Había cierta tensión en el ambiente, no nos engañemos. Por un lado, se cerraba la temporada del Círculo de Cámara. Por otro, venía Christian Zacharias. Alexandra Conunova también, que siempre es garantía de éxito, pero el primero es, hoy por hoy, una leyenda andante de la música. Por derecho propio.
Salieron a escena con la sonata en sol mayor para violín y piano de Mozart. El público se calmó, sí, pero no pude evitar cierto temor, lo admito. Todo estaba bien. Wolfgang sonó con una coordinación perfecta entre los intérpretes. Los dos poseen esas técnicas tan asimiladas que hacen parecer sencillo lo difícil, empezando por las articulaciones, tan variadas como necesarias en el salzburgués. El sonido fue hermoso, y firme, sin caer jamás en la delicadeza chirriante de tanto ejecutante clasicista. Y por encima de todo, triunfó la pulcritud, admirable. Pero seamos sinceros: lo pulcro, en nuestros malos días, nos puede calmar eso que está bajo el cráneo, claro, pero nunca hay que fiarse de la pulcritud como norma. La limpieza habitual cubre un carácter plomizo o sórdido (no hay más que pasearse por los instagramers más sofisticados).
Este primer Mozart fue agradable y se construyó sin conflicto: nada de licencias rítmicas, nada de sorpresas en los fraseos... Muy bien tocado, pero ya está. Entre las butacas se oyeron suspiros de mentes serenadas. Todo muy saludable.
Pero después salió Conunova sola para enfrentarse a la tercera suite de Bach. Y todo se arregló. La violinista ofreció algo que no era una reproducción, sino una interpretación en el mejor sentido (el único) del término. Desde el primer compás del “Preludio”, derramó toda la potencia posible. Desgranó la polifonía como una directora de coros barrocos. Moldeó cada frase, unas veces desde la vehemencia y otras desde la introspección. Jugó. Por fin subió el juego al escenario. Conmocionó. Merece la pena destacar la formidable "Gavota", pieza célebre pero que Conunova ejecutó con la frescura de un estreno, y la "Loure", por cuyo bosque polifónico, casi opaco, la violinista caminó con absoluto conocimiento de cada rincón.
Después de Bach, Mozart de nuevo, y también el dúo. La pulcritud se olvidó y el juego continuó ascendiendo. La sonata en Fa Mayor es una auténtica obra maestra, pero los intérpretes aumentaron el valor de la pieza. Ambos comparten un sonido expansivo, lleno de intensidad en los matices fuertes y de profundidad en los suaves, sin que caigan jamás en las descompensaciones. Ya que hablamos de cámara, es necesario insistir en la coordinación del dúo, absolutamente perfecta en todos los sentidos, desde la gama de matices hasta las velocidades y la fluidez discursiva. De hecho, en ningún momento el oído se alertaba por la variedad en todas esas dimensiones, sino que la sensación era de una naturalidad coherente. Naturalidad que hizo germinar las variaciones del segundo movimiento sin yuxtaposiciones, hilando una trama emocionante.
Todo esto se apreció también, por supuesto, en la sonata final del concierto, en Si b Mayor, especialmente en ese "Andante" en el que Mozart escondió auténticas bombas contra los usos tonales de la época. Pero para entonces Zacharias ya había salido solo para abordar esa maravilla que es la segunda Suite Francesa de Bach. Zacharias es un sabio, pero un sabio que se divierte con lo que hace, aunque sea en una tonalidad tan oscura como Do menor. Por poner un pero, tal vez se podría discutir la interpretación de la "Giga" final, algo alejada del pulso propio de esta danza para darle importancia a lo contrapuntístico, pero... ¿quién quiere lo típico?
Zacharias, repito, es un sabio que se divierte, se lo puede permitir. Se le nota no sólo en el toque (hace lo que le da la gana y nunca es extravagante) sino incluso en el movimiento, casi de bailarín sobre una butaca. Resulta curioso que dos intérpretes de instrumentos, edades y orígenes tan diferentes compartan tantos rasgos musicales y con tanta hermandad. Se hacía patente en cada compás compartido, en la propina "primaveral" de Beethoven e, incluso, en el cachondeíto que se traían al salir para saludar.
Juan Gómez Espinosa
Alexandra Conunova (violín), Christian Zacharias (piano)
Obras de Wolfgang Amadeus Mozart (sonatas para violín y piano en sol mayor, KV301; en Fa Mayor KV377; en si bemol mayor, KV 454) y Johann Sebastian Bach (Partita nº 3 para violín en mi mayor, BWV 1006; Suite francesa nº 2 para piano en do menor, BWV 813)
Círculo de Cámara. Temporada 2022/2023.
Teatro Fernando de Rojas del Círculo de Bellas Artes de Madrid.
Foto © Valerio Rocco Lozano (fuente Twitter)