suena ese Andante trés expressif de fuertes evocaciones pictóricas, como la Arabesque n. 1 que regaló la portuguesa tras la Sonata D 960 de Schubert. Un Debussy “de libro”, muy de Pires, pero algo transformado en rutinario, seguramente por llevar tocándolo desde hace tantos y tantos años y donde le ha desaparecido el factor sorpresa.
Al día siguiente, en la bella capilla del Centre Cultural La Beneficència, con una acústica inmensa, que tapaba los unísonos pero hacía florecer los armónicos como el sol que esa mañana lucía en la ciudad levantina, fue el escenario para el estreno del Quinteto con piano Las lógicas exquisitas de Francisco Coll, una obra que se escuchó dos veces, ya que fue biseada al final del concierto, tras un Quinteto de Shostakovich que mejoraba el sabor original de Coll, en principio degustado como primer plato y al que seguiría el Quinteto de Schumann. Esta música de Coll entra como echando la puerta abajo y ya no cesa en su empuje rítmico, en una evolución armónica que transita un estado de calma hacia su conclusión, bien definido el ritmo por ese pianista sensacional que es Luis Fernando Pérez, alma mater en las tres obras y que nos dejó momentos de verdadero arte e inteligencia musical para coordinar al cuarteto de cuerda ante sonoridades que iban y venían sin dejar de irse de la sala, salvo cuando Shostakovich pide la sordina, que se desenvolvía en esta acústica como si estuviera en su propia casa.
Una soirée camerística muy disfrutable, con sus altibajos por la exigencia del programa pero solventemente interpretada por unos músicos de mucha calidad.
Este Festival es un ciclo que agranda el mito de José Iturbi; “¿quién es Iturbi?”, preguntó a su padre un jovencísimo valenciano presente en la sala, al parecer un buen melómano que no vio otra cosa mejor que hacer una mañana de sábado en Valencia que ir a este concierto con su hijo. “Fue un pianista que llevó el nombre de Valencia a todo el mundo cuando casi nadie nos conocía”.
Gonzalo Pérez Chamorro
II Festival Iturbi, Valencia
Maria Joao Pires, piano
Obras de Schubert y Debussy
Palau de Les Arts
Juan Luis Gallego, violín. Santiago Juan, violín. David Fons, viola. David Apellániz, violonchelo. Luis Fernando Pérez, piano
Obras de Coll, Schumann y Shostakovich
Centre Cultural La Beneficència
Foto: El cuarteto de cuerda más el pianista Luis Fernando Pérez, en el Centre Cultural La Beneficència / © Contra Vent i Fusta