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Crítica / El canto florido sevillano de Leonor Bonilla - por Carlos Tarín

Sevilla - 22/05/2022

En el ciclo ofrecido este año por la ROSS titulado ‘Las noches del Lope’ llegaba acertadamente la emergente soprano sevillana Leonor Bonilla, y lo decimos porque además de teatro hablado, el Lope de Vega ha sido -y sigue siendo- el coliseo donde las grandes tonadilleras han triunfado, acaso por sentirse ‘abrazadas’ por la disposición de herradura de sus palcos, que acogían así de entrañablemente a las divas del cante. Pero era canto lo que nos traía Bonilla, aunque andaluz, dedicado fundamentalmente a Sevilla, primero desde autores españoles (Carnicer, García, Giménez y Moreno Torroba) y después europeos (Mozart, Massenet y Delibes). Sinceramente, nos faltó algún ejemplo del ‘Canto a Sevilla’ de Turina, siquiera por aunar en su título el carácter último del recital, aunque esto ya son caprichos nuestros.

Recordemos que en lo que llevamos de temporada la cantante sevillana ya sobresalió en la Gala lírica que conmemoraba los 30 años del Teatro de la Maestranza, protagonizó Capuletos y Montescos de Bellini, y fue solista del concierto de Navidad de la Orquesta Barroca de Sevilla, y en todos estas actuaciones hemos sobresalido su bellísima voz y excelente momento.

Y acaso este haya sido uno de los mejores, tal vez porque se ha sentido muy vinculada al programa, y no es descartable que su voz siga creciendo por momentos. Y es que, además de una magnífica técnica, Bonilla destaca por ir pisando firme en cada nuevo paso que da, sin meterse en charcos que luego resultan pantanos cenagosos.

Tras una obertura de El barbero de Sevilla de Carnicer, que no es que fuera un tributo a Rossini, sino una versión de la famosa obertura, ya empezó por no interesar al director, Óliver Díaz.

Luego Bonilla hacía patria cantando las dos arias de Dorotea del Don Quijote de Manuel García, que tampoco atrajeron mucho al director ovetense. Sin embargo, ya desde la primera de ellas, la cavatina, un centro vocal de calidez abrasadora, de suavidad intensa, carnosa, hechicera, se adueñaba de la escena, que sublimaba en el inmediato Allegretto (una suerte de cabaletta), con vocalizaciones, agudos progresivos y gran colorido, momento estelar que serviría finalmente de bis, con la cantante acompañándose con castañuelas.

La segunda muestra quijotesca de García era Sempre al fianco -ya finalizando la ópera-, y aquí ya toda la artillería belcantista de García. Juan de Udaeta, autor de la edición crítica de este Quijote nos dice: “es todo un tratado del ‘bel canto’: conceptos, frases, ornamentos, improvisaciones, cadencias, estilos, todo está contenido en este Chisciotte”.

Gerónimo Giménez componía la siguiente generación de músicos sevillanos destacados, y su presencia en el programa se abría con el preludio de La torre del Oro (a escasos cien metros del teatro de la Maestranza), preludio que en su momento abrió la Gala Lírica de inauguración del Teatro con las nueve voces españolas más grandes de la segunda mitad del siglo XX, entre las que naturalmente oímos a Teresa Berganza, desde entonces inexorablemente vinculada a Sevilla, hoy especialmente presente en nuestro recuerdo.

Óliver se sintió atraído por la lozanía de la partitura y ya desde aquí no hubo más desmayos. Y menos mal, porque seguía otra perla de Giménez: Me llaman la primorosa de su Barbero de Sevilla, en donde la tersura, fragancia y frescura de partitura y voz se fundían en un mismo cuerpo, descubriendo además el control que sobre los tiempos tiene la cantante: no debe costarle hacer de primorosa, y quizá por ello sabe hacerse esperar, dejarse querer, con un canto exultante, de dicción clarísima y dominando los agudos, hasta alcanzar un inalcanzable Mi, que el autor había preparado cuidadosamente para que se llegue sin hacerse daño, como antes lo había hecho García.

Seguía la habanera de la ‘comedia lírica’ ‘Monte Carmelo’ de Moreno Torroba, una de las dos piezas que no se relacionaba con Sevilla, sino con Granada, un descanso para la voz hasta llegar al Do agudo final.

El momento real de descanso lo tuvo mientras Díaz nos ofrecía la obertura mozartiana de Las bodas de Fígaro, obra que abría instrumentalmente la presencia sevillana en el programa con autores europeos, y a la que seguía la Chanson espagnole de Les filles de Cadix de Delibes, de ciertas coincidencias con la Carmen de Bizet, y que Bonilla cantó con rotundidad y elegancia, controlando nuevamente los tiempos y su gracia para gestionarlos.

Don César de Bazán es una ópera de Massenet basada en el Ruy Blas de Hugo, de ambiente español, y que tenía un entreacto. La partitura se quemó y el autor tuvo que rehacerla, pero a la música del entreacto le añadió un texto de Jules Ruelle y la convirtió en un aria coloratura, ajena ya a la ópera, y que aquí servía para rematar brillantemente el concierto, aunque añadamos que todas las florituras la cantante pareció incluirlas con naturalidad en el contexto musical, destacando su melodismo y haciendo pasar sus adornos como parte de un fraseo exuberante e inherente al mismo canto.

Carlos Tarín

 

Leonor Bonilla, soprano.

Real Orquesta Sinfónica de Sevilla / Óliver Díaz.

Obras de Carnicer, García, Giménez, Moreno Torroba, Mozart, Massenet y Delibes.

Teatro de la Maestranza, Sevilla.

 

Foto © Guillermo Mendo

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