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Crítica / Ejemplar Requiem de Mozart de Thomas Guggeis - por Jorge Binaghi

Milán - 01/07/2024

Daniel Harding tuvo que cancelar sus actuaciones en la Scala, donde tenía también pendiente un concierto con los cuerpos estables de la casa. En este caso se llamó a Guggeis, que había causado excelente impresión en El rapto en el Serrallo de Mozart en esta misma temporada (no me fue posible asistir).

El nombre del joven maestro hace bastante que suena desde que saltó a dirigir un ciclo completo del Anillo de Wagner en Berlín, cuando Barenboim, de quien era asistente, no pudo hacerse cargo por salud. Actualmente está en Francfurt, pero no me sorprendería mucho si pronto lo encontráramos en el ‘top’ de nuevos directores. Cierto es que se lo llamó porque había otro Mozart ‘fuerte’ en el concierto, pero estoy seguro visto lo visto y oído que con otro autor habríamos tenido resultados parecidos.

No es fácil el Requiem mozartiano, no sólo por su especial situación en la obra del genio, sino porque es fácil hacerlo indebidamente romántico o excesivamente ‘clásico’. Guggeis se mostró capaz de evitar los dos peligros y de dar a cada uno de ambos elementos su peso justo. Cierto que los profesores de la orquesta y en especial el coro, magistralmente preparado por su director habitual, Alberto Malazzi, lo siguieron espléndidamente. No podían hacer menos con su extraordinario nivel y con las hipnóticas manos de Guggeis.

Desde las primeras veces en que vi a Gergiev no había visto toda una dirección sin batuta que dibujara en el aire la línea y el propósito perseguidos. Cómo logró conjugar su atención en el coro y la orquesta, sin que se le escaparan los solistas, fue cosa casi de otro mundo. Por ejemplo, al inicio del ‘Sanctus’ una mano seguía a las cuerdas, con la otra (la derecha) marcaba a coro y metales… La exactitud y la intensidad con que marcaba los golpes de timbal dejaban con la boca abierta. Pero, cuidado, no se trataba sólo de perfección técnica, tampoco de una experiencia puramente estética. El lado humano de la obra sólo salió beneficiado de semejante preparación. Incluso la forma de marcar los finales reposados y los silencios siguientes resultaron estremecedores. Se movió mucho y cantó con claridad pero en silencio el texto y en ningún momento rozó la exageración ni fue un espectáculo en sí mismo; sencillamente no se podía apartar la vista (no fui el único) de esas manos.

El cuarteto solista estuvo bien, pero no sólo porque no es el factor preponderante en la obra, no cobró indebida importancia. Tal vez los más en estilo fueron Molinari y sobre todo Plachetka. Grigoryan, multipremiada y una figura al parecer destinada a brillar, es una voz de importancia, pero no sé si Mozart será su terreno de elección; la densidad y oscuridad del timbre y una sombra de aspereza en el agudo no parecen indicarlo. En el caso de Sala el tenor es correcto, pero más de una vez estaba cantando ópera (no de Mozart) por el énfasis y arrebato que ponía al hacerlo.

Las entradas estaban agotadas y el público siguió en inusual silencio la casi hora de ejecución para estallar al final, y tras un breve momento de silencio, en crecientes olas de aplausos y bravos.

Jorge Binaghi

 

Juliana Grigoryan, Cecilia Molinari, Giovanni Sala, Adam Plachetka.

Orquesta y Coro del Teatro/Thomas Guggeis.  

Requiem, de Mozart.

Teatro alla Scala, Milán.

 

Foto: Thomas Guggeis / Brescia e Amisano © Teatro alla Scala

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