La ópera regresó al Palacio de Festivales de Cantabria el pasado fin de semana con dos representaciones del ‘Don Giovanni’ mozartiano dentro del acuerdo firmado por la Consejería de Cultura del Gobierno de Cantabria y la Fundación Ópera en Cataluña. Este convenio, que ya posibilitó la puesta en escena de ‘Rigoletto’ el pasado mes de mayo, pretende abrir un camino “sostenible y estable” para la lírica en Santander y que de este modo la afición cántabra reviva una emoción similar a la que procuraban aquellas inolvidables temporadas que programaban Juan Calzada y Román Calleja hace ya algunos años.
A juzgar por los entusiastas vítores y aplausos escuchados al término de la segunda función -que es la que se comenta-, puede hablarse de balance positivo, aunque la endémica crisis de público que arrastran los teatros desde la pandemia y la ineludible crisis económica resultara en que no se agotasen las localidades. Quedémonos, en cualquier caso, con esa calurosa acogida y la conclusión de que el espectáculo mereció la pena.
Creo que en el éxito tuvo mucho que ver la labor de Daniel Gil de Tejada y Pau Monterde: el primero, dirigiendo a una correcta Orquesta Sinfónica del Vallès y acompañando desde el foso con criterio y detalles que evidenciaban no sólo conocimiento de la partitura, sino una visión personal y atención a las necesidades de los cantantes; el segundo, ideando un montaje escénico limpio, sencillo, pensado para el público y los artistas, que se implicaron al máximo y ofrecieron un trabajo de rara homogeneidad.
Para ellos, para los cantantes, fueron las mayores ovaciones, por lo general correspondientes con sus méritos individuales. El que más reunió, en mi opinión, fue el joven y muy prometedor Carles Pachón, un Don Giovanni vocalmente fresco, bien proyectado, de timbre atractivo, dicción clara e indudable presencia escénica que acaparó el interés en cada una de sus intervenciones.
A su lado, Maite Alberola compuso una Donna Elvira rotunda, de indudable carácter; la voz es bonita y la intérprete, tan inteligente que, pese o gracias a su notable vibrato, procuró con Mi tradì quell’alma ingrata un momento de poderosa verdad teatral que quedará largo tiempo en la memoria. Como lo harán, por los matices del fraseo y su depurada línea de canto, las excelentes versiones de Dalla sua pace y Non mi dir que firmaron César Cortés y Tina Gorina, más que bien como Don Ottavio y Donna Anna. Fernando Álvarez encarnó un Leporello mucho más convincente en lo dramático que en lo canoro, mientras que Mar Esteve (Zerlina), Xavier Casademont (Masetto) y Jeroboám Tejera (Commendatore) supieron ganarse al público en sus respectivos cometidos y contribuyeron al éxito de una velada sencilla, honesta, sin excesivas pretensiones, que devolvió la ópera representada a un público ayuno de ella durante demasiado tiempo.
Darío Fernández Ruiz
Don Giovanni: Carles Pachón (Don Giovanni), Tina Gorina (Donna Anna), César Cortés (Don Ottavio), Maite Alberola (Donna Elvira), Fernando Álvarez (Leporello), Jeroboám Tejera (Commendatore), Xavier Casademont (Masetto) y Mar Esteve (Zerlina)
Coro de Amgios de la Ópera de Sabadell y Orquesta Sinfónica del Vallès
Palacio de Festivales de Santander
Foto © A. Bofill