El tenor Mark Padmore tiene una voz ideal para esta obra escrita expresamente para el tenor Peter Pears, célebre pareja artística y sentimental de Benjamin Britten. En esta especial obra, por su emparejamiento de voz y trompa con las cuerdas, Padmore nos muestra un tipo de sensibilidad musical y atención a las sutilezas textuales que caracterizaron el canto de Pears. Su voz es esencialmente ligera en la forma en que era Pears, pero la suya es infinitamente más atractiva. Su tono es claro y puro y puede ser dulce sin sonar precioso. Su técnica es absolutamente segura y, aunque su instrumento no es grande, puede producir una impresionante gama de dinámicas. Él y el trompista Pablo Hernández, solista de la plantilla de la OCM, ofrecen una excelente actuación bajo una dirección es enérgica y matizada. Las frases de Padmore son bien formadas y expresivas, y él puede desarrollar el legato perfecto. La sección de cuerdas siguen el canon establecido por Britten y en “Dirge” parece más una danza demoníaca que un canto fúnebre, con un efecto maravilloso y aterrador.
Shostakovich, cuya figura nos aparece siempre como amigo personal de los compositores occidentales, que apreciaban su obra, como es el caso de Britten, al otro lado del telón de acero. Cualquier actuación de sus “Sinfonías” en la extinta Unión Soviética era sospechosa porque todas estas se hicieron literalmente dentro de una cerca de alambre de púas de censura y opresión. También, al escuchar, como es en este caso la “Quinta”, se ha de tener en cuenta el significado "verdadero" en que fuera concebida y más concretamente del movimiento final. Escrita tras el gran escrutinio político y el descontento creado por la “Cuarta Sinfonía” y la ópera “Lady Macbeth de Mtsensk”, la “Quinta Sinfonía” fue el intento de Shostakovich de recuperar algo de estabilidad del régimen estalinista. El resultado fue un éxito sin precedentes en el estreno, y una popularidad entre sus sinfonías que ha perdurado. Durante décadas, el último movimiento ha sido considerado como un movimiento de tan simpleza que ha deformado al resto de la Sinfonía por su existencia. Sin embargo, como decía el amigo personal del Shostakovich, Rostropovich: “el final es, de hecho, deliberadamente tonto: la repetición estridente del La al final de la sinfonía es para mí como una punta de lanza que golpea las heridas de una persona en el estante... Cualquier persona que piensa que el final es la glorificación es un idiota, sí, es un triunfo de los idiotas ".
Así pues, nos encontramos con una lectura de la partitura La interpretación desgarradora y terrible. Si con una dirección enérgica, capaz de transmitir su punto a la orquesta lo suficientemente bien como para ofrecer una interpretación certera de los primeros tres movimientos de intensidad sin igual. Pero es en el final que Grau y la orquesta al completo realmente cobran importancia. Pasando la censura, a la que era sometido el compositor por parte del Régimen de Stalin, se toma su ingenio interpretado con crueldad bárbara, el final se vuelve más que terriblemente estúpido; se vuelve maligno y malvado. Los tempos son generalmente apropiados, con impulso y urgencia. Ataques nítidos y cohesión exacta dentro de las secciones. Shostakovich en estado puro.
Luis Suárez
Benjamin Britten: “Serenade for tenor, horn and strings, op.31”. Dmitri Shostakovich: “Symphony nº 5, op. 47”.
Mark Padmore, tenor. Pablo Hernández, trompa. Orquestra Simfònica Camera Musicae. Tomàs Grau, director.
Teatre de Tarragona, 15/02/2020.