De manera oficial, el nombre de Andris Nelsons se grabó en la ilustre galería de directores titulares de la Gewandhausorchester Leipzig; exactamente como el 21 Kapellmeister, sucediendo a Riccardo Chailly. Compagina su actividad con la Boston Symphony, recordando un poco o un mucho el trasiego transoceánico en el que se encontraba Bernstein durante buena parte de su vida, de Viena a Nueva York, de Boston a Munich, etc. Posiblemente, Nelsons les hará contagiar lo mejor de la una a la otra y viceversa; ambas orquestas están de suerte, habitualmente no suele haber un director como este. Porque el 21 está tocado por los dioses.
Si uno escucha los conciertos de la Boston Symphony (disponibles en su web) y pudo escuchar los dos conciertos de Nelsons en Madrid para Ibermúsica (previos a la gira asiática por China y Japón) con la Gewandhausorchester Leipzig, apreciará que ambas orquestas son distintas, pero también, en una escucha atenta, lo mucho que ambas comienzan a parecerse gracias a su director, que reparte su tiempo entre estas dos grandes damas orquestales.
El primero de los conciertos, con la Quinta de Bruckner, que estuvo dedicado a RITMO por sus noventa años (desde aquí transmito de nuevo mi agradecimiento a Ibermúsica; la crítica podrá leerse en RITMO de junio, firmada por un habitante de San Florián como es Juan Manuel Ruiz) ya dejó claras las pautas de Nelsons. Pero el segundo, que clausuraba la 49 temporada de Ibermúsica a la espera de la emocionante 50 temporada que comenzará en septiembre, fue más convencional, con dos obras de mucho impacto emocional, como el Primer Concierto para violín de Shostakovich y la Quinta Sinfonía de Tchaikovsky (otra “quinta” por Nelsons, ¡y van tres! tras Bruckner y la ofrecida de Mahler en 2015 con la Orquesta del Festival de Lucerna).
Una mirada no engaña. Baiba Skride, la violinista letona a la que escuché hacer música de cámara en Dresde liderando a un grupo de grandísimos solistas, dirige sus ojos azules a Nelsons para iniciar al unísono un acto de concentración y comenzar el Concierto de Shostakovich. Pero en esta gélida música (Nocturne: Moderato), Baiba no estuvo cómoda, se le notaba imprecisa y su sonido, de enorme hermosura, no alcanza la densidad de otros colegas afamados en esta obra, como Kachatryan, Repin, Vengerov o Znaider, por no hablar de los clásicos como Oistrakh, partitura parida para él. Pero el avance de la obra nos dejó momentos estelares, como la Passacaglia, tocada con hondura y sin aspavientos, mientras Nelsons, que ha abultado su grosor de cintura como aumenta su legado, la observaba con devoción en el amplio soliloquio del violín solo. El letón dirige esta música con facilidad, no trastorna al oyente con vuelcos expresivos muy dados en la música de Shostakovich, de la que extrae petróleo.
Baiba ofreció la misma propina que en el DVD donde se celebra el concierto como 21 Kapellmeister, la Imitazione delle campane de Johann Paul von Westhoff.
Tchaikovsky esconde pocos secretos para Nelsons, que lo ofrece repleto de tensión (las transiciones son realmente colosales) con un poderoso pulso rítmico, intensidad expresiva y un desarrollo de la estructura muy potente (típico de este maestro). Su gestualidad y su carisma influyen mucho en el resultado, pero este hombre descifra la música de manera especial. La emoción y la belleza de sonido no son nada si no está razonado, y todo esto se vio en cómo culminó la Sinfonía, alcanzando la cuadratura del círculo. Pocas veces se escuchará una música como esta, si esta se hace así. Inolvidable.
Algún día el 21 dará paso algún día al 22, pero no será lo mismo.
Gonzalo Pérez Chamorro
Gewandhausorchester Leipzig / Andris Nelsons.
Obras de Shostakovich y Tchaikovsky.
Ibermúsica. Auditorio Nacional de Música, Madrid (mayo de 2019).
Foto © Rafa Martín