Una de las víctimas colaterales de la pandemia que sufrimos ha sido el repertorio sinfónico-coral pues la tendencia predominante de los organizadores ha sido el de juntar un número lo más reducido posible de intérpretes sobre el escenario. La Quincena ha decidido ocupar el lugar del habitual foso para poder aumentar considerablemente el mismo y así diseminar a la orquesta de mejor manera y poder colocar el hipotético coro a cierta distancia. Así, hemos podido recuperar una de las esencias de la Quincena, a saber, el gran repertorio sinfónico-coral; más aun teniendo en cuenta la presencia en la ciudad de una institución como el Orfeón Donostiarra.
Así pues, volvíamos a un concierto típico del festival… hasta cierto punto pues la organización decidió ofrecer en la primera parte dos obras breves e íntimas que intuyo no consiguieron conectar con el espectador. Sinceramente, no me pareció una elección acertada para un escenario tan grande. Tanto Letanías a la Virgen Negra, de Poulenc como la Misa de los Pescadores, de Fauré pasaron sin pena ni gloria: mucha delicadeza, cierto misticismo y poco enganche. Ambas obras requieren coro femenino y poco que reprochar a las mujeres del Orfeón.
En brutal contraste la segunda parte fue ocupada por una obra beethoveniana infrecuente: el oratorio Cristo en el Monte de los Olivos y aquí sí, aquí pudimos comprobar el entusiasmo de un público con una brillante interpretación. Excelso el trío de solistas: la soprano polaca I. Sobotka, de voz grande, emisión limpia y agudos muy valientes; muy bien el tenor canario A. Hernández, de voz ancha, bien emitida y que llenó el escenario. El bajo alemán F. Jost no desmereció en su breve parte.
El Orfeón pudo enseñarnos algunas de sus especialidades de la casa: pianos bien empastados, cohesión entre las cuerdas y un sonido que, aunque mitigado por las mascarillas -¡qué molestas son para la respiración de un cantor!- se mantiene perfectamente identificable. Víctor Pablo Pérez fue el último responsable del éxito del concierto, sabiendo caminar con los cantantes, respirar con ellos y dotar de entidad a una obra que aun no nos enseña el último Beethoven. La reacción del público fue de entusiasmo más que justificado. Un concierto, en definitiva, de partes bien diferenciadas pero que nos congració con un Beethoven infrecuente y con un coro que es un lujo para esta ciudad.
Enrique Bert
Palacio Kursaal, de Donostia-San Sebastián.
Obras de Francis Poulenc, Gabriel Fauré y Ludwig van Beethoven.
Iwona Sobotka (soprano), Airam Hernández (tenor), Frederic Jost (bajo), Orfeón Donostiarra y Euskadiko Orkestra.
Dirección musical: Victor Pablo Pérez.