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Críticas seleccionadas de conciertos y otras actividades musicales

 

Crítica / Dejemos a la Mujer (Tigre o no) en libertad - por Carlos Tarín

Sevilla - 17/03/2022

Se presentaba como estreno absoluto en el Teatro Lope de Vega de Sevilla una ópera de cámara auspiciada por el Teatro de la Maestranza titulada La Mujer Tigre, del compositor sevillano de Los Palacios, Manuel Busto. En las intenciones dramáticas y musicales que se argumentan en el programa de mano sobresale el marasmo de propósitos discordantes que luego se explicitarían de igual manera en la ópera, con lenguaje pretencioso, repetitivo y hueco, que parecía hacer alusión al dicho que recomienda remover el charco para que parezca más hondo.

Pero tal facundia sólo escondía una supuesta defensa de la mujer por parte, básicamente, de tres hombres, desde una visión paternalista, maniquea y simplista de lo femenino, convertidos ellos en paladines de una suerte de menor de edad que no es capaz de idear obras semejantes, y que deja poco espacio al movimiento hacia donde le dé la gana a cualquier mujer. De hecho, en la obra las mujeres cantan y bailan, mientras ellos pretenden manejarlas como muñecos de guiñol.

Sin embargo, las tres mujeres protagonistas de la obra no han necesitado padrinos, sino confianza en sí mismas y mucha valía, y sus méritos han sido reconocidos sobradamente por hombres y mujeres sin distinción.

La única voz ‘clásica’ del reparto, la de la soprano Natalia Labourdette, ha sido ensalzada repetidamente en esta ciudad desde que la conociéramos al ganar el Concurso de Voces Jóvenes de Sevilla, y desde entonces (2017) ha participado, que recordemos, en tres óperas y un recital sobre la obra de Pauline Viardot, en el Teatro de la Maestranza, sin más ayuda que la de una voz prodigiosa, cristalina, directa, bien proyectada y de hermoso color, que soportó los continuados agudos a los que el rol la somete, a la vez que a un difícil melodismo disonante, a veces en arioso, que requiere gran control de la afinación, y además fue amoldándose perfectamente a los variados requerimientos del errático personaje.

Busto siempre ha estado muy vinculado al flamenco y por eso el otro personaje de la obra fue la voz excelsa, triunfal y poderosa de Reyes Carrasco, cuya excepcionalidad flamenca se vio refrendada ya cuando se coronó como triunfadora del concurso Cantes de las Minas de La Unión con 9 años (en la sección para menores de 25 años). 

Y, de hecho, el día que estrenaba esta obra cumplía sólo 16. Naturalmente, su línea de canto se ajustaba completamente a la del género que domina como nadie, el flamenco, desde una anchura de registro, una madurez anticipada, una claridad de dicción y una garra por la que bien merecía hacer de Mujer Tigre.

El compositor parecía haber delimitado también la música sobre esos dos caminos, el ‘clásico’, todavía con esos acompañamientos de otrora, incisivos, escabrosos, ‘salvajes’, que se ‘domesticaban’ un tanto cuando seguían a la joven cantaora, cante sostenido mediante la regularidad de los patrones rítmicos de carácter flamenco. El trío Arbós nutrió el seguimiento del primer tipo y a él se le sumó la percusión del genial Agustín Diassera (al que ya habíamos disfrutado en su colaboración con la Accademia del Piacere de Fahmi Alqhai), y por otro lado los miembros del dúo Proyecto Lorca (Antonio Moreno y Juan M. Jiménez).

Se nos ocurre que el planteamiento tan fragoso que dominó la obra, sobre todo en alguien tan flamenco y que estudia a fondo la tonadilla escénica del XVIII, pudiera deberse a buscar en este lenguaje un escudo para evitar sospechas de flamenqueo (no flamenco) en su obra, o el recelo a ser tildado de ceder a cualquier ‘debilidad’ melódica o armónica por sus colegas contemporáneos ya ‘clásicos’, algunos famosos y presentes en el estreno. Y aún así, y es sólo una impresión, nos pareció que se coló en las postrimerías una ráfaga de aire fresco que recordaba La vida breve de Falla. Tremendo resultó el final musical con las dos únicas voces en forte y agudo durante un buen rato, después de sostener en solitario la vocalidad de la obra en todo momento durante la hora y media que duró la representación.

Una tercera mujer prodigiosa, de enorme valía, tanta como expresividad, sugestión, flexibilidad y seguimiento libre del desarrollo de la obra, aunando de forma providencial el flamenco con el movimiento dancístico más contemporáneo. Su liga con la percusión flamenca de Diassera y Moreno sobre una mesa de madera, con el apoyo percusivo (slap) del saxo de Jiménez, ofrecieron el momento más álgido de carácter grupal de la velada.

La ‘dramaturgia’ se debió a Julio León, narrador además, con una suerte de pantalla de lámpara o quizá sombrero de abejas en la cabeza en todo momento. La dirección escénica se debió a Pérez Román, que nada más empezar disparó un cañonazo de humo blanco sobre el patio de butacas que ríanse de la niebla londinense, e imaginamos que metáfora de la transparencia del planteamiento. Tres jaulas como iglús tipo muñeca matroska (para la mujer tigre) compusieron básicamente la escenografía.

Carlos Tarín

 

Reyes Carrasco (cantaora), Natalia Labourdette (soprano) y Paula Comitre (bailaora). Trío Arbós. Agustín Diassera.

Proyecto Lorca / Manuel Busto.

Dramaturgia: Julio León Rocha.

Escena: Fran Pérez Román.

La Mujer Tigre de Manuel Busto.

Teatro Lope de Vega, Sevilla.

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