Concluida ya la temporada 22-23 de Ibermúsica, su broche de oro lo puso la visita de esa orquesta divina, formada por los más bellos dioses del olimpo, que es la Filarmónica de Berlín (Berliner Philharmoniker), en un periplo ibérico de cinco conciertos que arrancó en la reverberante Sagrada Familia de Barcelona y que la llevó días después al sosegado templo acústico que es el Auditorio Nacional.
Para una orquesta de perfección tan abrumadora, de colores tan hermosos en sus familias y con una calidad por atril incomparable (cada detalle la hace especial), los escenarios que pueden contrarrestar sus cualidades no le son favorables, a pesar de que los conciertos en la Waldbühne berlinesa acerquen la orquesta al gran público, este Ferrari debe conducirse en circuito cerrado, para admirar las mil y una joyas que encierra cada una de sus actuaciones. Y precisamente por esto me sorprende que llevaran en el programa de los dos días de conciertos en Madrid (la crítica del primer concierto podrán leerla en la edición impresa/pdf de RITMO de junio por Juan Manuel Ruiz) la misma primera parte, alegando que el programa de la gira estaba condicionado por su trabajo para el Concierto para Europa en la Sagrada Familia (retransmitido en directo en toda la Unión Europea), y que “por ensayos y preparación fue decisión de la orquesta ofrecer estos programas para que todos los conciertos fueran lo mejor posible” (según explicaciones de Ibermúsica).
Quizá hubiera tenido sentido repetir la misma primera parte del Concierto para Europa una vez en Madrid, probando que ese Mozart iba a sonar muy opuesto a lo escuchado en las altas bóvedas de la basílica de Antoni Gaudí, pero no tuvo ningún sentido hacer las mismas obras los dos días seguidos en Madrid, ya que las condiciones acústicas eran iguales.
Si a un espectador habitual de la Filarmónica de Berlín (bien por su canal digital, Digital Concert Hall, o como asistente en la Philharmonie) le preguntáramos por compositores afines a Kirill Petrenko, posiblemente Mozart y Schumann no estarían ni entre los veinte primeros. Y fueron estos dos los que coparon sus dos programas, con la Cuarta Sinfonía del alemán como cierre de su estancia madrileña.
Antes, la “pequeña sinfonía en sol menor” de Mozart, la n. 25, llevada por Petrenko con detalle y muy buen gusto (la frase inicial a bocajarro es de las que se “arrastran” todo el movimiento, como el sabor del curry o del pesto), pero con unos tempi demasiado pendientes de las dinámicas, que llamaron la atención por la prodigiosa facilidad de esta orquesta para sonar en texturas y planos diversos en dinámicas opuestas (una delicia). Como director eminentemente operístico que es (su sitio está en un foso, entiéndase la apreciación con admiración), dejó instantes de curiosa subjetividad, como los contrabajos acentuados en el Andante o la sonoridad densa de un Minuetto impropio de 1773, con el trio en las maderas, lideradas por el excepcional Albrecht Mayer.
Con la primorosa soprano Louise Adler, Petrenko volcó hacia el terreno operístico el Exultate Jubilate, destacando el andante como un recitativo creativo y teatral, al mejor modo de las tantas óperas que Wolfgang (también habitante de las más alturas celestiales) dejó escritas en su tierna adolescencia.
Y llegó Schumann, su Cuarta Sinfonía, donde esta orquesta ha hecho magia con muchos de los directores que la han dirigido (desde Furtwängler a Barenboim, por ejemplo, y puede que el joven Celibidache la dirigiera en la era pre-Karajan). Petrenko no dejó espacio para el respiro entre movimientos (del primero al tercero, ya que del tercero al cuarto hay una transición sin pausa), llevando con mano firme todo el primer movimiento (demasiado en mi opinión) que alcanzó precisamente su respuesta equilibrada en el calmado Romanze, con un celestial violín de Noah Bendix-Balgley, uno de los grandes concertinos de la Filarmónica de Berlín y reciente incorporación a la orquesta.
La extraordinaria sonoridad schumanniana de la orquesta puede confundir y llevarnos a pensar que es mérito del director, pero creo que Petrenko, que no es un director de autor como puede serlo Andris Nelsons o Harding y en su variante más exagerada un Currentzis, la llevó con una mano demasiado firme, haciendo de la transición un momento muy intenso pero no mágico (se pudo contener más la cuerda o alcanzar una dimensión bruckneriana del concepto), que acabó en un finale de libro, instantes solo aptos para una orquesta irrepetible, que habita en los cielos.
A la repetición de la misma primera parte ambos días, tampoco se regaló propina alguna tras Schumann (la coda invitaba al aplauso atronador), y siendo un concierto escaso de duración y que cerraba la temporada de Ibermúsica, no se me antojó un buen detalle con un aforo completo, pero a estos ángeles se les puede perdonar esta licencia. Qué vuelvan pronto.
PD. Si me preguntan por lo mejor del año en Ibermúsica, no tengo dudas: Royal Concertgebouw y Daniel Harding en la Novena de Mahler… ¿Y usted?
Gonzalo Pérez Chamorro
Orquesta Filarmónica de Berlín (Berliner Philharmoniker)
Kirill Petrenko, director
Louise Adler, soprano
Obras de Mozart y Schumann
Broche final a la temporada 22-23 de Ibermúsica
Auditorio Nacional de Música, Madrid (4 de mayo de 2023)
Foto © Monika Rittershaus