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Crítica / El estremecedor Shostakovich del Cuarteto Casals - por Juan Carlos Moreno

Barcelona - 17/05/2024

Como Beethoven en su día, Shostakovich hizo saltar las formas tradicionales en sus cinco últimos cuartetos de cuerda. En ellos experimenta con la forma, con las técnicas (hay un puntual uso del dodecafonismo), incluso con el modo de tratar los instrumentos (esos golpes en la caja del Cuarteto n. 13). Los cinco son un asombroso ejercicio de libertad creadora por parte de un compositor que nada tenía ya que demostrar. Ciertamente, el cuarteto de cuerda siempre fue un género especial para él, el que veía más adecuado para expresarse libremente tanto a nivel musical como personal. Los cinco últimos llevan esa voluntad de expresión a tal extremo, que son uno de los más intensos ejercicios de introspección que ha dado la historia de la música, así como una estremecedora reflexión sobre la muerte.

Su audición en vivo es toda una experiencia, una catarsis, más aún si vienen interpretados por un grupo de la categoría del Cuarteto Casals. Los abordaron el 14 y 15 de mayo, en L’Auditori, en dos conciertos con los que culminaron su integral cuartetística de Shostakovich. Dos conciertos que dejarán una profunda huella, no solo por la música y la calidad de las versiones, sino también por la comunión que se creó entre el cuarteto y un público que siguió sus interpretaciones sin apenas atreverse a respirar.

Con una carrera que empezó en 1997, los Casals han alcanzado una madurez perfecta para afrontar un ciclo como este, sobre todo en lo que se refiere a su componente emocional. Los violinistas Vera Martínez y Abel Tomàs, el viola Jonathan Brown y el violoncelista Arnau Tomàs son cuatro músicos extraordinarios, como se aprecia en los solos que Shostakovich les regala en estas obras. Pero, sobre todo, son cuatro voces que forman un cuarteto tan perfectamente compenetrado que funciona como un único organismo. Al mismo tiempo, con una puesta en escena sobria, sin alardes de cara a la galería, aciertan a transmitir la esencia de cada obra, algo que en una música como la de estos cuartetos resulta sencillamente devastador.

Los cinco cuartetos fueron defendidos de manera impecable. Pero hubo dos que sobresalieron por encima del resto. Por un lado, el Cuarteto n. 13, un único movimiento que, tras un inicio de una sobriedad desoladora, deriva hacia una especie de danza macabra para culminar en un agudo en pianísimo de la viola que es recogido por los violines hasta un final que corta como una cuchillada.

Por otro lado, el Cuarteto n. 15, la obra más despojada, austera y existencial de Shostakovich, su réquiem, que los Casals interpretaron prácticamente en penumbra a fin de crear una atmósfera aún más recogida. Hay veces en que las palabras, sencillamente sobran, y esta es una de ellas. Desde la Elegía inicial, toda la versión fue un ejercicio sublime de arte interpretativo al servicio de la música: los incisivos y glaciares sforzandi de la Serenata, que anteceden al fantasmal tema de vals del primer violín; el delicado lirismo introducido por la viola en el Nocturno; los feroces acordes repetidos de la Marcha fúnebre o esos ominosos trinos del Epílogo, que los Casals ejecutaron de un modo milagrosamente etéreo…

Al final, cuando la música se interrumpe y deja paso al silencio, costó volver a la realidad. Y más aún, romper a aplaudir, acto que acabó siendo un acto de liberación tras tanta emoción concentrada.

Juan Carlos Moreno

 

Cuarteto Casals.

Obras de Shostakovich.

L’Auditori, Barcelona.

 

Foto © May Zircus

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