El Concierto para violín, en Sol m. Op. 63, de S.Prokofiev, había sido solicitado por el entorno francés del violinista Robert Soetens, quien recibiría el beneficio de su disfrute durante un año y en él usara temas precedentes de sus obras, una obra que refleja su actitud de músico nómada, que traerá motivos como uno del primer movimiento, un recuerdo parisino; otro en el segundo, de Vorónnezh, antes de que la instrumentación se cierre en Bakú, para el estreno en Madrid en 1935, con el mentado Soetens.
Dos de los movimientos son relativamente lentos, predominado el estilo de la cantinela, con cuidadas melodías que fluyen con naturalidad. Un obra que se distancia del pesando glazunovismo que condicionó a otros del momento, cuidando el sentido de sus ritmos y las disonancias ubicadas estratégicamente en tonificante contraste. El sentido de la percusión, procura manifestarse gracias a la utilización de castañuelas, triángulo, bombo y tambor, que recrean un aroma hispano. Más acentuado en el movimiento final, propiciando una portentosa escala ascendente a cargo de la solista, en un etéreo retorno al tema inicial, en esa obsesión por la búsqueda de un medido equilibrio.
En el Allegro moderato, se partía de una exposición meditativa de la solista, Viktoria Mullova, a la que respondieron chelos y contrabajos, para que la propia solista mostrase su notable virtuosismo. Una delicada cantinela, entre sutiles modulaciones, cedería a la parte central con su aportación de ideas, desde un detalle del fagot hasta una reexposición de la cuerda grave y una concesión que permitirá a la solista en una coda, la ejecución de acordes que culminan en pizzicato, en consideración al Andante assai- movimiento para desplegar su arcada obsesiva-, consecuente, con la entrada de cuerdas, dobladas por el clarinete.
Un aluvión desencadenante de ricos melodismos, seña del propio autor en el que la solista, superponía ritmos binarios y tresillos, con entrada a un pasaje de talante sutil, en el que dialogaba con la flauta en registro agudo, en una carrera en la que las armonías se expresan de forma rebuscada. Una especie de Allegreto, de aire apacible y animado, otorga a la solista entre las dobles cuerdas, la preparación para la conclusión con la trompa. El Allegro ben marcato, marcó distancia con ambos movimientos, mostrando al Prokofiev, más agudo e ingenioso, en el que no está ausente el sentido de la burla, remarcando el climax esperado, gracias a las disonancias y los apuntes percusivos. Un contraste, en definitiva, como elemento clave para este concierto.
Josef Suk y la Sinfonía nº2, en Do m. (Asrael), o la conjura con el espíritu del Ángel de la Muerte, y es que en su trasfondo pesan con amargura las muertes de Antonin Dvorak y la de quien fue compañera del músico Otilka, hija del propio Dvorak, un testimonio que marcó su vida, dejando el monumento sinfónico por excelencia, que no podía faltar en los acostumbrados programas de Dima Slobodeniouk con la Orquesta Sinfónica de Galicia.
Prestos estábamos para más de una hora sin posible reposo, con tres primeros tiempos esbozados mientras la presencia de quien fuera preceptor y amigo y otros dos añadidos tras la muerte de su compañera. Asrael, permanecerá como fatídico destino, y bastaba con seguir golpe a golpe cada uno de sus tiempos desde el Andante sostenuto, con un tema que se fue construyendo meditativamente hasta alcanzar un climax casi patético, un manifiesto por la obsesión de la supervivencia, bien marcado por un a modo de hilo conductor que impregnaba la obra en su conjunto, condicionado en un momento, por un pasaje più pesante e mesto. Tema del destino y la muerte, prendido de un elemento cromático, en el que se percibia en la cercanía el Requiem, de Dvorak.
El Andante, algo muestra de rondó dentro de un cargante estatismo con un obsesivo pedal ostinato, enmarcado por flauta y trompeta al unísono y lamentos de cuerda en divisi. Quizás habremos de acercarnos al sinfonismo mahleriano en ciertos tiempos de tintes lúgubres. Un tercer tiempo Vivace para mayor agonía, era una danza en la que intercambian los pesantes destinos agoreros, esos fantasmas de inevitable persistencia.
Tres movimientos que condicionan la escritura de los dos siguientes, en memoria de Otilka, casi como un desahogo insalvable, con un Adagio, fiel retrato de su amada, completado a comienzos de 1906, y un Adagio e mesto, que llegará meses después que culminando esta obsesión sinfónica que en definitiva, se consuma en un luminosa despedida. Siempre la presencia de sus amados, en una obra que no renuncia a remitir a los modos impresionistas o expresionistas que demandan necesario protagonismo.
Valga también, ese tema en el que recurre a una obra escénica, Radusz y Madulena de la que salió una suite- un cuento de hadas- que curiosamente había conocido entre visillos una joven OVtilka. Para completar la orquestación de este monumento pasional, no dudó en recurrir a Václav Talich, quien en 1919, le ayudará en la revisión, añadiendo detalles optativos para las trompa. La presentación de la obra a comienzos de 1922, con la Filarmónica Checa, tendría entre los miembros de la orquesta, a un joven discípulo suyo, Bohuslav Martinu.
Ramón García Balado
Viktoria Mullova
Orquesta Sinfónica de Galicia / Dima Slobodeniouk
Obras de S. Prokofiev y Josef Suk
Palacio de la Ópera, A Coruña
Foto: Viktoria Mullova / © Benjamin Ealovega