Les Siécles, con la dirección de su fundador y titular François-Xavier Roth, y la participación de la violinista francesa –de origen armenio– Chouchane Siranossian, realizaron su esperado debut en Ibermúsica con un repertorio muy a la medida de los criterios y metas de esta formación: el Concierto para violín en Re mayor, Op. 61, de Beethoven, y la Sinfonía núm. 41 en Do mayor, K551 “Júpiter”, de Mozart. El concierto estuvo dedicado a la memoria del desaparecido director Sir Neville Marriner.
La agrupación se presentó con una plantilla reducida y de afinación en base a los 430 Hz, según las pautas de la época en la que fueron compuestas estas obras, con los instrumentos de cuerda grave en la zona izquierda, y las requeridas trompas y trompetas naturales y maderas a 2, exceptuando la flauta, a 1.
El extenso Allegro ma non troppo del Concierto de violín fue abordado por Roth con sumo equilibrio sonoro, claridad expositiva y delicadeza en el fraseo de los temas en cuerdas y maderas, si bien adoleció de cierto pulso vital en la sección central del movimiento. Chouchane se mostró en plena connivencia con maestro y formación, a pesar de cierta vacilación en la emisión sonora al comienzo de su parte solista, que resolvió con creces a medida que fue desplegándose el Allegro. Muy segura en el dominio del arco, los cambios de registro, escalas, arpegios y dobles o triples cuerdas, Chouchane también exhibió su lado más lírico en los pasajes dolce de la partitura. La acometida de la amplia Cadenza no dejó lugar a dudas de su convincente técnica y saber interpretativo, intensificados en sus interlocuciones con el solista de timbal.
El Larghetto alcanzó uno de los momentos de mayor sutileza de esta versión. Ya desde los primeros compases en pianissimo, con las cuerdas con sordina, François-Xavier Roth logró comunicar ese inefable mundo sonoro beethoveniano, poético e intimista, en el que los delicados matices de la cuerda y los vientos dialogan con la parte solista de violín en un continuo fluir donde los más sencillos recursos sonoros son capaces de transportarnos a la más elevada experiencia estética. Siranossian fue el medio idóneo para guiarnos en este viaje introspectivo, con su fraseo diáfano, mínimo vibrato, rubato adecuado y variedad de matices, subrayados por las interacciones con la melodiosa parte orquestal, concebida con exquisitez por Roth.
Sin solución de continuidad, Siranossian dio paso al Rondo, Allegro, bien contrastado en tempo y carácter en las partes del violín solista y las respuestas consiguientes de los tutti orquestales. Brillante final para un concierto en el que la solista destacó, sobre todo, por su delicadeza sonora, agilidad técnica, refinada musicalidad y buena proyección sonora –aunque sin excesiva presencia–, bien balanceada por el peso sonoro de la plantilla orquestal propuesta, y la maestría de Roth en la comprensión e interpretación de este repertorio.
Tras los cálidos aplausos dedicados a todos los agentes sonoros implicados, Chouchane Siranossian regaló al público un endiablado Capriccio de Pietro Locatelli, cuyos artificios virtuosísticos, que aportaron gran contraste frente a la visión beethoveniana del instrumento en su Concierto, arrancaron los más fervorosos bravos a la solista.
La segunda parte de la velada fue dedicada por completo a la Sinfonía núm. 41 “Júpiter”, de Mozart. La formación se presentó con la mayor parte de sus integrantes tocando de pie, como era común en ese período en actos al aire libre o salas de cámara, sobre todo en las cuerdas y maderas medias y agudas, como es mostrado en múltiples ilustraciones y cuadros de la época. Si bien el sonido se proyectó bien en la sala sinfónica, quizá habría sido aún más idóneo, para la resonancia de las cuerdas graves y fagots, la sala de cámara del propio Auditorio Nacional.
El Allegro vivace inicial de la sinfonía resultó rítmico, elegante y dinámico en la exposición de los principales motivos temáticos, muy bien contrastados y separados entre sí por las destacadas cesuras indicadas por Roth a su agrupación, y avivado por el relevante impulso del timbal en todo el movimiento, claro en articulación y en total equilibrio sonoro con la formación. Les Siécles exhibieron un sonido de gran empaste en el resto de sus secciones: nitidez de emisión y fluidez en las cuerdas, precisión sonora y de ataque en las trompetas y trompas naturales, y claridad en las articulaciones de las maderas.
El Andante cantabile hizo gala de lo señalado en este movimiento: finura del fraseo en las cuerdas con sordina y las maderas en su inicio, adecuado contraste dramático en la sección subsiguiente, y claridad de textura en trompas y maderas en el ulterior desarrollo. Roth otorgó gran personalidad y elegancia al motivo descendente de los primeros violines en el comienzo del Menuetto. Allegretto, siendo el factor determinante que dio unidad y continuidad al movimiento. El Molto allegro final fue un verdadero tour de force para maestro y formación. Vibrante en el aspecto rítmico, diáfano en la presentación de las texturas contrapuntísticas, eficaz en los contrastes de las distintas secciones y motivos, así como de gran precisión ejecutoria en todas las familias instrumentales, fluyó con naturalidad, logrando un sutil y difícil equilibrio entre el rigor formal y el vigor musical exhibidos, tan propios, por otro lado, de la escritura mozartiana. Roth supo aunar ambos aspectos con la sabiduría, atención al detalle y flexibilidad artística adecuadas para hacer una convincente versión de la paradigmática sinfonía.
Juan Manuel Ruiz
Chouchane Siranossian, violín.
Les Siécles / François-Xavier Roth.
Obras de L. V. Beethoven y W. A. Mozart.
Ibermúsica, Madrid.
Foto © Rafa Martín