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Críticas seleccionadas de conciertos y otras actividades musicales

 

Crítica / De cumplir protocolo a nutrir lo que nos hace humanos - por Alicia Población

Madrid - 10/02/2022

La cafetería de la plaza del Auditorio Nacional no estaba muy concurrida. Era extraño, pues ante una velada como la que se auguraba era de esperar un gran público, de ese que suele hacer tiempo tomando un piscolabis en la terraza más cercana. Ante esta sorpresa, vi necesario echar un vistazo a la entrada y descubrí que, a pesar de ser un concierto de violín y piano, que hubiera sido previsible escucharlo en la Sala de Cámara, cerca de donde nos encontrábamos, en esta ocasión tendría lugar en la Sala Sinfónica. Si bien es cierto que Mutter es una afamada violinista a la que todo el mundo quiere escuchar, rechinaba que un programa tan camerístico fuera a interpretarse en una sala para grandes orquestas, anteponiendo un mayor número de público en detrimento del sonido.

Cuando nos acercamos a la puerta principal de la Sala Sinfónica del Auditorio Nacional comprendimos que aquel concierto tenía más de singular de lo que nosotros creíamos. Una larga fila se estiraba subiendo Príncipe de Vergara y varios curiosos se arremolinaban en la linde que marcaban varios policías y demás agentes de seguridad. Alguien dijo: “claro, es que hoy viene la reina…” Subimos un largo trecho por la avenida para acoplarnos a la cola de la larga fila y, ocupando nuestro lugar de respetable público, esperamos la llegada real. Cuando se dejaron de ver flashes, por fin la cola empezó a moverse. Serían alrededor de las 19:25. El concierto empezaba a y media. Por supuesto, el recital no comenzó a su hora. La fila menguaba muy paulatinamente, probablemente debido a los controles de seguridad que se apostaban en la entrada principal, y los acomodadores corrían como locos tratando de ganar esos minutos de tiempo, un imposible ante una sala que se adivinaba llena hasta los topes.

El concierto del pasado 7 de febrero fue un recital fuera de abono en favor de las becas Juventudes Musicales de Madrid, en colaboración con Ibermúsica. La presidencia de honor, unas pocas filas más allá de las butacas reservadas a la prensa, la ocupaba Doña Sofía. El programa constó de tres sonatas para violín y piano interpretadas cronológicamente. La violinista Anne-Sophie Mutter (Rheinfelden, 1963) y su pianista de confianza, con quien lleva colaborando varios años, Lambert Orkis (Filadelfia, 1946), entraron en el escenario poco después de que el público terminara de acomodarse en sus asientos. Ella iba con un imponente vestido amarillo palabra de honor; él, sobrio, de negro. Llama la atención que, ante un concierto de cámara en el que los instrumentistas tienen un papel complementario, y a vista de que la etiqueta del clásico suele ser un vestuario negro, excepto en el caso de los y las solistas, quien de un primer vistazo destacaba aquella tarde como la estrella era Mutter. Lambert parecía situarse en un papel de acompañante, neutro, aunque si seguimos por aquí podríamos abrir el cajón desastre del género y sus roles y no es lo que atañe a este artículo.

Cuando todavía no habían dejado de sonar los abrigos rozándose en las butacas ni los botones golpeando contra los posabrazos, Mozart comenzó a sonar. Era la sonata en Sol Mayor k 379. El primer adagio llegó como un hilo sonoro que parecía perderse entre los entresijos de una sala demasiado grande para albergar aquella música. Se percibió entonces un silencio concentrado y atento de un público esforzándose por escuchar cada una de las notas que salían del violín de la exitosa violinista y de su acompañante. El allegro llegó con más garra, con el arco de Mutter pegado a las cuerdas, como buscando el sonido en las entrañas del instrumento. La sintonía de ambos músicos se dejó ver desde el primer momento, pero se fue acrecentando a medida que transcurría el programa.

La sonata número 5, op. 24 en Fa Mayor, conocida como “Primavera”, de Beethoven, llegó verdaderamente como un florecimiento. En el segundo movimiento, un adagio molto expressivo, la fragilidad tomó forma, y el oído de la audiencia hubo se refinarse hasta sus límites. El tercer y el cuarto movimiento fueron ambiciosos. Mutter, con un control extremo de su instrumento se permitía todas las licencias con una maestría irreprochable. Lambert la seguía de cerca, tan en comunión que cada rubato parecía estar pactado desde el corazón de cada uno.

Después del descanso, le llegó el turno a César Franck y a su sonata en La Mayor, que los músicos interpretaron en conmemoración al bicentenario del nacimiento del belga. El allegro del segundo movimiento, apasionado y atormentado al mismo tiempo, dejó tras de sí una rémora de aplauso que se difuminó con el tercer movimiento sin llegar al desarrollo. El recitativo - fantasía fue de lo más grande hasta casi rozar el silencio. El allegretto poco mosso final fue de los pocos momentos en los que Mutter y Lambert parecieron más humanos, y no por dar cabida al error, ya que su música seguía siendo impecable, sino por vivir lo que tocaban de manera más intensa que en cualquier otro punto del concierto. A Lambert se le escapó alguna patada al suelo y Mutter volteó su cabeza con fuerza en alguna ocasión, llevada por los arrebatos de la música de Franck.

Desde el público, los más preparados observaban a través de prismáticos los movimientos de los músicos, otros se abanicaban con fervor y los más meticulosos prestaban oídos a todo lo que pudiera perturbar la interpretación y llamaban la atención de aquellos que interfirieran en ella con una tos inoportuna o, como fue el caso, con el trazo del boli al tomar anotaciones.

Es una pena que sigamos viendo cabezas blancas, o en su defecto, teñidas, llenar las plateas de los auditorios de clásico sin acabar de ver a jóvenes que apenas ocupen sus butacas. Quizá esta frialdad protocolaria que revistió todo el concierto del pasado lunes es la causante del distanciamiento de las nuevas generaciones. Es triste que por actos que rozan el convencionalismo y la artificialidad en menoscabo de la música que despierta las emociones humanas, los jóvenes no sientan atracción por escuchar en directo a una violinista de la talla de Mutter. Desde luego, el clasismo que se percibió la pasada noche en el Nacional estuvo fuera de lo normal. Es curioso que la presencia de la reina madre levantara aplausos en el descanso y al final del concierto, y que sin embargo, estos se rehuyeran al término del segundo movimiento de la sonata de Franck, a pesar la sublime interpretación de los músicos. ¿Cómo un protocolo puede tachar de falta de respeto unos aplausos y calificar de ovación a otros? ¿Qué pretendemos al ir a un concierto, cumplir un formalismo o alimentar lo que nos hace humanos?

Alicia Población

 

Anne-Sophie Mutter, Lambert Orkis

Obras de Mozart, Beethoven, Franck

Ibermúsica / Juventudes Musicales de Madrid

Sala Sinfónica, Auditorio Nacional (7 de febrero)

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