El pasado 22 de noviembre, la francobritánica Stephanie Childress dirigió su primer concierto como principal directora invitada de la Orquestra Simfònica de Barcelona i Nacional de Catalunya (OBC) para esta temporada y la siguiente. Su nombramiento da continuidad al propósito de L’Auditori de apostar por nuevos talentos de la dirección y, en especial, por las batutas femeninas. En este caso se trata de una directora muy joven (nació en 1999), pero que, tras ser galardonada con el segundo premio en el concurso inagural “La Maestra” de París en 2020, ha dirigido ya orquestas como las Sinfónicas de Londres y Berlín o la Orquesta de París.
Apostar por la juventud comporta siempre algunos peajes. Pudo comprobarse en la obra que abría el programa del 22 de noviembre: Metamorphosen, de Richard Strauss. No es una página fácil, ni por su estructura (una amplísima melodía que no cesa de desarrollarse y transformarse), ni por su austera arquitectura sonora, tan alejada de la retórica de los grandes poemas sinfónicos y óperas, ni por la desolación que expresa. La lectura de Childress no ahondó en ninguno de esos aspectos, al olvidar que Strauss no escribió una obra para orquesta de cuerdas, sino una para veintitrés solistas de cuerda. Esa sutil polifonía no se apreció, como tampoco se jugó con el contraste entre las familias instrumentales, con una cuerda grave extrañamente liviana. A nivel expresivo faltó también más nervio en las secciones más intensas, de ahí una versión muy lineal y más bien neutra, por momentos tediosa, que se quedaba en la belleza más superficial. De la sección de cuerdas de la OBC se esperaba también más.
El resto del programa fue otra cosa. Y eso que la siguiente obra era un auténtico regalo envenenado: el Concierto para cuarteto de cuerda que Arnold Schönberg compuso en 1933 a partir del Concerto grosso n. 7, op. 6, de Händel. Esta obra no es una instrumentación moderna del original barroco, ni una revisión neoclásica, ni una reinterpretación en clave dodecafónica, pero algo de todo eso hay, solo que mezclado de tal modo que no se sabe si se trata de un experimento o de una gigantesca broma al estilo de Absolute Jest, de John Adams, también para cuarteto de cuerda y orquesta. En todo caso es una partitura que sorprende a cada instante por su carácter imprevisible, su lapidaria exuberancia orquestal, con constantes (y abruptos) cambios de color, y el tour de force que exige al cuarteto solista.
Ese cuarteto era nada menos que el Cuarteto Casals, que se estrenaba en L’Auditori con su nueva violista, Cristina Cordero. Su actuación fue excelente, y eso que la partitura de Schönberg es de una dificultad extrema: el cuarteto no solo ha de enfrentarse a una gran orquesta en la que la percusión tiene un papel determinante, sino que ha de hacer gala de una flexibilidad extraordinaria para cambiar de registro y carácter, para pasar de intervenciones en las que domina lo cantábile a otras mucho más salvajes y disonantes.
Childress se mostró aquí más cómoda que en Strauss, de modo que supo jugar con los sorprendentes contrastes de humor, masa sonora, color, tempo y compás de la partitura, al tiempo que daba pie al cuarteto para lucirse. Como propina, el Casals ofreció una de sus especialidades, Shostakovich, concretamente el Allegro non troppo del Cuarteto n. 3, una de las obras incluidas en el primer disco de su integral del maestro soviético, recientemente publicado por Harmonia Mundi.
El buen hacer de la batuta quedó de nuevo puesto de manifiesto en la obra que cerró la velada: Petrushka, de Stravinsky. A partir de un gesto preciso y meticuloso, Childress destacó la riqueza de colores y ritmos del ballet, aunque hubo pasajes en los que faltó un mayor equilibrio sonoro, con unos metales un punto estridentes que ahogaban al resto de la orquesta.
Juan Carlos Moreno
Cuarteto Casals.
Orquestra Simfònica de Barcelona i Nacional de Catalunya / Stephanie Childress.
Obras de Strauss, Händel/Schönberg y Stravinsky.
L’Auditori, Barcelona.