No nos engañemos; pocos días antes del estreno de Rigoletto, cuarto título de la temporada 23/24 de la ABAO dos corrientes de opinión llegaban a la ciudad vizcaína con fuerza inusitada: por un lado, los ecos del escándalo del Teatro Real madrileño en torno a la puesta en escena de Miguel del Arco y que por ser coproducción llegaba al Palacio Euskalduna; y por otro, aquella que advertía del vendaval vocal que se nos avecinaba con el barítono mongol Amartuvshin Enkhbat. Ambas corrientes coincidieron el martes, 21 de febrero en torno al Palacio Euskalduna para llegar a ofrecer una de las funciones más redondas que un servidor recuerda.
Comencemos con el apartado escénico: reconozco que me cuesta entender las duras críticas que se hicieron de la propuesta de Miguel del Arco. Personalmente, creo que estamos ante una sugerencia honesta, que recoge la esencia misma de la obra y que la plasma con crudeza, incluso con brutalidad pero con coherencia. Nadie debe de llamarse a engaño: el duque de Mantua es un crápula, un violador compulsivo y su corte, un conjunto de colaboradores necesarios para que el duque actúe a voluntad. Pero es que además del mensaje, se considere este feminista o no, del Arco nos regala una serie de imágenes de una belleza estética indudable: sirvan como ejemplo la primera caída del telón, la casa burbuja de Gilda o la descomposición del mismo telón rojo durante el acto III en múltiples pequeños telones que sirven de elemento dramático. Los tres son ejemplos de teatralidad aplaudible; en definitiva, una de las propuestas escénicas más audaces e interesantes que se recuerdan en este conservador Bilbao.
No le anduvo a la zaga el impacto de la voz de Amartuvshin Enkhbat. Tuve la fortuna de dialogar durante unos minutos con un socio de la ABAO con más de seis décadas de antigüedad que, entusiasmado, se retrotraía a tiempos bien pretéritos para recordar una voz de barítono que le emocionara tanto: una voz densa, de volumen, redonda, muy bien proyectada y con un agudo que en absoluto merma en color. Enkhbat no es un gran actor pero tanto en el jorobado íntimo (Pari siamo) como en el más extrovertido (La maledizione final) su credibilidad es máxima. Es uno de esos cantantes que con el valor de la voz supera cualquier otro problema que se le pueda plantear. La ovación del público fue apoteósica aunque el bis arrancado por el director musical fue bastante forzado.
No le anduvo a la zaga Sabina Puértolas que aun mantiene un agudo excelso y un fraseo de calidad. Su versión de Gualtier Maldé fue, en este sentido, un ejemplo de agilidad limpia y dicción brillante. Una gran noche la de la navarra. Ismael Jordi se entregó en sus páginas más delicadas (Parmi veder y la cabaletta consiguiente además de su exigente parte, siempre en la zona de paso, del cuarteto del acto III) y aunque tiende a un uso excesivo en las notas de apoyatura aun mantiene un estilo elegante.
Emmanuele Cordaro fue un Sparafucile demasiado light, sobre todo en la zona grave y el contraste con el barítono le suponía demasiada hipoteca. Espectacular en su apariencia Carmen Topciu, una Maddalena que, sin embargo, se vio perjudicada por cantar en un plano interior del escenario. Entre los numerosos personajes secundarios destacaría a Fernando Latorre, un Monterone de cierta autoridad y sin que desmerecieran los restantes.
Daniel Oren supo llevar la nave a buen puerto. Supo también dirigir en la misma dirección al público aplaudiendo de forma ostensible para mantenerlo en sus vítores y forzando un bis que, sinceramente, casi nadie pidió. Es una batuta que conoce muy bien el estilo verdiano y supo colocarse al servicio de los cantantes, coadyuvando a la construcción de un espectáculo nada desdeñable. La Orquesta Sinfónica de Bilbao supo atender sus numerosas demandas, en una velada musicalmente interesante. El Coro de la ABAO estuvo bien implicado en la parte escénica y más que solvente en una obra que conocen al dedillo.
El Palacio Euskalduna presentaba una entrada como hace tiempo no se veía y disfrutaba. Quizás las corrientes que parecían amenazar Bilbao ayudaron a que se acercara más gente de lo ordinario, lo que siempre es motivo de satisfacción.
Enrique Bert
Sabina Puértolas, Carmen Topciu, Ismael Jordi, Amartuvshin Enkhbat, Emmanuel Cordaro y otros.
Orquesta Sinfónica de Bilbao / Coro de Ópera de Bilbao.
Dirección musical: Daniel Oren.
Dirección escénica: Miguel del Arco
Rigoletto, de Giuseppe Verdi
Palacio Euskalduna, de Bilbao
Foto © E. Moreno Esquibel