La sala de cámara del Auditorio Nacional de Música acogió un nuevo concierto del ciclo Satélites que auspicia la Orquesta y Coro Nacionales de España. Un concierto que cubría desde la contemporaneidad "clásica" de siglo XX hasta la actualidad "absoluta" del estreno, versado con pleno dominio por el Trío Musicalis formado por el violinista Mario Pérez; Eduardo Raimundo, clarinete; y Francisco Escoda al piano.
Un concierto que, así, alternó, con musicalidad, sobrada solvencia y trabajo, unos y otros.
La obra de Béla Bartók Contrastes es ya un clásico para esta formación. Una obra de cámara bien asentada en el repertorio por su modernidad y aprovechamiento de este trío, tan particular por sus características tímbricas y tesituras relativamente convergentes en los dos instrumentos melódicos.
Un arranque de enjundia y dificultad técnica resuelto con auténtica brillantez.
Verbunkos mostró de inicio, admirable energía y concertación en el idiomático papel de cada atril, de cada timbre, con un sólido sentido dramático entre secciones, lógica interpretativa y lucido protagonismo del clarinete.
Pihenö fue un lírico "contraste" lleno de finos colores y delicadeza.
Sebes mostró la perturbadora energía que a menudo caracteriza a su autor, con una conocida doble scordatura (en la forma habitual, un segundo violín) junto al clarinete ("en sib" que ya mutaba al "en la"). Tempo exigente, trasparencia y ajustada concertación e indagación tímbrica en andas de un valiente dinamismo. Una ambiciosa obra en sí misma dentro de la propia obra, con brillante cadencia del violín, en simetría.
Como suele decirse a pie de calle en jerga al uso: "¡un… obrón…!"... y de comienzo. Un altísimo listón en todas las facetas, interpretativa y creativas, para el resto del programa, dispuesto in situ, acertadamente, en esta primera posición privilegiada.
Luz negra II de José Maria Sánchez-Verdú fue la síguiente etapa de este programa que oscilaba del XX al XXI. Inarmonía transversal en silenciosas dinámicas al nivel de los sonidos inadvertidos de intérpretes o público al moverse, con técnicas transversales del XX en clarinete bajo, armónicos alejados y piano preparado como percusión. Contenido simbólico de impotencia y fragilidad sugerido desde la paradoja titular.
Alban Berg y el Adagio de su Kammerkonzert nos trajo de vuelta al siglo XX, con uno de sus maestros más eclécticos y celebrados. Lirismo atonal (o, mejor, "atonical" como bien me corregía un buen amigo mío) dentro de la técnica dodecafónica que luce, que lució de facto, la musicalidad interna de los tres intérpretes en un entorno difícil, con cambios acusados de tesitura (a menudo muy exigentes y mágicos, como en el violín en su final) y acusada fantasía en su amalgama de tímbricas, con base en la tradición.
Un Adagio que, como su citada técnica, engaña, y, en su expresivo desarrollo, llegó a un grado de apasionamiento de referencia romántica en precisa y flexible conjuntación.
El concierto terminó con el estreno y encargo de la Orquesta y Coro Nacionales de España, de Fábula en dos partes y siete movimientos de Josep Planells.
Diversas texturas en forma de suite en breves movimientos que lucieron destreza técnica así como estricto control rítmico de los tres intérpretes sobre la tablas.
Una atmósfera de suspensión armónica, materializada a menudo por el piano, con cuidado juego de alturas y articulaciones a modo de breves estudios para el trío.
Permítanme un comentario al hilo de la sencilla anécdota, sin importancia alguna, de que quedara colgada una de las tabletas con la partitura en el atril del violín y, por tanto, se volviera a empezar la última obra.
Una cuestión, la de tener que repetir me refiero, que hasta ahora solía venir asociada a la rotura fortuita de alguna cuerda o algún despiste irresoluble del conjunto… digamos que… por imprevistos "reales".
El empleo de partituras digitalizadas en atril y el paso de hojas en diversas formas, (hoy con prácticos pedales) va a dar, pese a sus indudables beneficios, una nueva problemática "virtual", que no ha hecho sino comenzar y con la que no creo pertinente aquí desviarme (no sería difícil imaginarse aciagas situaciones mil…) y dejo, pues, a su reflexión y experiencia.
Luis Mazorra Incera
Trío Musicalis: Mario Pérez, violín; Eduardo Raimundo, clarinete; y Francisco Escoda, piano.
Obras de Bartók, Berg, Planells y Sánchez-Verdú.
OCNE-Satélites.
Auditorio Nacional de Música. Madrid.