Entrar en materia de un programa sinfónico al uso, con… Bach, equivale a respirar hondo. Se te ensanchan los pulmones.
La versión del Concierto para violín en re menor de Leonidas Kavakos, en doble rol de director y violín solista, dio frutos de sólida y convincente autenticidad en la temporada de la Orquesta Nacional de España. El aplauso cerrado y unánime del público a su término, así lo corroboró, con natural entusiasmo (—Chapeau!)
Con una cuerda ajustada (4/4/3/2/1), la transparencia estaba asegurada, pero con la "batuta" imaginada, aquí desde el arco de Kavakos, el estimulante ejercicio conjunto de articulación concertada, estaba también asegurado. Como en aquel incisivo remate del Allegro inicial. El Adagio supuso mayor tensión en su atenta y paciente escucha (que se tradujo, por cierto, en un lapso entre movimientos algo más sonoro).
Una tensión que desembocó en su vistoso final, Allegro nuevamente, con las cualidades de precisión, transparencia y asertividad que habían caracterizado los movimientos anteriores… más un punto de mayor vistosidad y tempo exigente. Una interesante flexibilidad rítmica y delicados matices tímbricos, dieron aquí a los solos la necesaria expectativa, frente al más previsible tutti.
Un programa que comenzaba, pues, por todo lo alto. Un Bach siempre difícil de superar. Como decía aquel profesor: "Bach es el enemigo de todos los compositores…".
Me conformo con el objetivo más trillado pero sublime, de toda interpretación (al decir de Nadia Boulanger): ¡Que salga el autor!
Y, como la vida, el concierto sigue. Con sinfonías, además, que precisaban elencos in crescendo… y estéticas in progress…
El vivo ingenio de Franz J. Haydn se mostró de inicio con su LXIV sinfonía… «Tempora mutantur»… "Los tiempos cambian…" Y así fue: delicadeza, sentido de la proporción, fluidez, reflejos y transparencia sin estridencias.
La dirección de Kavakos, posicionado al nivel de la orquesta, sin artificios de podio, era algo más que una metáfora: los medios para un fin mediador. El mismo que se demostró en la obra precedente, donde asumía, además, papel de virtuoso solista.
Limpieza de articulación y delicada finura en el sonido en el Allegro con espirito. Cualidades que se pusieron a prueba en el Largo, con un curioso empleo del timbre de las trompas en su cadencia. Como en el trío del asertivo Minueto que le siguiera, antes de un contrastante Finale: Presto.
El descanso nos preparaba, nada menos, que para la Sexta sinfonía de Sergei Prokofiev. Todo un salto estético en aquel singular crescendo citado de medios sinfónicos, con un plantel orquestal viento madera a tres y nutrida cuerda asentada en ocho contrabajos (16/14/12/10/8).
Y digo, in crescendo, porque muchas de las cualidades anteriores, especialmente las demostradas en Haydn, se dieron cita en el arranque de esta Sinfonía, de rara programación. Eso sí, dirigida ya sobre podio (aunque sin necesidad de batuta, aprovechando la resuelta expresividad y precisión de sus manos).
Un Allegro moderato de bloques contrastantes, donde parecía verse Prokofiev en cierto espejo clásico (clasicista)... distorsionado.
Las sonoridades más incisivas llegaron en un estimulante desarrollo ulterior con protagonismo del viento metal que resultó a la par, estimulante y proporcionado.
Como su misterioso e ingenioso final, tan bien definido hoy. Al igual, por cierto, del enérgico, drástico y sorprendente último "suspiro" (o grito, más bien) de la obra.
Un Largo de sonoridades graves, intimidatorio, dio paso a un intensivo, más que intenso, cantabile… y otras secciones rítmicas, con clara intención motívica.
El Vivace remató con aguda brillantez y, consecuente, viveza haydniana puesta al día, una obra poco habitual, tratada con el respeto y trabajo que merecen a menudo repertorios más transitados. Un virtuosismo orquestal de plástica continuidad sinfónica, al que respondieron con ajuste, agilidad y virtual transparencia, los atriles de la Orquesta Nacional.
Una lección de musicalidad de principio a fin, con sentido, proporción y coherencia, en un repertorio singular: dirección, pues, y sentido.
Luis Mazorra Incera
Leonidas Kavakos, director y violinista solista.
Orquesta Nacional de España.
Obras de Bach, Haydn y Prokofiev.
OCNE. Auditorio Nacional de Música. Madrid.